Los conservadores pierden 20 puntos respecto a las presidenciales en la batalla por 18º distrito, convertido en un test nacional.
El Partido Republicano no deja de ver nubarrones. A cada prueba electoral sienten que el efecto Trump que en 2016 les permitió ganar la Casa Blanca se diluye. El último capítulo se vivió ayer en un pequeño distrito del suroeste de Pensilvania. La anodina batalla por uno de los 435 escaños de la Cámara de Representantes se volvió un test nacional y el resultado hizo temblar a los estrategas conservadores: la victoria fue para el candidato demócrata y los republicanos habían perdido 20 puntos respecto a las presidenciales.
El puesto en juego era lo de menos. El escaño, por una decisión judicial sobre la demarcación, deberá ser disputado otra vez en noviembre. Lo importante era comprobar la persistencia del efecto Trump.
Los republicanos, con mayoría en el Congreso, tienen la vista puesta en el 6 de noviembre, cuando se renueva un tercio del Senado, la totalidad de la Cámara de Representantes y 39 gubernaturas. Los anteriores asaltos han terminado en sonoros fracasos. El mayor se registró en Alabama. Un estado netamente conservador, donde en diciembre los republicanos perdieron por primera vez en 25 años un puesto al Senado frente a los demócratas.
Con este antecedente, la batalla por el 18º distrito se planteó en términos nacionales. En las presidenciales de 2016, Donald Trump había barrido con casi el 70% del voto en la circunscripción. La apuesta republicana era mantener el bastión a toda costa.
El candidato conservador se ajustaba como un guante a los requisitos. Rick Saccone, de 60 años, un antiguo veterano de las Fuerzas Aéreas y los servicios de inteligencia, profesa el oficialismo absoluto. “Yo fui Trump, antes de que Trump fuera Trump”, ha llegado a decir.
Esta adhesión a la Casa Blanca fue recompensada largamente. El presidente visitó dos veces el distrito y derramó los habituales insultos contra el adversario, Connor Lamb, de 33 años. También acudieron a apoyar a Saccone el vicepresidente, Mike Pence, y los hijos predilectos de Trump, Junior e Ivanka. A nadie le cabía duda de que la lucha en el distrito se había transformado en un duelo de altura.
Los demócratas aceptaron el reto. Pero dejaron que fuera su candidato el que modulará los contenidos. Lamb, antiguo marine y fiscal, ha jugado al centro-derecha. Se ha opuesto al aborto, a nuevas restricciones a la venta armas y se ha apartado todo lo que ha podido del odiado aparato demócrata de Washington.
El resultado le ha favorecido. Obtuvo un 49,8% frente al 49,6% de su contrincante. Los demócratas le proclamaron vencedor pese a que la diferencia era de apenas 641 votos y podía ser impugnada.
Su avance, en cualquier caso, supuso un fracaso para los republicanos. Pese al apoyo de la Casa Blanca en pleno, habían perdido la diferencia lograda en 2016. El motivo tendrá que ser analizado. Puede que se esté diluyendo el efecto Trump o simplemente que los republicanos, cuando no compite el magnate neoyorquino, sean más propensos a la derrota. El 6 de noviembre se sabrá.