Imposible no verla. “Si tanto te gusta el turismo, acógelo en tu casa”, dice la pintada en letras de estridente verde fosforescente. Un contraste notable en la piedra que brilla bajo el celeste intenso del cielo en Ibiza.
Un poco más adelante, otra leyenda insiste con la idea, aunque en términos mucho más categóricos: “Tourist, ¡go home!”, dice una pintada que manda a los turistas de vuelta a sus países. Y no quedan muchas dudas.
Esto ocurre en el centro de Ibiza, el buque insignia del turismo español. La isla paradisíaca con la que sueñan los europeos que durante buena parte del año anhelan el dorado del sol, el verde transparente de sus calas y el calor blanco de su playa.
“Esto es como la Meca. A Ibiza hay que venir, al menos, una vez en la vida”, dicen los amantes de la isla, que son legión.
Entonces, ¿cómo se explican las pintadas contra el turismo? ¿Cómo explicar los movimientos sociales que claman contra los “invasores”, tal como se habla del turismo que llega en junio y se marchan en septiembre, con el verano boreal?
A ese turismo, cada vez más masivo, y a quienes lo explotan se les atribuyen los principales males y enfermedades que padece la isla que enamoró a personas de todo el mundo.
Sobre todo, por el deterioro del medio ambiente, de las condiciones de vida y por el alza imparable de los precios. En especial, de la vivienda, convertida ya casi en un objeto de lujo. Algo que no todos pueden tener.
“Lo de Ibiza es una cuestión de magnitud. Todo se está yendo de las manos y eso complica la vida de los residentes”, dice a LA NACION Angels Bofil, una de las fundadoras de Prou (“demasiado”, en lengua balear), una activa plataforma ciudadana a favor de un “turismo sustentable” y una vida más armoniosa entre locales y visitantes.
Es una cuestión de contraste cada vez más agudo. De un lado, la belleza, el sol, el mar, el paisaje, el lujo, los restaurantes, los cruceros, los yates. Del otro, la miseria y el malvivir de muchos de quienes trabajan para que todo eso sea posible.
“Es que en Ibiza ya no es posible vivir dignamente”, dice Bofil. Es casi una paradoja. Muchos de los 130.000 habitantes permanentes de la isla tienen la sensación de que su vida cotidiana se aleja de las posibilidades del resto de los españoles.
Tienen que trabajar más y pagar más por tener menos. Policías, médicos, profesores, funcionarios, empleados de comercio. Una sensación que les va ganando a medida que pasan los años. Todo, dicen, por el empuje de un turismo imparable.
Cuna de la turismofobia
“Esto es pura turismofobia”, dicen quienes cuestionan la creciente prédica de plataformas que se plantaron contra las distorsiones que atribuyen a una mala política turística.
El término, de reciente cuño, define precisamente al fenómeno social que se moviliza contra el resultado adverso de la mala planificación en destinos turísticos.
Un movimiento que apunta a subrayar que, mal planificada, esa actividad genera a la larga más problemas que soluciones.
Ciudades como Barcelona, en España, y Venecia, en Italia, ya tuvieron brotes de ese tipo. Ibiza, en el archipiélago balear, al igual que Mallorca, marchan a la cabeza de esa corriente dentro del territorio español.
Pero no son las únicas. Y el turista queda en medio, como el jamón del sándwich, mientras tropieza de pronto con súbitas manifestaciones de protesta contra su presencia.
De los hippies al jet set
Primero fueron los hippies. Hoy, Ibiza es conocida como la isla con “mayor concentración de famosos” por metro cuadrado. Futbolistas, modelos, empresarios, figuras del jet set se apiñan en sus exclusivas calas.
Visitantes internacionales, como el clan de la familia real monegasca, con los Casiraghi a la cabeza y un listado que sigue con Naomi Campbell, Paris Hilton, Paul McCartney, Will Smith, Kim Kardashian, Leonardo DiCaprio, Mariah Carey, Justin Bieber, Kylie Minogue y un largo ectétera pasaron por Ibiza.
Cada tanto pasan George Clooney y su mujer así como Sting y Leo Messi quien, a través de su marca MiM, acaba de invertir en la compra del hotel Es Vivé de Ibiza, a partir de ahora MiM Ibiza Hotel. O, “el hotel de Messi”.
No sólo es la mayor concentración de famosos por metro cuadrado sino también el metro cuadrado más caro de España, con una suba empujada por los llamados “alquileres turísticos”, con el consecuente problema de vivienda para los residentes locales.
“Es muy simple. Yo antes pagaba un alquiler mensual normal. Pero el propietario prefiere rentarlo por día para turistas y no hay forma de competir con eso”, dijo uno de los tantos afectados por el fenómeno. “El turismo nos está echando de la isla”, dicen.
Emergencia habitacional
La isla vive una situación de emergencia habitacional por el alquiler turístico. Faltan médicos, policías, funcionarios de justicia y de tráfico y electricistas porque no pueden pagar el alquiler. Porque lo que ganan no les da para una vivienda.
Se estima que la isla tiene 82.000 plazas hoteleras. Una cifra superada por el alquiler turístico a partir de portales de Internet.
Así, los residentes llegan a pagar 500 euros mensuales por un colchón en un balcón, en una habitación compartida o en una casa rodante.
“Lo primero es conseguir dónde vivir”, dice el sitio oficial del gobierno local a la hora de dar consejo a quien quiera trabajar allí. Poco a poco lo mismo se traslada al turismo.
Visitantes que se apiñan de a doce en un departamento de un ambiente. “A los propietarios no les importa porque con lo que sacan en una temporada pueden amoblarlo de nuevo todos los años”, dice la Asociación por el Turismo Sustentable.
Isla de excesos
Otro conflicto latente es la isla mediterránea es la explotación, los ruidos molestos, la noche sin límites y sus consecuencias.“No nos proponemos cerrar las discotecas. Pero sí terminar con las que son a cielo abierto, porque su música se escucha en kilómetros a la redonda y eso no es justo”, sostienen.
La leyenda de la isla de fiesta permanente tiene difícil convivencia con la idea de un turismo de familia.
“Desde hace dos veranos se repite la noticia de extranjeros que caen de un balcón totalmente colocados, con alcohol o con droga”, denuncian asociaciones de familia. “Balconing” se llama el siniestro fenómeno y es uno de los últimos termómetros del exceso.
Exceso en todo: en explotación y en descontrol. La contracara es la turismofobia. Las ganas de poner coto y de preservar lo que queda del paraíso.