Había una vez

Tres temas que marcaron la semana y que, aun pareciendo distintos, suponen una constante de la vida nacional: la vieja puja entre lo que es y lo que deseamos que sea. La necesidad de asumir la realidad frente a la tentación de simularla.

Un compendio de ilusiones

Un dudoso homenaje a Gabriel García Márquez y su inolvidable Macondo de “Cien años de soledad” se vivió en el Concejo Deliberante. El secretario de Comercio Interior, Augusto Costa, pasó por Mar del Plata pletórico de ensoñaciones, relatos fantásticos y palabras lanzadas al viento en cerrados recintos de aislamiento. Sin embargo, la mediocridad de los copistas hace que aparezca una narración que, por alejada de la realidad, se emparienta más con lo demencial que con la fértil imaginación de aquél grande de las letras.
Costa disertó el viernes pasado en el Honorable Concejo Deliberante. En el marco de una meteórica gira local, también visitó el Mercado Comunitario de Peña y 3 de Febrero donde, siempre acompañado por el Intendente municipal Gustavo Pulti, firmó el convenio por el cual 80 comercios minoristas de la ciudad ofrecerán a los consumidores 72 productos con precios cuidados.
Durante su exposición -sugestivamente pobre desde lo argumental, lo que fue comentado por todos los presentes-, Costa insistió en un relato pautado acerca de “capitales concentrados”, “ataques especulativos”, “medios cómplices” y todos los clichés conocidos del oficialismo.
Mientras el dólar paralelo superaba los $11 en todo el país, el suplente de Guillermo Moreno insistía en un argumento tan triunfalista como ajeno a la realidad, sosteniendo que “hoy ya nadie habla del blue porque ha quedado planchado por la política oficial”. Al mismo tiempo, proclamaba el éxito del plan de control de precios del Gobierno, soslayando que la insostenible lista ha quedado ya reducida a menos de la mitad de los productos.
Por supuesto, los aplaudidores al orden del día.

Una realidad que se impone

El ministro de Economía Axel Kicillof anunció un índice oficial del 1,8% que a todos hizo sospechar un retorno del viejo “relato” morenista. El Congreso dio a conocer un nuevo guarismo que se ubica en el 2,78%, y suena más ajustado a la realidad cotidiana. Los números de la economía, de los cuales la inflación es tal vez el más grave pero tan solo uno de ellos, indican en las últimas semanas un retorno a la situación de crisis que justificó la devaluación.
El resultado de las paritarias -absolutamente insuficientes para el trabajador en lo acordado como aumento, y aun peor en la forma de liquidación-, ya ha sido absorbido por el corrimiento de precios. Y es esperable un segundo semestre de alta conflictividad.
Salvo en lo que tiene que ver con los tiempos (que se han adelantado peligrosamente, poniendo en evidencia que el ajuste de febrero fue timorato e insuficiente), nadie dudaba de que, a poco de andar, las cosas volverían a complicarse si no se acompañaban las medidas con una fuerte caída del gasto público y un aumento sostenido de la recaudación.
Ninguna de estas cosas pasaron: el Gobierno prefirió engañarse a sí mismo, tomando como mayor recaudación un número lineal que surge del crecimiento de los precios, aunque las unidades comercializadas en nuestra economía global hayan retrocedido un 18,5%.
En este contexto, la inflación, índice que afecta en mayor medida a la gente, deja de ser un problema en sí mismo para convertirse en el lógico resultado del autoengaño al que se somete todo el Gobierno, arrastrado por una Presidente cada vez más aislada de la realidad y un Ministro de Economía de una mediocridad formativa y una impericia manifiesta como pocas veces antes hubo en la Argentina.
Estamos en problemas. Lo único que nos queda es saber que lo peor aún está por venir.

Un caso emblemático

No se puede andar por la vida descalificando todo el tiempo al que no piensa como nosotros, y mucho menos suponiendo que una mirada distinta siempre esconde algo perverso o malintencionado. Los organismos defensores de los Derechos Humanos pueden no estar de acuerdo con el fallo del jury al Dr. Hooft, pero lo que no pueden hacer es desconocerlo o descalificarlo. Máxime cuando, minutos antes de hacerse público, sostenían ante quien les pusiese un micrófono delante que estaban seguros de que iba a ser apabullantemente condenatorio. Lo que hace suponer que confiaban en los antecedentes de los mismos jueces que ahora atacan. La justicia “a medida” es otra forma incivilizada de justicia “por mano propia”.
En cada ciclo histórico, los vencedores se han convertido en dueños y señores de los destinos ajenos. Y su escala de valores debió ser asumida por todos como propia, bajo pena de convertir en seres despreciables a quienes había que perseguir, acallar y aun matar física o civilmente.
Ellos tienen todo el derecho del mundo a pensar como quieran y a expresar libremente esa convicción. Pero también existe el derecho –y la obligación de expresarlo- a que no se descalifique a la justicia por el solo hecho de no haber resuelto en el sentido que pretendían.
Cada violento, cada criminal y cada asesino de aquellos años actuó con total libertad de elección, y prefirió la violencia como instrumento para lograr lo único que importaba a unos y a otros: la toma del poder.
En el medio, millones de ciudadanos se vieron en la obligación de seguir viviendo con las reglas de juego de una sociedad que no habían elegido y de una guerra que no les pertenecía. Seguir viviendo, nada más y nada menos que eso.
No hacerlo con las pautas impuestas por los asesinos significaba perder la vida; con algo de suerte, el trabajo; y con dramática frecuencia, la libertad. Y en todos los casos, el futuro y la tranquilidad.
¿Es casual que una apabullante mayoría de marplatenses identifiquemos a Pedro Hooft como uno de los pocos que nos defendió de aquel estado de cosas? ¿Somos todos estúpidos y nos dejamos engatusar por el Magistrado? ¿Somos cientos de miles de perversos que lo acompañamos en esas atrocidades que tan solo unos pocos dicen que cometió?
La justicia habló. Y la gente sintió, por primera vez en mucho tiempo, la sensación de que comienza el ocaso de “los dueños de la historia y la vida”. Pero queda mucho por hacer. Y es mucha la necesidad que tenemos del imperio de la verdad y la justicia que nos permita recuperar nuestra historia y nuestra dignidad de ciudadanos.
Que el caso de Pedro Hooft se convierta en la primera baraja repartida en un nuevo juego de libertad.