La elección del Papa Francisco I será un nuevo desafío para la Iglesia Católica, ya que se pretende reformar el gobierno vaticano y recuperar el prestigio.
En vísperas del cónclave, el cardenal alemán Walter Kasper dijo: “hay que gobernar la Iglesia de otra forma. ¿Cuál? ‘Colegialidad’ es la palabra. Se necesita un gobierno horizontal. Hay que salir de este centralismo que no tiene nada que ver con el centro”.
Estas declaraciones de Kasper, que ha pasado años en la curia y es representante de una Iglesia dinámica y rica como la de Alemania, revela uno de los graves problemas del catolicismo actual. Pero hay varios temas importantes que surgieron en estos últimos días y que deberán ser tenidos en cuenta como cuestiones a resolver en el mandato del nuevo Pontífice.
El gobierno vaticano está dividió en dicasterios o ministerios, que se ocupan de las cuestiones fundamentales de la Iglesia. Pero no existe un consejo de ministros en el que se discutan los problemas globales. Es decir que cada uno de estos ministerios funciona por su cuenta. El único que generaría una coordinación entre ellos es el secretario de Estado, Tarcisio Bertone, elegido por Benedicto XVI pero que en el último tiempo ha sido un elemento de desunión.
La filtración de documentos privados del papa Benedicto XVI a la prensa o los hechos que tuvieron como protagonistas a la Banca Vaticana (IOR), son algunas de las cuestiones que deberán resolverse.
Para las congregaciones generales, los cardenales presentes en Roma han hecho ver la necesidad de que el IOR se adecue a la normativa fijada por Moneyval, agencia del Consejo Europeo que vigila la limpieza del dinero que manejan los bancos. La Banca Vaticana, que maneja bienes valuados en 7.000 millones de euros y distribuidos en 33.000 cuentas, que en más de un 60% pertenecen a personas o instituciones religiosas, ha funcionado hasta hace poco como si el Estado vaticano fuera un paraíso fiscal.
Angelo Sodano, el cardenal decano, recordó en su homilía de la misa Pro eligendo Romano Pontífice del martes, aquellas palabras que Benedicto XVI pronunció poco ante de su retiro: “a veces se tiende a circunscribir el término ‘caridad’ a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. Es importante, en cambio, recordar que la máxima obra de caridad es precisamente la evangelización, o sea, el servicio de la palabra”.
El cardenal Christoph Schönborn ha dicho, con respecto a la religión en el Viejo Continente, que “la Iglesia es vista casi como un cuerpo extraño”. Para recuperar la fe, hay dos líneas de pensamiento muy distintas. Una de ellas propone volver a una educación católica más importante, negando legitimidad al matrimonio homosexual y defendiendo la vida hasta el extremo de no permitir el uso de anticonceptivos. La segunda propone adaptarse a la realidad del mundo moderno pero manteniendo la esencia. Tal como trabajan los episcopados que aceptan el hecho de administrar anticonceptivos a mujeres violadas o aceptando el uso del preservativo para prevenir el SIDA. El tema es que los problemas que tiene hoy la institución han llegado a afectar a la religión en los distintos países, sobre todo teniendo en cuenta que el mensaje del Cristianismo se basa en el ejemplo. Y con los escándalos de Vatileaks o del IOR no han dado una buena y adecuada imagen. Tampoco en los casos que involucraron abusos sexuales. Joseph Ratzinger ha trabajado mucho en ese tema y ha tratado de revertirlo, tarea que le quedará a su sucesor.
Al presentar su renuncia, Benedicto XVI ha tenido un gesto revolucionario que causó un enorme impacto en el mundo. Si el Papa ha sido capaz de romper una tradición de 600 años, ¿por qué no lo puede hacer la misma Iglesia?
Durante su pontificado, Benedicto XVI ha hecho hincapié en el carácter misionero de todas las organizaciones religiosas que trabajan en el mundo atendiendo a los pobres, los inmigrantes y los refugiados políticos en zonas de guerra. Ha reformado hasta sus estatutos porque ha dicho que no se trata de que sólo funcionen como simples ONG, sino que debe prevalecer en ellas el impulso evangelizador. Además, ha tratado de superar las diferencias con la Fraternidad de San Pío X, que no reconoce las aportaciones del Concilio Vaticano II.
En el plano doctrinal, la Iglesia se enfrenta a interpretaciones muy diferentes de lo que es la esencia del Cristianismo. Un ejemplo: mientras en el mundo occidental muchos teólogos son partidarios de considerar como meramente simbólica la presencia del cuerpo y la sangre de Jesús en la Eucaristía y le restan importancia, por la falta de base bíblica, al dogma de la Inmaculada Concepción o de la Asunción de la Virgen, en otras partes del mundo el Catolicismo parece girar en torno a hechos milagrosos.
Entonces, el objetivo sería mantener el equilibrio entre las diferentes fuerzas, tendencias, intereses, poderes y contrapoderes.