Según la causa, “tenían protección política y policial en Frías, Santiago del Estero”. El jefe del grupo es Claudio “Piturro” Andrada. Uno de sus hijos todavía está prófugo. La Gendarmería los investigó durante 18 meses y logró descubrir el funcionamiento de la red de proveedores bolivianos y las pistas clandestinas.
La localidad santiagueña de Frías es reconocida como “La Ciudad de la Amistad”. Cercano a Catamarca, el paraje norteño se transformó en las últimas semanas en el epicentro de la investigación del Juzgado Federal 1 de San Isidro. Ocurre que hace 45 años nació allí Claudio Alejandro Andrada, conocido por algunos como “Piturro”, llamado “Gallo” por otros.
Hasta octubre Piturro no tenía jefes y manejaba un próspero oficio: comprar cocaína en Bolivia y llevarla a Buenos Aires para colocarla en el mundo del narcomenudeo. Un hombre que siempre se había caracterizado por encargarse en persona de los negocios y elegir a los “soldados” de su familia y a sus amigos para que lo cuidaran. El tiempo lo repartía entre el hogar de Martínez y la casa paterna en Frías. En verano, cargaba los cuatriciclos a las camionetas para viajar junto a los suyos a la Costa Atlántica, donde se divertían en casas de lujo y fiestas nocturnas.
Exigente con el trabajo, durante el año recorría el país para asegurarse que la carga llegase a su galpón de José C. Paz en tiempo y forma. Para eso negociaba por teléfono con los proveedores bolivianos y pactaba las entregas en Salta. Luego regresaba al aserradero de su padre en Frías, donde dirigía el acondicionamiento de la mercancía en el entretecho del camión cisterna que luego viajaría por la Ruta 9 hasta Buenos Aires.
En el norte del Conurbano Bonaerense era donde la cocaína perdía la pureza boliviana para hacerse tiza. Más tarde, era repartida en distintos barrios por sus laderos. Ahora, Piturro está detenido en la cárcel de Villa Devoto. Preocupado por la diabetes, diseña la estrategia judicial junto a su abogado y sueña con regresar a la calles para coronar un embarque. Sabe que es difícil, pero no se resigna a perder el mercado que tanto le costó conquistar.
CONOCIDO. En Frías su profesión era un secreto a voces. Todos sabían cómo hacía la plata pero nadie se atrevía a revelarlo. Piturro aprovechaba la complicidad de su ciudad natal para moverse con mucha tranquilidad, lo que provocó la sospecha de los investigadores, porque contaba con cierta protección política y policial. “Solía venir una vez al mes: juntaba la plata de los dealers locales, visitaba la familia y después volvía a Buenos Aires. Igual, la que se llevaba de acá era el chiquitaje. También tenía sus clientes en Córdoba y Santa Fe”, reveló una fuente de Frías a Tiempo Argentino.
El grupo local era el encargado de conseguir las pistas en Salta y enfriar la carga en el aserradero familiar. Los narcos estilan sosegar la marcha de los cargamentos grandes de cocaína para evitar que sus perseguidores conozcan la rutina de los viajes. Luego, con el visto bueno de Andrada, el embarque continuaba camino hacia Buenos Aires.
“Se manejaba como un empresario exitoso. Los que no sabían quién era pensaban que se trataba de un sojero próspero. No solía aparecer de día, se movía de noche. Cuando las ganancias llegaron, juntó a sus hombres y pidió que ninguno se comprara motos ni autos llamativos. Insistía en mantener el perfil bajo“, le confió un conocido de la familia a Tiempo Argentino.
Pero la estrella que iluminó todos estos años el camino de Piturro comenzó a apagarse en febrero pasado, cuando sus teléfonos fueron pinchados por orden de la jueza Arroyo Salgado. Un parte de inteligencia de la Gendarmería Nacional detallaba que “el principal cabecilla de uno de los cárteles de droga se llama Claudio Andrada, para él trabajan los dealers de Frías. Este personaje está ligado al poder político y cuenta con protección policial”.
