La enfermedad presidencial se presenta, para todos los argentinos, como una tentación inevitable de sacar a relucir lo peor de nosotros. ¿Es real? ¿Es inventada? ¿Es un drama o es una comedia?
Todo es posible. Tratándose de la Argentina y del peronismo, todo es posible. Lo cierto es que, en el nuevo escenario, Cristina tiene margen para muchas cosas, dentro de lo que “muchas cosas” puede significar en su decadente presente. No quiere seguir el camino de otros ex presidentes; y el peronismo quiere seguir en el poder sin que se lo vincule con la época que se va. Son, en última instancia, socios en la necesidad. E incorregibles.
Cristina quedó fuera de juego. Por motivos de salud -que, de ser ciertos, deberían despertar la preocupación de todos los argentinos- o por la potenciación de circunstancias políticas, que obligan a un peronismo eternamente resultadista a asumir que lo mejor que puede pasarle en este momento es sacar del centro de la escena a una figura que se ha vuelto irritante y “piantavotos” para el 80% de los argentinos.
Vamos por partes. De ser cierta la afección anunciada, de ninguna manera pone en riesgo la vida de Cristina ni es preanuncio de incapacidad alguna.
Estamos frente a una dolencia tratable y curable que, una vez resuelta quirúrgicamente, tal cual ocurrió esta semana, a lo sumo debe ser motivo de cuidado constante. Y debería servir, a quien la padece, para entender que no hay nada más importante que la salud; y que cuando aparecen síntomas tan evidentes como los que mostraba la Presidente en los últimos tiempos (intemperancia, ansiedad, descontrol de sentimientos, depresión y crispación en el rictus), es hora de visitar al médico, más allá del cronograma electoral.
Su marido tuvo mucho más poder que ella, y prefirió la política a la salud. Huelgan los comentarios.
Pero ocurre que es muy difícil creer “el comunicado nro. 1 del post-cristinismo” cuando uno conoce la amoralidad práctica que caracteriza a los protagonistas. Veamos, si no.
El kirchnerismo se desespera, por estas horas, por reacomodarse a un futuro que de ninguna manera lo tiene en cuenta. ¿Por qué? Porque el kirchnerismo (como el menemismo, el duhaldismo o el cafierismo) es una ficción de corto aliento dentro de esa inmensa masa de voluntades políticas que se llama “peronismo”, y que siempre está al acecho de oler a tiempo un cadáver para alejarse de él.
Sabe que del simple expediente de “convertirse en una declinante línea interna” (como lo hicieron sus antecesores en eso de los “ismos”) depende esa tranquilidad que los aleje de las rejas y los acerque a cargos menos lustrosos y rimbombantes, pero igualmente rentables. Y para eso, siempre hacen falta algunos mártires. Y Cristina es ideal para jugar ese rol.
No por heroica, nada más lejos de la megalómana personalidad de “la Jefa”, sino por inteligente. Sabe que un piadoso plano de salud quebrantada y un acuerdo entre “los suyos y los otros” la depositarán en una referencia histórica más digna que la de Isabel Perón y más cómoda que la de tantos que no pudieron disfrutar de sus fortunas mal habidas. Y de eso, por cierto, sabe bastante.
Más allá de pequeñas ventajas operativas que su estado le generan (no deberá dar la cara la noche de la derrota y, seguramente, reirá a carcajadas al ver “al bueno de Daniel” asumiendo todo el costo), esta oportunidad le abre todos los abanicos posibles para el día siguiente. Todos. Desde quedarse y “reinar sin gobernar”, hasta irse por culpa de la nana.
Aunque tras el horizonte aparezca la figura impresentable de un vicepresidente al que ella misma eligió -sin sentido ni razón alguna- y que en estos días de ausencia obligada comenzó a “obligar” a sus forzados compañeros de ruta, intentando hacer de presidente con diversas apariciones públicas que también obligaron al gobierno a prohibirle públicamente cualquier intento de exposición personal.
¿Qué buscaba Amado Boudou con su insistencia en mostrarse contra toda lógica? Posiblemente, advertir a quienes le soltaron la mano que no está dispuesto a languidecer en el anonimato, y mucho menos a convertirse en “el” María Julia del kirchnerismo.
Habrá que seguir muy de cerca los pasos de este Titanic aún con vida. Los seres inescrupulosos como él son capaces de revelar muchos secretos a cambio de impunidad. Y eso aterra al oficialismo.
¿Y el peronismo? ¡¡Eureka!! Se lleva puesto al kirchnerismo, a Cristina, a Scioli y a las culpas compartidas de la historia reciente.
Barrunta que después de las elecciones podrá consolidar un grupo cuantitativamente numeroso que, desde la vereda de enfrente, comience a narrar la propia historia del “no tuvimos nada que ver” que siempre le sirvió para volver rápidamente al poder, como si durante esta década hubiese estado de viaje por otro país.
Sospecha, además, que la fragorosa interna entre Scioli y Massa servirá de telón de fondo para una languidez del cristinismo que opere como amnésico para una sociedad que, entre problemas reales e indiferencia por todo lo que tiene que ver con la política, termine conformándose con un “por fin se fue” y, una vez más, deje de lado la persecución legal de los muchos casos de corrupción que existieron con la complicidad por acción u omisión de quienes aparecerán como nuevos cruzados.
Es decir, una nueva muestra del “gatopardismo”, que lo ha caracterizado desde el mismo momento en que asesinaron, perdón, en que murió su líder.
Todos contentos, felices e impunes.
Como corresponde a la Argentina y al peronismo. Que irá, por supuesto, a la búsqueda de un nuevo “líder”.
Y aquí no ha pasado nada…