La selección argentina de fútbol que se alzó con la Copa Mundial de 1978 jugada en nuestro país, fue injustamente dejada de lado. Y sufrió todos los intentos posibles de hacerla desaparecer de la memoria nacional.
Aquel equipo de César Luis Menotti, caprichosamente emparentado con la dictadura, supuso uno de los mejores exponentes del fútbol de nuestro país a lo largo de la historia. El equipo se sostuvo en una defensa que jugaba con la sincronización y la tranquilidad que siempre le da a una zaga saber que a sus espaldas se encuentra un monstruo del arco, como fue Ubaldo Matildo Fillol, el mejor guardameta argentino de todos los tiempos. Y presentó un medio campo pensante en Ardiles, combativo en el Tolo Gallego y sacrificado en los cinco pulmones de Julio Ricardo Villa, que terminó siendo mucho más determinante de lo que a priori podría parecer.
El ataque punzante tuvo dos puntas enloquecedoras, de una habilidad pocas veces vista como en Houseman y Ortiz. Y sumó la potencia goleadora de Leopoldo Jacinto Luque, el centro delantero que pasó a la historia como un héroe cuando salió a la cancha contra Brasil a escasos cinco minutos de enterarse de la muerte de su hermano, y que dio batalla con un brazo atado por la fractura de su clavícula sin que eso le impidiera seguir en la cancha y brindar una inolvidable demostración de entrega al conjunto. Argentina clasificó ronda a ronda, no sin sacrificio.
Fillol y el penal atajado a Deyna en la primera, el viaje a Rosario para enfrentar a la difícil Polonia; Brasil, Francia e Italia en el camino; y aquel partido con Perú del que tanto se ha escrito y nada se ha probado jamás. Un partido en el cual la clasificación fue realidad no por la cantidad de goles convertidos, sino por un destino que quiso que los palos del arco nacional devolviesen dos tiros en menos de cinco minutos que, de haber entrado, hubiesen cambiado la historia.
¿Qué habríamos dicho si un resultado 6-2 nos dejaba al costado del camino? ¿El equipo “de la dictadura” estaría hoy convertido tan solo en una anécdota?
En el partido final, ocurrió algo similar. Argentina fue inmensamente superior a los holandeses; y si el marcador mostrase una diferencia de tres o cuatro goles, sería mucho más ajustado a la realidad que el escuálido 1-1 con que finalizó el tiempo reglamentario. Sin embargo, el tiro en el palo de Rensenbrink sobre el último minuto también podría haberle dado otro final al partido, y tampoco se hubiese llegado a ese alargue en el que el equipo del Flaco se llevó por delante a los naranjas. Fue todo fútbol, nada más que fútbol.
Todos y cada uno de esos leones se convirtieron, a poco de andar, en figuras del fútbol mundial. Y eso debería ser suficiente para que cualquier “leyenda negra” quedase a un costado del camino.
Passarella lució su calidad en la Fiorentina, de la que también fue capitán; hoy es miembro honorario de su Comisión Directiva y sigue luciendo con orgullo el hecho de ser el defensor que más goles convirtió en la historia de la institución. Ardiles y Villa, sobre todo el primero, fueron y son respetados en Inglaterra como glorias del fútbol de la isla por su desempeño durante muchos años en el Tottenham Hotspurs. Durante la Guerra de Malvinas, el público los ovacionó cada vez que salieron a la cancha, en señal de apoyo a quienes consideraban caballeros del deporte.
Bertoni, en la Fiorentina, llegó y se fue con el mote de “ídolo”. Fillol, Gallego, Tarantini y Ortiz se convirtieron en pilares del River multicampeón de aquellos años. Y Mario Alberto Kempes sigue siendo venerado en el Valencia, al que llenó de goles y de gloria.
César Luis Menotti merece un párrafo aparte. Acusado injustamente de ser “el técnico de los milicos”, pareciera que todos olvidan que fue designado a cargo de las selecciones nacionales durante el gobierno democrático de Isabel Martínez de Perón y bajo la intervención de David Bracutto. Es decir que al comenzar el proceso de Reorganización Nacional, Menotti ya era entrenador del conjunto nacional y se limitó a seguir en un cargo para el que no le faltaba, por cierto, legitimidad.
Caso muy diferente al de Carlos Salvador Bilardo, nombrado por Julio Grondona, a la sazón designado en AFA por el gobierno militar. Sin embargo, el grupo homogéneo y sin fisuras armado por Menotti no pasó a integrar oficialmente ninguna “generación del ‘78”; y el conjunto del Narigón, donde las peleas y los escándalos estaban a la orden del día, fue bautizado como la “generación del ‘86”, abriendo expectativas que nunca o casi nunca fueron cubiertas.
Por esas ironías de la poca memoria nacional, los que llegaron con la democracia son señalados con el dedo acusador como parte de la dictadura, y los que emergieron de aquella perversa maquinaria de muerte gozan de todos los privilegios y todos los honores. ¿Y la gente? ¿Cómo vivió la gente aquellos días de hace treinta y cinco años?
Todavía resuenan en los oídos argentinos los silbidos con que el estadio recibió, acompañó y despidió a Videla, Massera y Agosti durante sus estadías en la cancha de River. Tan estruendosas como los aplausos al equipo nacional cuando el “Gran Capitán” levantó la Copa que nos hizo disfrutar y, por un momento, olvidar el drama que vivía el país.
Ese día fuimos felices y lo demostramos. Las calles del país se llenaron como nunca antes de un pueblo que lloraba, reía y se abrazaba a un minuto de gloria que nos devolvía la autoestima perdida a bastonazos y tiros. Estábamos orgullosos de esos hombres que habían dejado el sudor y hasta la sangre para que pudiésemos, por fin, lograr la tan ansiada cima del mundo futbolístico. Pero cuando se apagaron las luces, se secaron las lágrimas y se aflojaron los cuerpos, la gota horadante de la mentira, esa que ha manejado nuestra historia, nuestra mente y nuestro corazón, se hizo presente para convencernos de lo que en realidad no había ocurrido.
Y los olvidamos. Los dejamos con un estigma que no les correspondía y que 35 años después y muy tibiamente, la generosa idea del líder de entonces parece querer empezar a borrar con el homenaje a su gran gloria en el Monumental.
Porque, una vez más, a los que cumplieron les dimos la espalda y a los que solapadamente quisieron esconder aquella gloria, los tomamos como héroes. Porque así somos los argentinos, aunque siempre hay tiempo para cambiar.
Incluso 35 años después y con mucha deuda que pagar con la Selección del ‘78.