Ya les dieron una casa a madres que luchan contra el paco y hasta restituyeron un club, entre otras iniciativas.
José Tito Romualdo Rostanzo no cabe en sí. La alegría lo desborda. “Hace diez años el club fue tomado por gente de mal haber. Era imposible entrar. Acá había una mafia de drogas. Hasta armas y chalecos antibalas había acá”. Ahora el club volvió a la vieja guardia, gracias a un juez, que se los restituyó definitivamente. Este mismo juez cedió otros lugares que usaban bandas de narcotraficantes como aguantaderos y depósitos de drogas a distintas organizaciones sociales, para que les den un uso solidario.
La historia del Club Atlético Piraña es como la de cualquier club de barrio, en este caso Parque Patricios. Un imán para los vecinos, un sitio de reunión y amistad. Tal vez el primer recuerdo que aflore sea que de allí salió Chirola Yazalde, pero hay muchas historias chiquitas por detrás. El propio Tito Rostanzo se casó ahí en el 75. El Piraña cayó en desgracia por el 2000. Como dice Tito, se fue metiendo gente rara, hasta que los vecinos no se acercaron más. Llenaron los vestuarios de chalecos antibalas, el bufet de drogas y las canchas de armas. Tras una investigación, el club de la calle Elía 678 fue cerrado y quedó técnicamente “en depósito judicial”. Es decir, inutilizable. Pero el juez Sergio Torres -al frente del Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal Nº 12- decidió otra cosa: devolvérselo a sus socios fundadores. Entre sus argumentos, cita un texto de la Organización Estados Americanos (OEA): “ sabido es que hay una pérdida importante del valor en los bienes incautados que afecta la enajenación de estos cuando se decreta el decomiso mediante la sentencia judicial ”. También habla de “ evitar que el predio pudiera volver a ser utilizado con fines ilícitos y recuperar el valor social de esa entidad deportiva ”.
Vecinos y socios firmaron varios petitorios pidiendo la reapertura del club para retomar su función social. El 15 de enero lo lograron. Hicieron maravillas: unos cien pibes juegan al fútbol, las chicas bailan salsa, los jubilados juegan a sus cosas. Volvió la murga, el teatro, las cenas y el bullicio vecinal. Falta arreglar la pileta. Necesitan socios y van puerta por puerta avisando a los vecinos que pueden volver.
Eso pasa en el sur. En el norte hay otra historia. Ocurre en la casa 305 del Barrio Mitre, ese que está hace como sesenta años, pero que se hizo visible ahora que se inunda p orque le construyeron un shopping al lado. El juez Torres entregó la casa –en carácter de depositario federal– a la Asociación Civil Madres en Lucha. Ese lugar, dice el expediente judicial, era usado “ como lugar de venta, depósito y distribución de sustancias estupefacientes ”. Sobre todo, paco. El juez cita la ley 23.737 (de drogas): “ Los bienes o el producido de su venta se destinarán a la Lucha contra el Tráfico ilegal de estupefacientes, su prevención y la rehabilitación de los afectados por el consumo ”. En eso están estas Madres en Lucha, son más de diez, con Marta Gómez al frente: “Este es un barrio problemático y el Estado a veces no llega”. En el Mitre viven más de 5.000 personas apiñadas en 324 casas. “Hablamos con los chicos, la droga es un tema candente acá. Logramos que se internen voluntariamente. Y atendemos la emergencia”. La droga no es el único problema del barrio, claro está. En la casa 305 dan apoyo escolar, asesoramiento jurídico y apoyo psicológico. Los nenes, cada vez que llueve, lloran como locos. No olvidan el metro y medio de agua que tapó sus casas llevándose lo poco imprescindible.
A las madres se les sumó Celia Giménez, una referente del barrio que vive allí desde hace 57 años. “El paco acá está muy fuerte. Nos enfocamos en los chicos de 10, 12 años, que es la edad en la que empiezan. Tratamos de mostrarles que ese no es el camino”.
Lo mismo dice Edith Benedetti, directora del Cenareso. El juez Torres les dio la casa 10 del barrio Zabaleta. El lugar –“ era utilizado como sitio de almacenamiento y distribución de narcóticos al menudeo, y escondite de armas de fuego ”– ahora es una “casa amigable” donde dan charlas a los pibes, ofrecen talleres de arte urbano, juegoteca y hasta vacunan. “Buscamos a los chicos en situación de pasillo que consumen, los invitamos a que vengan, se higienicen, coman, y les hablamos de los tratamientos. Lo más importante es que vean que tienen otra posibilidad de vida y con este lugar el mensaje es más fuerte”, dice Benedetti. Justo enfrente está la plaza Kevin. Kevin tenía 9 años y le metieron un balazo en la cabeza.