La ideología del insulto

En  los primeros años del kirchnerismo,  era frecuente que sus detractores lo señalaran como “pintado de ideología” o “nostálgico de los setenta”. Hoy la cosa ha cambiado, y mucho.

Cristina ha ido demoliendo, paso a paso, todas y cada una de las características que su esposo le había dado al mentado “modelo”. A pesar de las constantes alusiones sentimentales al ex presidente, la actual mandataria parece tener una visión diametralmente opuesta de cómo  deben hacerse las cosas.

Ya en vida de Néstor, era común en los corrillos escuchar las anécdotas acerca de las agrias discusiones matrimoniales –en lo referido a la política, por supuesto- debido a visiones no siempre convergentes de los cónyuges. La narración de los hechos de la fatídica noche de la 125, con o sin zamarreo mediante, ha sido tal vez la más acabada demostración de aquellas diferencias de estrategia y de fondo.

Muerto aquél, Cristina fue cerrándose en sí misma, tomando cada vez más decisiones en soledad y apartando poco a poco de los centros de poder a muchos de los hombres de mayor confianza de su marido. Y todo aquello que hacía a la columna vertebral  de la acción gubernamental quedó poco a poco convertido en “relato” mientras la acción, la verdadera, pasa cotidianamente por otro lado.

Cristina no tiene la pasión política de su esposo. Si bien es también un “animal político” en plenitud, la mandataria se detiene mucho más en su persona y en sus gratificaciones personales de lo que lo hacía el santacruceño. Kirchner jamás detenía su acción o dedicaba tiempo alguno al cuidado personal. Por el contrario, es un secreto a voces que un porcentaje no menor de su prematura desaparición se encuentra en la desobediencia permanente a los consejos médicos y a la arrasadora actividad que desarrollaba diariamente; amén de algunos “desarreglos” de ingesta. Vivía para la política; y esa es la diferencia más notoria con su esposa. Porque en sentido contrario Cristina pretende que la política viva para ella.

En lo político, Kirchner no confiaba en nadie, pero además cotejaba cada dato con una obsesión casi enfermiza. La Presidenta, que comparte con Néstor aquellas desconfianzas, no chequea nunca nada y comete, por tanto, reiterados errores en base a informaciones erróneas que por interés o simple incapacidad le hacen llegar sus “colaboradores”. Hoy es un secreto a voces en la Rosada que Cristina –a quien han bautizado “la Reina”- se ha vuelto permeable a hacer fe en datos muchas veces disparatados, alejados de la realidad y que sólo sirven para enjugar responsabilidades de terceros.

Pero la puesta en evidencia de esas “patinadas” presidenciales y el creciente malhumor de una sociedad arrasada por la inflación y por la inseguridad la han puesto de tan mal humor que en los últimos meses parece haber abrazado una sola ideología: la del insulto.

Mientras la emprende contra todos con descalificaciones más afines a una reyerta barrial que a una responsabilidad institucional, Cristina no atina a resolver ninguna de las cuestiones urgentes que aparecen en el que sin duda es el peor momento de su gobierno. Y la sociedad, harta de gritos, admoniciones y amenazas, comienza a perder el miedo y a hartarse de un tono que poco y nada tiene que ver con la manera de ser de los argentinos. Porque además, y como siempre ocurre, los “correveidile” que rodean al poder se sienten habilitados por la grosería presidencial para dar rienda suelta a la propia y parecen competir para ver quién es capaz de dirigirse a la gente con mayor grado de descalificación y desprecio.

¿Por qué los argentinos tenemos que aceptar los insultos de Hebe, D’Elía o Aníbal Fernández?, ¿por qué?

Si Cristina no se da cuenta de que sus propios exabruptos o los de sus porfiados mastines le están costando un precio demasiado alto, cometerá un error del que le resultará imposible volver. Hoy ya no está Kirchner para absorber responsabilidades, ponerse sobre la espalda los errores de su inestable compañera, o domesticar a la tropa cuando alguno siente que tiene margen para sacar los pies del plato. Hoy está sola; o lo que es peor, está mal acompañada. Y está además expuesta a la mirada crítica de una sociedad a la que se le ha terminado la fiesta y recién ahora comienza a tomar nota del dispendio de dineros públicos que por subsidios, financiamiento de la politiquería o actos de corrupción ha hecho y sigue haciendo el Gobierno que ella encabeza.

