A veces da la sensación de que uno vive en dos o tres países al mismo tiempo y, lo que es mejor todavía, también en dos o tres planetas. Pasamos de uno a otro sin sentirlo, sin dolor, sin dormir. Basta con leer dos diarios, o ver tres canales, o escuchar cuatro radios. Cada uno cuenta la historia como quiere.
Varias cosas trastornaron al periodismo: los grandes grupos mediáticos con ambiciones planetarias, la instantaneidad y la noticia en directo, que modificaron las condiciones de investigación y el imperativo del rendimiento. Se presta una atención excesiva a los problemas técnicos, a las leyes del mercado, a la competencia, a los resortes del poder, a los lobbies económicos, a las innovaciones y al rating. Pero una atención insuficiente al análisis y a la verdad.
En su último libro, Ignacio Ramonet sostiene además que si antes la información se producía siguiendo el modelo fordista típico de la sociedad industrial (el producto se entregaba cerrado y listo para consumir), hoy asume la forma de un work in progress en constante evolución, un proceso dinámico y en buena medida colaborativo, más abierto y horizontal que en el pasado. Esto ha contribuido a debilitar el rol del periodismo como único generador de información, que se ha desmonopolizado a favor de internautas, blogueros, ciudadanos que pasaban por ahí con un teléfono con cámara, señoras enojadas.
En todo este birlibirloque, la profesión cree haber ganado espacio en el poder, y quizá lo esté perdiendo en credibilidad. El tema ya se discute en el terreno mismo de los periodistas, que se sienten en una morsa, apretados tanto por el poder político como por el económico, encarnado muchas veces por sus propios directores editoriales y/o jefes de redacción. Darío Aranda, joven colega golpeado en estas lides, cuenta su situación.
Noticias & Protagonistas: La historia dice que los periodistas argentinos tienen que pensar en ser contrapeso del poder. Alguna vez Página 12 irrumpió como contrapoder, ¿por qué hoy es otra cosa?
Darío Aranda: Porque sucede lo mismo que en todos los grandes medios de Buenos Aires; en los diarios de Capital está ocurriendo, como nunca antes, una gran presión de los editores de los diarios para ocultar lo que pasa. Se está dejando de lado una de las premisas fundamentales del periodismo que es decir lo qué está sucediendo, para que después la línea editorial del diario decida cuál será el enfoque. Pero lo que es cierto es que no se cuenta lo que sucede.
N&P: ¿Le han tocado ejemplos concretos?
DA: Sí, por supuesto. Les doy dos hechos puntuales y recientes: uno de ellos fue la represión brutal de una patota minera contra asambleístas que se estaban manifestando, totalmente silenciada por los medios capitalinos; y el otro fue el dudoso accidente de integrantes de la comunidad Qom en Primavera que terminaron con una niña y su abuela muertas, y que tampoco salió en los diarios.
N&P: ¿Lo presionaron para no publicarlos?
DA: En mi caso particular, cosa que vengo diciendo desde antes, hace años que tengo presiones para dejar de publicar cosas, y el punto máximo fue en noviembre, cuando asesinaron a un campesino en Santiago del Estero, Cristian Ferreyra, y en ese caso hice pública la censura, el cambio de la cabeza de un artículo, lo que originó una movida dentro del diario de la comisión interna, con repudio hacia la empresa y apoyo a mi denuncia. La última novedad es que este año estuve castigado con el piso de dos notas al mes; la semana pasada la comisión interna lo repudió.
N&P: ¿Le dieron una excusa, alguna explicación? Es obvio que el Gobierno está buscando el dinero que la minería puede dejar al Estado, y en el medio hay una movilización interna en contra que se extiende, muy combativa…
DA: Por un lado en la Argentina profunda hay una gran resistencia a la megaminería o a la actividad petrolera que avanza, y puede ser también el sector agropecuario de soja intensiva, que se cobra territorios indígenas sin ningún pudor. Hay mucha resistencia de organizaciones, y la respuesta privada y del Estado es la represión; claramente, cuando se dice que este Gobierno no reprime la protesta social, no es así, a lo sumo lo que se hace es tercerizar esa represión a través de gobiernos provinciales o patotas privadas. Lo que sí rescato, pese a que yo soy muy crítico de la gestión, es que en los grandes medios la presión no tiene que ver mayormente con el Gobierno nacional sino con los editores, que se transformaron en voceros del poder político o del económico.
