La científica argentina Graciela Chichilnisky diseñó un prometedor elemento capaz que capturar el dióxido de carbono que flota en la atmósfera, para luego venderlo a las compañías que lo utilizan en distintos trabajos. Esto permitiría frenar el calentamiento global, una apuesta importante para el futuro del mundo.
Solucionar el cambio climático es el desafío de una científica argentina, Graciela Chichilnisky. Hace 6 años, entendió que el mejor camino para frenar el calentamiento era asociarlo a un negocio, entonces intentó darle un uso útil al dióxido de carbono (CO2), cuyo exceso en la atmósfera en la causa principal del aumento de la temperatura en el clima global.
Chichilnisky es hija de un reconocido neurocientífico y hermana de Tamara Di Tella, además de haber sido considerada una de las latinas más influyentes en los Estados Unidos por la revista Hispanic Business. Después de haber emigrado del país en los ’60 (después de la “noche de los bastones largos), consiguió dos antecedentes de prestigio como los “bonos de carbono”, un sistema que ofrece incentivos económicos para las empresas que reducen las emisiones contaminantes y fue incorporado al mecanismo de “desarrollo limpio” del Protocolo de Kyoto de 1997. Veinte años antes, en 1977, había creado el concepto de “necesidades básicas” con el que inició la teoría del “desarrollo sustentable” que equilibra el crecimiento económico con el cuidado del medioambiente.
Ahora, Chichilnisky asegura que encontró la solución para el cambio climático. La promesa pasa por sus planteos que, si logran capturar el dióxido de carbono, funcionarán en todo el mundo y se podría bajar la concentración de carbono en la atmósfera desde los actuales 400 ppm (parte por millón) a 275 ppm. Sería nada menos que volver a los valores de hace 250 años, antes de la revolución industrial. Ha desarrollado para ello una tecnología capaz de capturar CO2 en cualquier lugar del mundo, a un costo de 15 a 25 dólares por tonelada.
El proyecto formará parte de los once finalistas del premio medioambiental del empresario británico Richard Branson, que entrega 25 millones de dólares. La técnica fue desarrollada con la firma Global Thermostat (GT) y fue presentada como revolucionaria. Hasta ahora las máquinas que capturaban CO2 se debían colocar junto a las fábricas contaminantes para que tomen el gas, provocando que luego deba ser trasladado y haciendo más caro su aprovechamiento, pero ahora la tecnología de GT sólo requiere de una pequeña fuente de calor para funcionar en cualquier lado.
Pensando en los posibles compradores, figuran en la lista fabricantes de gaseosas que lo utilizan como insumo, procesadores de alimentos que lo emplean para refrigerar o también las petroleras que mejoran la productividad de sus pozos.
En declaraciones a Clarín, Chichilnisky, explicó por qué aún no se ha desarrollado en todo el mundo: “lleva tiempo, y empezamos hace sólo cuatro años. Después del experimento en la Universidad de Stanford, estamos comenzando con las plantas comerciales que venderán el CO2. Con más dinero, iríamos más rápido”. Sin embargo, el Gobierno no pone ese dinero: “Las decisiones de los gobiernos son complicadas. No tienen toda la información y temen ocasionar conflictos políticos. Cuando Obama logre el apoyo para enfocarse en este problema, seguro que nuestra solución va a ser adoptada y quizás hasta nacionalizada. Y si encontramos un buen mercado comercial para nuestro producto, no necesitaremos de ningún gobierno. Ya tenemos pedidos de Alemania, India, Japón y Estados Unidos”, aseguró.
Siempre se encuentra alguien que se opone en el camino y en este caso, serían los ambientalistas: “Sería demasiado optimista pensar que sólo la tecnología puede resolver el problema. Pero nuestra propuesta, o alguna similar, también tienen que existir. Seamos claros: tenemos que reducir la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera. No hay opción. Si seguimos aumentando las emisiones, vamos a tener algún tipo de cambio climático. No sabemos qué es lo que va a ocurrir exactamente, pero es seguro que corremos el riesgo de vivir eventos catastróficos”, advirtió.
Como parte de la solución, aparecen otras propuestas, como el bombardeo de la atmósfera con partículas que impidan el paso de los rayos solares o la manipulación de las corrientes frías en los océanos. Sobre este punto, Chichilnisky explicó que “manipular la atmósfera o los océanos es muy peligroso: los efectos inesperados pueden ser peores. Tampoco pienso como los ambientalistas que piden retroceder a un mundo en el que se use menos energía. Los países en desarrollo la necesitan para combatir la pobreza. Cuando inventamos esta tecnología, Eisenberger y yo decidimos que los países de América Latina, Africa y las pequeñas islas iban a acceder a ella sin pagar tanto. Son zonas que no contaminaron casi nada, y sin embargo están muy castigadas por el cambio climático. Las islas, por el riesgo de desaparición. África y América Latina, por las sequías en países que dependen mucho de la agricultura, y con poblaciones que tienen menos herramientas para defenderse”.
Las plantas de GT que capturan el CO2 son torres que trabajan como una colmena de paneles a los que se pega el dióxido de carbono. Una vez llenos, y tras la aplicación de calor y vapor, descienden para liberar el CO2. Las plantas con mayor eficacia pueden capturar un millón de toneladas de carbono al año. Se explicó además, que cuestan 40 millones de dólares y con la venta del CO2 capturado en dos años y medio se recupera la inversión. Ya se está construyendo una en Alabama con el apoyo del conglomerado japonés IHI, que aportó 15 millones de dólares.
La científica argentina calcula que en veinte años sus plantas funcionarán en todo el mundo y podría evitar el peligroso pronóstico que anuncia un aumento de dos grados en la temperatura para el año 2050.