La ideología del insulto es de corto vuelo; de muy corto vuelo. Insultar por izquierda en nombre de la “revolución” y claudicar por derecha en nombre de la impotencia es una estrategia que solamente un  maestro del juego pendular, como lo fue el fundador del justicialismo, puede llevar adelante con alguna posibilidad de éxito. Mientras no acepte la realidad de moderación que exige la sociedad argentina –al menos la parte sana de la misma- seguirá achicando su futuro, sus apoyos y su margen de acción. Pagar para ser aplaudida es una zoncera; pero terminar creyendo esos aplausos, es una verdadera estupidez.

Seguramente ha llegado el momento de pensar un estilo distinto, terminar con el relato fantasioso, poner manos a la obra en la solución de problemas reales de la gente real, convocar a quienes sean capaces de afrontar esa realidad con capacidad y entrega y guardar para siempre los insultos en cadena en un baúl al que la propia mandataria debería bautizar como el de “los malos recuerdos”.

Porque los argentinos –los que no cobramos para hacer como que somos amigos- nos preguntamos cada vez con más frecuencia por qué motivo tenemos que mirar para el costado cuando cualquiera, en nombre del modelo, se da el lujo de insultarnos como si fuésemos esclavos. Cualquiera, y sobre todo ella.

 

El secreto de tus tweets

pag.6 bCristina tuvo su sábado de furia. Aferrada a su cuenta de Twitter, la emprendió contra el mundo seguramente sin medir la conveniencia de frenar su incontinencia y recordar que esos febriles deditos pertenecían, nada más y nada menos, que a la Presidenta de la Nación.

Y Ricardo Darín fue el principal destinatario de sus enojos. Y lo fue tan sólo por plantear una cuestión que muchos argentinos tenemos como una pregunta fundamental al momento de abrir juicio de valor sobre la viuda de Kirchner y su gobierno: ¿de dónde sacó Cristina semejante fortuna?

Y si la respuesta ante la demanda es una soberana tomadura de pelo como la de afirmar que la amasó por ser “una exitosa abogada”, es probable que aquella duda casi generalizada se convierta en absoluta certeza de que algo turbio se esconde detrás del enriquecimiento presidencial. Ni qué decir cuando la jefa de Estado, para exculparse definitivamente y aventar dudas, recuerda que ya ha sido investigada al respecto… por Oyarbide.

La imagen de una mujer crispada, descalificando a quien le pregunta, como lo hizo en Harvard o ahora con Darín, se parece mucho a la histeria asustada del que sabe que ha cometido una incorrección y siente que ha sido descubierto. Y es factible que mucho de esto esté pasando por el ánimo de una mujer que en los últimos meses sólo ha abierto la boca para enterrarse debajo de sus propias palabras.

Una verdadera lástima; Cristina debería darse cuenta de que cuando le ha hablado al país con mesura y serenidad cosechó muchos más apoyos que cuando, como ahora, elige convertirse en “la mujer del látigo” que nadie digiere y que sólo puede aparecer en público rodeada de militantes que le hacen creer que “el pueblo” se emociona a su paso. Peligroso, muy peligroso. Y deplorable.

 

Que no sea verdad

pag.6 cHay quienes dejan trascender que la idea es crispar para arremeter. Enfurecer a la sociedad para justificar enfrentamientos que habiliten incumplimientos constitucionales en la marcha hacia “Cristina eterna”. Y que a ello se debería la absurda andanada contra una Justicia a la que la calenturienta cabeza de los “asesores” presidenciales anda con ganas de… ¡intervenir!

Ojalá no sea verdad; ojalá alguien pueda convencer a la mandataria de que sólo intentarlo representaría un error irreparable. Y ojalá ella esté aún en condiciones de entenderlo.