En agosto de 2012, Juan Carlos Cardozo masacró a la abuela, la hermana y la hija de seis años de Romina Martínez. La mujer vive en la casa de sus suegros con otra hija que tuvo con su pareja. La dramática historia de un amor enfermizo.
El triple femicidio de su abuela, su hermana y su hija pudo haber torcido el destino de Romina Martínez para siempre. Pero no fue así. La joven, una morocha de 27 años, perdonó a Juan Carlos Cardozo, el asesino de parte de su familia. Aunque intentó mantener en secreto la reconciliación, los reencuentros en el Pabellón Evangelista de la Unidad 9 de La Plata donde el confeso homicida pasa sus días y aguarda el juicio oral que comenzará el jueves, quedaron en evidencia: la chica está embarazada de dos meses y medio del segundo hijo de Cardozo.
“A los tres días de la masacre, ella dijo que no podía quedarse más acá, agarró a su hija y se fue”, explica Angélica Núñez de 56 años, la madrastra de Romina, nuera de Nilda Ludovica Ham, de 78, y “madre del corazón” de María Florencia, de 15, y de Marisol Martínez, de seis. Las víctimas que masacró Cardozo.
Luego de pasar por varias casas de familiares y amigos, alrededor de cuatro meses atrás los padres de Cardozo le hicieron un espacio a la joven en el fondo de su casa, en la localidad de Garín, en el partido de Escobar, para que se acomodara con la hija que tuvo con el asesino, que hoy ya tiene cuatro años.
Mientras deambulaba de un sitio a otro, una prima de Romina había comenzado a hacer los papeles para adoptar a la nena “pero cuando estaban por concluir los trámites, ella apareció con el suegro en una moto y se la robaron”, detalla Angélica, para quien la hija de Romina se convirtió en la moneda de cambio para que ella pudiera instalarse con sus suegros.
Romina vive intermitentemente entre San Martín, donde trabaja en una vivienda con cama adentro, y Escobar, a unas 20 cuadras de la casa de su abuela, donde el 27 de agosto del año pasado su pareja mató a las tres mujeres de su familia.
Esa mañana, Cardozo se levantó temprano y fue a trabajar a la Municipalidad de Escobar, donde barría las calles por un plan social. Apenas llegó, el joven les dijo a sus jefes que debía retirarse porque tenía que hacer unos “trámites personales”.
Alrededor de las 7:30 hs, se escondió detrás de un montículo de troncos frente a Uruguay 633, de Benavídez, en Tigre, donde presumía que debía estar Romina, quien había cortado la relación, cansada del maltrato psicológico y físico.
Con paciencia, Cardozo esperó a que se fueran a trabajar todos los hombres de la familia Martínez, que no eran pocos: en ese amplio terreno de unos 50 metros de frente, varios hijos de Nilda Ludovico Ham construyeron sus viviendas.
Cuando vio que no quedaban hombres en las casas, cruzó la calle y golpeó la puerta. Ham, que tenía un particular aprecio por él, lo invitó a pasar a tomar unos mates. Cardozo no vaciló, tomó varios cuchillos tramontina y comenzó a apuñalarla con saña. La mujer, a quien él suele llamar “abuelita” tenía la campera puesta.
La anciana, una gringa brava –según recuerda una de sus nueras, Cristina Martínez– presentó batalla: en medio del forcejeo, el reloj pulsera del asesino terminó debajo de la mesa del comedor y dejó de funcionar a las 8:20 hs, cuando la dueña de casa comenzaba a agonizar en el piso.
El femicida envolvió a su primer cadáver en una alfombra y lo depositó en el baño, al lado del inodoro. Después fue al cuarto donde dormía Marisol, la hija de Romina de una relación anterior, y la ahorcó con un cable de teléfono. Cuando dejó de respirar, la colocó sin mayor esmero boca abajo al lado de su abuela.
Sabiendo que Romina iría a la casa, el asesino se mantuvo en vigilia. Pero no contaba con que la hermana de su pareja debía llevarle unas pastillas a Ham, quien había sufrido un ACV recientemente.
Mientras se lavaba los brazos manchados por la sangre ajena, María Florencia entró en la casa. Cardozo se escondió detrás de una puerta para sorprenderla. Ella fue la que más se resistió a morir. “Sus muñecas y pies se quebraron de tantos golpes que lanzó”, contó Angélica Núñez. La chica había practicado Taekwondo pero apenas le sirvió para dañar a un Cardozo decidido a matar por tercera vez ese día.
“Ella le daba un golpe y él le devolvía una puñalada. Treinta y tres recibió. Se ensañó mucho con Florcita. Uno de sus rulitos y parte del cuero cabelludo quedaron estampados en una de las paredes”, detalló Katy, como le dicen a Angélica en el barrio. “Con un tenedor le desfiguró el rostro y la terminó de matar con un cuchillo que quedó incrustado en su cuello”, agrega.
