Los problemas de conducta y las faltas de respeto en clase son un síntoma de la crisis de la figura del maestro. El testimonio de Andrea Testa, una profesora de secundaria que propone algunas ideas para volver a consolidar el lugar del docente.
“Autoridad” parece haberse vuelto una mala palabra. Tal vez como herencia de la dictadura, términos como ese -y sus compañeros “orden”, “disciplina”, etcétera- se consideran hoy conceptos caducos y anquilosados, que sólo funcionan en un clima represivo. Pero autoridad no es sinónimo de autoritarismo ni implica una vuelta a la escuela antigua, en la que algunos profesores se hacían “respetar” sembrando el terror entre sus alumnos.
¿Cómo reconstruir la figura del docente, tan necesaria para garantizar un buen aprendizaje, sin caer en los viejos modelos autoritarios? Para responder a esta pregunta, Clarín Educación entrevistó a Andrea Testa, profesora de Lengua y Literatura y de Comunicación en los colegios Nuestra Señora del Rosario y Liceo N° 9, de Belgrano. De su testimonio se desprenden algunas claves: la autoridad hoy no puede entenderse separada del afecto por los chicos, de un diálogo honesto con ellos y con sus saberes, de la humildad de reconocer lo que no se sabe pero también la firmeza de enseñar aquello que se considera valioso.
Si bien el debilitamiento de la figura docente forma parte de una crisis más amplia -la de la escuela como institución-, Andrea está convencida de que los maestros y profesores pueden conquistar la autoridad por medio de sus actitudes en el aula y, sobre todo, apostando a una formación sólida y permanente. De todas maneras, los esfuerzos están condenados a quedar truncos si no cuentan con el apoyo de los aliados más importantes: los padres.