Durante ocho meses la banda fue monitoreada por gendarmes. Así se conoció que uno de los proveedores bolivianos se hacía llamar “Chichi” y que se manejaba directamente con Andrada o con su socio, el uruguayo Gustavo Omar Collado Correa, hoy prófugo en la causa.
Después de los primeros contactos telefónicos, Piturro viajó a Yacuiba, Bolivia, el 24 de agosto. Lo acompañaron Collado Correa y el santiagueño Raúl Juárez, también prófugo. Fueron a buscar precio y calidad del producto. Se reunieron con varios mayoristas para cerrar trato y estrecharon lazos con algunos de ellos. La banda quería modificar la rutina de trabajo porque había perdido mucha plata en los últimos años y necesitaba una operación exitosa para enderezar el rumbo. Después de 48 horas de reuniones, los tres regresaron a Santiago del Estero y siguieron las tratativas por mensajes de textos. Por este medio consensuaron la cantidad de combustible que iban a precisar las avionetas para llegar desde Yacuiba a Las Lajitas, en Salta. También combinaron cómo marcar las “medidas de las canchas”, como se referían a las pistas clandestinas donde aterrizarían los panes multicolores de cocaína.
A principios de octubre Piturro viajó a Las Lajitas. Fiel a su estilo, quería vigilar con sus propios ojos la marcha de la operación. Los errores en la logística de los envíos anteriores le habían vaciado los bolsillos y necesitaba volver a jugar a lo grande para hacer la diferencia.
Mientras el jefe se ocupaba de conseguir la mercancía, Oscar “Tucu” Dorao recibía el camión Mercedez Benz, patente HOS-695, en su casa de Tucumán. Antes se había reunido con Fabián “Sordo” Schwindt, quien estaba a cargo de la comercialización de la cocaína en Buenos Aires junto a Claudio Andrada hijo. Ellos eran los que bajaban la droga en los barrios del Conurbano y cobraban a los clientes.
Por su parte, el Tucu Dorao estaba vinculado a la banda desde hacía muchos años. En 2009 su nombre quedó registrado en el paso fronterizo que cruzó para volver de Bolivia junto a Piturro. Hasta el 17 de septiembre, el camión cisterna quedó a su cargo. Después el vehículo fue llevado a Frías y lo escondieron en la casa de la madre de Juárez, también prófugo.
El 23 de octubre a las 19, el transporte de cargas fue detenido en el kilómetro 758 de la Ruta Nacional Nº 9. Escondía 583 kilos de cocaína distribuidos en 583 panes. Al transporte lo conducía Aldo Velázquez, el chofer de la banda que ya había estado preso un par de años en Chile por transportar 60 kilos de cocaína. El vínculo de Andrada con Velázquez quedó materializado cuando el conductor recuperó la libertad y recibió una camioneta Ford F-100 y el camión que antes estaba a nombre de Fabián Volker, cuñado de Piturro.
El 24 del mismo mes, Volker y Andrada cayeron en desgracia mientras intentaban escaparse en la camioneta Volkswagen Amarok gris de las patrullas de Gendarmería que habían ido a buscarlos luego de detener a otros miembros de la banda en Buenos Aires.
Este no era el último cargamento que el grupo quería introducir en Argentina. En los allanamientos en el aserradero familiar de Frías los gendarmes encontraron mapas de la localidad santiagueña de Nueva Esperanza, cabecera del departamento de Pellegrini. Allí tenían pensado aterrizar la próxima entrega de cocaína boliviana. Con esto Andrada pensaba ahorrarse el tiempo de viaje desde Las Lajitas hasta Frías, y además creía que así despistaría a los investigadores, a los que había descubierto filmando y sacando fotos en su casa de Martínez.
No tuvo tiempo. Ya había perdido hace rato.