Hay otra historia

Si queremos seguir ocultando la realidad, hagámoslo. Nadie nos puede prohibir el ejercicio del autoengaño o la justificación. Pero sepamos que estamos haciéndolo y asumamos que es así.

freijoSe cumplió un nuevo aniversario del golpe militar que instaló en la Argentina la más violenta dictadura de la que se tenga memoria. Y el mejor homenaje que podemos hacer a la memoria es tener memoria.
El 24 de marzo de 1976 culminaba de esa manera un largo ciclo de rupturas institucionales que se había iniciado el 6 de setiembre de 1930, cuando las FF.AA. derrocaban al gobierno del radical Hipólito Yrigoyen.
Pero en esta historia de violencia in crescendo apareció en el escenario un nuevo actor que condicionaría la vida argentina en los años venideros, hasta convertirse en un elemento de peso político innegable: la guerrilla.
El secuestro del ex presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu representó un shock inédito para la sociedad argentina. Ni qué decir de cuando, a las pocas semanas, su cadáver apareció en la localidad de Timote y sus asesinos hicieron público un remedo de juicio político que pretendía justificar lo que comenzaba a ser obvio: la capacidad de matar sería, de allí en adelante, una parte importante de los juegos de poder.
Pasadas más de tres décadas, hoy resulta imposible ocultar la asociación entre las jerarquías montoneras y los sectores golpistas que proyectaban la candidatura de Eduardo Emilio Massera a la presidencia, a través de un seudo peronismo que no llegó a tomar vuelo.
Los errores estratégicos de Perón, de los que sólo tomaría nota a su regreso al país y que resolvería con el desplazamiento de Cámpora y con su propia candidatura, sólo sirvieron para agravar una situación que se salió de madre como resultado de aquella alianza guerrilla-Fuerzas Armadas de la que hablábamos antes. Fueron los propios militares quienes convirtieron a lo que por entonces era un pequeño grupo que sólo podía actuar al amparo del poder, en una “poderosa organización subversiva” que ponía en riesgo “los pilares de la República”. Mentira. Puro marketing que terminaba sirviendo los designios de unos y otros.
Aparece aquí el primer aspecto que debemos rescatar del olvido. Si es que queremos, alguna vez, escribir la historia verdadera de los argentinos y abandonar para siempre la costumbre del “relato”, que por cierto nos acompaña desde los albores de nuestra historia. Recordemos entonces las cosas como fueron, aunque ese recuerdo pueda desgarrarnos y hasta avergonzarnos.
El 24 de marzo de 1976 las calles se llenaron de banderas argentinas y de hombres y mujeres que celebraron la caída de Isabel Perón. El Golpe, aunque nos pese, representó un alivio para la ciudadanía, y la esperanza del advenimiento de un orden que suplantase al caos reinante producto del internismo peronista, la violencia desatada por la guerrilla y los grupos parapoliciales y la imposibilidad absoluta de llevar algo así como una vida normal. Y ese apoyo se mantendría, y hasta crecería, durante los primeros años de la Dictadura.
Una dictadura que con la precisión de un reloj llevó adelante un plan salvaje de exterminio de sus opositores, de una forma que hizo prácticamente imposible que el resto de los ciudadanos tomara cuenta de ello.
En aquellos primeros años, los más salvajes de la represión, nadie hablaba de secuestros, de tortura ni mucho menos de centros clandestinos de detención o de campos de exterminio. Y nadie hablaba de ello porque nadie sabía de su existencia. Miente entonces el que habla de “resistencia popular”. Como miente el que pretende que el país no festejó hasta el delirio el triunfo de nuestra selección en el Mundial de 1978.
Y miente mucho más el que trata de hacerse el distraído frente a una verdad que deberemos asumir, analizar y descarnar para que nunca más se haga presente entre nosotros: los argentinos, entre los años 1976 y 1980, apoyaron al gobierno militar y convirtieron a Videla en un presidente respetado que recibía a su paso el reconocimiento de la sociedad.
El desmoronamiento del plan económico, la represión callejera ante la reaparición de la protesta y la guerra en el Atlántico Sur hicieron caer el velo de lo que ya poco importa si fue un engaño o un autoengaño. Sobre los desmanes de la Dictadura, poco hay que agregar. Durante ocho años se adueñó del país una secta de criminales fundamentalistas que organizaron el más perverso sistema de exterminio del que se tenga memoria desde los tiempos de Hitler.
Miles de argentinos exterminados, centenares de criaturas robadas y oleadas de ciudadanos detenidos ilegalmente fueron sólo algunas de las expresiones de un tiempo tan siniestro como olvidable.
Debemos buscar la justicia y desterrar la venganza a la que pueden tender a inclinarse las víctimas desde su dolor. Pero no puede convertirse en una nueva cultura nacional que siga aquella siniestra tradición de la historia “que escriben los que ganan”.
No mintamos más. No nos mintamos más.