N&P: ¿Vio la publicidad de la cámara minera, en la que se transmite el mensaje de que lo mejor para la ecología son ellos?
DA: Sí, la vi, es de locos. La cámara de empresarios mineros pautó en todos lados, incluyendo canales oficiales, a veces hasta más que en los opositores como Radio Continental, Mitre, Del Plata. Eso también condiciona. Si vamos a hilar fino, tampoco estoy en contra de la minería per se, pero estoy a favor de las poblaciones que quieren defender su territorio y el medio ambiente. En este sentido tengo la suerte de poder recorrer el país y pude comprobar en sitio que donde hay megaminería los lugares quedaron a la deriva, con el tejido social hecho pedazos, y con suelo, aire y agua contaminados
N&P: En nuestra sociedad hay una tendencia a atribuirle todo a los gobiernos, pero muchas veces son los intereses de los mismos medios, o de empresas allegadas que los usan para sus “megachivos”…
DA: En el desastre que se convirtió el periodismo porteño, los mal llamados “medios nacionales”, creo que no se le puede atribuir la culpa al Gobierno. Todos los gobiernos quieren aliados en los medios, pero en este caso son los empresarios, los editores que se volvieron comisarios políticos. Colegas de La Nación, Clarín, Página, todos pasan presiones terribles, y quiebran a los periodistas, les quitan las ganas de trabajar. No es cuestión de ser kamikaze. Pero si te mandan a cubrir una marcha y después no te dejan contar lo sucedido, no sirve.
N&P: A veces se hace el recitado de lo que ocurre, y al mirar, se ve otra cosa. Es irrespetuoso además para el ciudadano, como concepto primario de la comunicación.
DA: Y contra el derecho a esa comunicación. No debemos eludir las responsabilidades primarias del periodismo. Cuando lo denunciamos ante la comisión interna, muchos colegas me palmeaban la espalda y contaban que les pasaban cosas parecidas. La verdad que si nos acostumbramos, tenemos que hacernos cargo de que estamos mintiendo u ocultando. Hay que animarse, por los canales que sea, a denunciarlo, para no hacerle el juego a los editores que no hacen periodismo.
El síndrome “Tiburón”
Aunque todavía está lejos de ser total (el año pasado navegaron en Internet unos 2.800 millones de personas, equivalentes a 1 de cada 2,5 habitantes del planeta), la digitalización avanza: la extensión de las conexiones hogareñas de banda ancha, el acceso cada vez más frecuente al wi fi, la proliferación de smartphones, junto a la multiplicación de tabletas y la creciente penetración de las redes sociales, que funcionan como plataformas de entretenimiento y encuentro pero también como usinas y cajas de resonancia informativas; todo esto está cambiando aceleradamente el ecosistema informacional y está poniendo a los medios tradicionales frente a una crisis sistémica, se desprende del análisis del periodista José Natanson.
Acosada por la triple presión de la competencia con la web (en muchos casos con sus propios sitios), el auge de los periódicos gratuitos y la crisis económica mundial, la prensa gráfica sufre esta situación más que cualquier otro sector. Ahora, si a todo esto se le suma la pérdida de credibilidad, entonces la profesión atraviesa uno de los momentos más críticos, casi necesariamente fundacional de un nuevo estilo que hay que crear o re-crear para no caer en el deterioro en el que se sumergieron otras instituciones.
Hay coberturas verdaderamente impresentables, que tienden a novelar los hechos, a pintarlos de un color que no tienen y terminan confundiendo. Esto se multiplica en el verano, donde el intento de machacar con lo superficial termina banalizando la comunicación. Como en la película “Tiburón”, donde el alcalde pedía que no se informara para evitar que los turistas huyeran. Aranda cuenta que por el momento se mantiene en Página 12 “como colaborador permanente en un régimen particular porque no tenemos sueldo fijo sino que trabajamos a destajo, cobramos según lo que publicamos. Pero publico en otros colectivos de comunicación ambiental, comunidades indígenas, son cooperativos, comunitarios, ayudan a parar la olla”. Pero no es ese el caso. No debiera serlo.