Marisol, la menor de las víctimas, encontró la muerte sin conocer a su padre. Quizá Romina lo sepa, pero nunca lo nombró. Sin embargo, sus parientes la lloraron –y aún la lloran– como si la hubieran parido. “Yo era la madre del corazón de las dos. A María Florencia la crié desde los tres años y Romina me regaló a Marisol a los tres días de nacer”, dice Angélica, quien como una especie de mantra dicho con las manos, no deja de tejer desde que ocurrió la masacre. Sólo interrumpe las agujas para refregarse los ojos y secarse las lágrimas.
La mujer confeccionó ropa para sus parientes, los vecinos, su psicóloga, y hasta para los funcionarios del Ministerio de Justicia de la Nación que la acompañaron desde los momentos más críticos del caso. Así intenta mitigar la soriasis que ganó sus brazos. Pese a todo intenta seguir sonriendo.
Katy fue una de las pocas personas que vio los cuerpos. Como Flor no volvía, fue a la casa de al lado y golpeó la puerta con insistencia. Detrás de ella, Romina repetía: “Juan Carlos está adentro, Juan Carlos está adentro”, recordó su madrastra, quien sospecha que la chica pudo conocer con antelación los planes macabros de Cardozo. “Hay una llamada realizada desde esta casa a las tres y pico de la madrugada al celular de Cardozo, pero ella negó haberlo hecho. Querríamos saber qué pasó y si ella estaba al tanto de algo”, remarca.
Katy y su marido, que había vuelto con urgencia de trabajar, barretearon la puerta: la primera imagen con la que se encontraron era espeluznante. “Había ríos de sangre”, resume la mujer.
La vida de Romina –de acuerdo a lo que pudo reconstruir Tiempo Argentino– tuvo un giro a sus 14 años, cuando su madre falleció de cáncer de hígado y su padre, Juan Pedro Martínez, rehizo su vida con Angélica. Por entonces, la joven comenzó a vivir más en la calle que en su casa, pese a que su padre había enrejado su habitación para que no se escapara. La chica lograba romper los candados para alcanzar la calle, donde se sentía contenida. En esos días confusos de la adolescencia conoció a Cardozo.
EL JUICIO. El imputado será sometido a juicio oral a menos de un año del caso, un privilegio que muy pocos presos tienen. El debate será ante el Tribunal Oral Criminal N° 7 de San Isidro y está previsto que se haga el jueves y el viernes próximos. Dos días serán suficientes para demostrar que Cardozo mató a las tres mujeres. Es que unos minutos después de la masacre, el sospechoso fue captado por las cámaras de seguridad de Tigre corriendo por la Panamericana con sus ropas ensangrentadas.
En su poder, tenía una mochila con algunos de los cuchillos que había llevado. Además, el hombre confesó en sede judicial y las pruebas de ADN lo señalan como el único autor del hecho.
Con el juicio encima, el horror de la pérdida todavía perturba a los familiares como una pesadilla eterna. “Nos duele el alma. Estamos angustiados de saber que ella volvió con él. No nos entra en la cabeza”, concluye la madrastra de Romina.
Los padres del acusado
“Mami, yo no quiero que me digas que soy un asesino. No lo soy. No sabía qué estaba haciendo. Cuando estaba con la abuelita me retumbaron los oídos y sentí que desde adentro me gritaron ‘Dale’ y ahí hice todo lo que hice”, le explica una y otra vez Juan Carlos Cardozo de 25 años a su madre, Nelly, quien se consuela con creer que su hijo estaba “poseído por una entidad. No era él”.
“Si vos estabas ahí te mataba también. Jamás hubiera querido matar a la abuelita ni a la nenita”, le dice el joven a su mamá cuando le pregunta por la masacre.
Nelly habla angustiada y le echa la culpa de todos los males a su nuera, a quien alojan desde hace cuatro meses en su casa. “No sé por qué se metió con ella. Se conocieron hace unos cinco años en la calle, en la plaza, porque el padre había echado a Romina de la casa y no tenía adónde ir”, explicó.
En ese entonces, Juan Carlos aprovechó que Nelly estaba de visita en Formosa y llevó a Romina a vivir con él. La mujer reconoce que cuando volvió del viaje si bien no le gustaron los modos aceptó la decisión de su hijo.
“Cuando estuvo acá ella dormía todo el día. No hacía nada. Ni un plato lavaba. Mi hijo se desvivía por ella. Encima, Romina fue la que lo metió en el umbandismo. Le trabajó mucho la cabeza”, detalla Nelly, quien de todas formas no pudo negarle su casa a su nuera: “Las dos somos mujeres y madres, no puedo tener mal corazón. Ella es una chica tranquila, no sé si se da cuenta de las cosas. No la entiendo”, murmura.
La familia de las víctimas cree que Cardozo intentará explicar en el juicio que no fue consciente de lo que hacía. Pero los estudios psicofísicos que le realizaron unos meses antes para ingresar a la policía, dejan traslucir que estaba apto para ser parte de la fuerza. Además, tanto su familia como la de Romina y los vecinos del barrio coincidieron en que era “un joven sano, que no se drogaba. Ni siquiera tomaba“.
“Dios sabe cómo tiene que castigar a mi hijo”, advierte su madre con cierto enigma.