Es el título de una novela extraordinaormente documentada escrita por el portugués José Rodrigues Dos Santos, quien revela aspectos interesantes del pensamiento fundamentalista islámico que profesa el denominado Estado Islámico (EI), el cual, al tiempo que anuncia la resurrección del Califato retrotrayendo así la historia al siglo XVII, utiliza todos los medios modernos que Occidente ha creado para difundir su prédica salvaje y aleccionadora.
El asesinato por decapitación de James Foley, periodista estadounidense, registrada con fría precisión por un equipo de filmación que buscó luz, contraste, eligió ocasión y vestuario impactante para víctima (mono naranja) y victimario (ropaje negro absoluto), revela conocimientos refinados del sistema contemporáneo de imágenes, muy lejos del video cuasi casero que expone la humillación y asesinato de cuatrocientos soldados sirios capturados luego de la toma de una base militar del régimen de Bashir el Assad.
Para Occidente, es difícil comprender lo que está en juego. Muchos islamitas considerados moderados hacen cita del Corán. No obstante, en las madrazas en las que se predica el Islam wahabita, oriundo de Arabia Saudita, es más leído Sahih Al-Bujari, el que, sostienen sus predicadores, representa la colección más auténtica de dichos del Profeta Muhammad. Estos textos, sostenidos y promovidos por estos sectores, contienen la comprensión misma de la palabra del Profeta, y es una palabra de poder y de dominación, no de paz.
En Mar del Plata, en estos días, se ha dado mucha difusión a la construcción de una mezquita, la primera en la ciudad. Se celebra su arquitectura, el fino decorado islamita que luce su frente, y queda claro, por los dichos de un actor no identificado, que la misma está orientada hacia La Meca, para que los fieles cumplan con los cinco rezos diarios. Ya es posible ver circular por Mar del Plata a mujeres totalmente cubiertas por el tchador, como si estuviéramos en una Kabul controlada por el talibán. También es intensa y se hace sentir la actividad desplegada por los grupos islámicos en la red. El objetivo es claro: buscan la conversión, aseguran a potenciales miembros que es la única religión verdadera (un pecado que comparten con otras religiones), pero actúan con belicosidad extrema para imponerse frente a otras opciones, como queda en claro en estos momentos.
La situación es crítica, y la administración Obama no acierta a darse un rol en la misma. El petróleo todo lo tiñe, y sobre las contradicciones de Occidente y la culposa historia europea, el fundamentalismo cabalga feroz sobre la humanidad en un discurso de falsa tolerancia religiosa.
Los años por venir son de alta peligrosidad. Las naciones deben buscar valores sobre características comunes de convivencia, y evitar caer en actitudes y acciones en las que la tolerancia religiosa es una clara estupidez. No se trata de prohibir el Islam, sino de buscar un compromiso de acuerdo con las normas elementales de nuestra sociedad. Decir no a la Sharía, y sí al consenso de las leyes civiles, debe ser un acuerdo de políticas comunes a todos los sectores en países como la Argentina, donde se goza de libertades por las cuales a lo largo de la historia se ha derramado demasiada sangre.