Le faltaba un año para ser abogado, y más de diez para cumplir su condena por robos y secuestros exprés. Cuatro guardias armados lo llevaron a la facultad, en Recoleta. Entró y ya no lo vieron más.
Era viernes y, como ocurría tres veces por semana a esa misma hora, el penitenciario de guardia se acercó a la puerta y lo llamó por su nombre. Shiva Narada Benítez Díaz dejó de mirar el noticiero y salió del pabellón 50 del penal de Devoto. Ya tenía lista la mochila con los libros y apuntes. Fue identificado y pasó hacia el sector de la División Traslados. Como debían llevarlo a la Facultad de Derecho de la UBA, dos de los cuatro penitenciarios que lo acompañaban estaban de civil; y llevaban armas.
Llegaron a Recoleta en el mismo tipo de camión con que se traslada a cualquier preso. Entraron por una puerta interna de la calle Figueroa Alcorta y le quitaron las esposas para que pudiera tomar notas, como siempre. Después, ya no volvieron a verlo.
A partir de ahí, lo sucedido es un misterio. El preso se fugó. Al día siguiente hubo un allanamiento en su pabellón de Devoto. Un juez quiso incautar sus pertenencias, pero sus compañeros, apenas enterados de la noticia, habían agarrado todas sus cosas. Desde el viernes 28 de junio a la tarde, hace 17 días, Shiva, como lo conocían todos en el Penal, está prófugo.
Pocos presos escapan en su situación. El porcentaje de fugas es ínfimo comparado a la cantidad de internos que salen a cursar materias y regresan a sus celdas cada noche. Pero Shiva no volvió.
“Los penitenciarios te dejan en la puerta y te avisan a qué hora te pasan a buscar, no te custodian nada”, explicó a Clarín un ex interno que gozaba de salidas por estudio. Pero otro, que conocía a Benítez Díaz, sostuvo que sin ayuda es imposible fugarse: “Shiva movía buen dinero. La tiene que haber pagado. Es imposible que los guardias no te custodien, porque con una fuga se les abre un proceso penal”.
Benítez Díaz, nacido en Bolivia, se crió en un barrio porteño de clase media. Tiene 30 años y llevaba 5 en prisión. En 2010 había cursado el CBC de Derecho y desde 2011 estudiaba en el Centro Universitario de Devoto (CUD). Hacía un año y medio que, por sus buenas notas, salía a la facultad a cursar materias asignaturas que no se dictaban en el CUD. Estaba en la última etapa de la carrera.
Le faltaba un año para recibirse, dos para irse del país expulsado como extranjero y más de diez para cumplir su condena por secuestro y robo.
“Era una luz. Tenía una gran capacidad”, dice un ex profesor suyo. Por ejemplo, había rendido libre Derecho Tributario. Sacó un 9 y el profesor lo puso como ejemplo ante los demás estudiantes. El docente comentó que no entendía cómo “un alumno que está en la cárcel y estudia con material viejo, saca la nota más alta de la clase”.
En el CUD dicen que Benítez Díaz se pasaba el día con los apuntes en la mano. De los 25 presos de su pabellón, era el único que no tenía salidas transitorias. El pabellón 50, donde pasó sus últimos días, es de régimen abierto y de autodisciplina. Muchos salen a estudiar sin seguridad o a pasar los fines de semana en sus casas.
Antes de ir a Devoto, Shiva estuvo en la cárcel de Ezeiza. Había caído por secuestrar transas (vendedores de droga) del Bajo Flores. Los compañeros eran del Barrio Illia. Hacían secuestros exprés al voleo y llevaban a sus víctimas a la villa 1-11-14. “Gastaba todo en un cabaret de Recoleta. Ahí conoció a su mujer”, cuenta otro de sus allegados. Shiva decía conocer todo el país y algunos limítrofes. Había declarado ser comerciante y les decía a sus compañeros de cárcel que tenía negocios en barrios de clase alta y autos de alta gama. Le gusta la música electrónica. Y leer. Concurría a la biblioteca del pabellón asiduamente. Y había sacado, días antes de la fuga, “El Príncipe”, de Nicolás Maquiavelo. “Está muy por afuera del imaginario colectivo que puede tener la sociedad de un preso que se fuga. Por la pilcha, por el vocabulario. Es un señor”, cuenta alguien que lo cruzaba en las aulas.