La temporada ya terminó, si es que alguna vez empezó. Los resultados han sido pésimos, y sería una verdadera estupidez tratar una vez más de negarlo. Si no cambiamos, Mar del Plata fue.
Era evidente que iba a pasar; con sólo recorrer el espinel de los precios reales que se adelantaban para el período de verano –pese a la insípida retahíla de los gobernantes insistiendo en “acuerdos de límites”-, podía colegirse que la temporada iba a ser un fracaso. ¿Por qué?, muy sencillo: además de ser irracional el nivel de lo solicitado por bienes y servicios, pareció ignorarse que La Feliz, así como está hoy, debería haber bajado sus precios con respecto al año pasado.
Ciudad sucia si las hay, Mar del Plata recibió a sus visitantes repleta de marginales que hicieron imposible la vida de los turistas y se adueñaron de las calles en las que “trabajaban”, dormían y hacían sus necesidades.
Entonces, el eje turístico cambió; el microcentro se convirtió en tierra de nadie, y los visitantes buscaron el amparo de la zona delimitada por Alberti, Güemes y la costa. Claro que en el radio de la nueva “vuelta del perro”, los precios no son adecuados para un consumo masivo de clase media trabajadora que sigue siendo la que alimenta el turismo local.
¿Hemos perdido para siempre la ciudad “de Colón para acá”? Es probable que sí, y también lo es que la marginalidad violenta e intimidatoria que se ha hecho cargo de ella vaya pronto a buscar los nuevos territorios de los que antes hablábamos.
¿Hasta cuándo?, ¿hasta cuándo vamos a dejar que estas distorsiones avancen a vista y paciencia de todos?
Hoy la inseguridad condiciona las decisiones de los viajeros. El auge del turismo de cruceros (nada más seguro que una semana a bordo y en el medio del mar), que ha irrumpido en el mercado con precios accesibles y pagaderos en pesos y en cuotas y servicios de primera calidad, o la explosión de la región patagónica como destino vacacional demuestran claramente que la gente busca paz y tranquilidad como valor determinante.
Seguimos aguardando que los gobernantes se den cuenta de que estamos matando a Mar del Plata turística con la misma constancia y eficacia criminal con que matamos a la Mar del Plata pesquera.
Mientras tanto, nuestras autoridades parecen regodearse en el onanismo de estadísticas autocomplacientes y a la espera de un milagro que resuelva la cuestión sin lo que ellos llaman “costo político”. Y se equivocan, vaya si se equivocan. El costo político será el no hacer nada y seguir entregándonos a manos de la delincuencia y la marginalidad. La ciudadanía, cada vez más angustiada pero a la vez más furiosa, se está cansando de las palabras huecas, las mentiras y la inacción.
Máxime cuando tales actitudes del poder terminan afectando económicamente a los miles de marplatenses que viven del turismo y hoy ven que sus potenciales clientes se les escapan de las manos.
Hace no tantos años, Río de Janeiro padecía los mismos problemas que hoy nos aquejan. Sus visitantes comenzaron a abandonarla y buscaron otros destinos menos ruidosos, seguramente sin la magia de ese tesoro carioca pero en los que la droga no nadaba por las calles, la violencia no se encontraba en cada esquina y la marginalidad no agredía con la impudicia de su desesperación.
Y el “fascista” Lula decidió que ya era el momento de actuar y la militarizó. Sí: la militarizó. Aquel dirigente gremial que había estado preso del ejército, torturado y vejado por hombres de uniforme, entendió que el tiempo había pasado y que esas FF.AA. de entonces nada tenían que ver con estas que ahora, y ya desde hace un cuarto de siglo, se supeditaban a la democracia.
Y las usó: en menos de dos años, Río recuperó su esplendor y aun lo superó, de la mano de una naciente clase media que le ha dado un impulso diurno que garantiza una increíble tranquilidad nocturna.
Hoy ya no hay militares en las calles; hoy se ven muy pocos policías. Hoy ya no hacen falta… Actuaron, decidieron, resolvieron. Y lo hicieron en nombre del conjunto, de las mayorías. De los millones de brasileros que quieren vivir en paz, trabajar, crecer y progresar. De todos aquellos que, sin ser culpables de la marginalidad y sus vicios, no estaban ni están dispuestos a padecer sus consecuencias.
¿Y nosotros? Bien, gracias. Seguimos esperando que alguien se haga cargo, tome decisiones, nos saque la delincuencia de encima. Seguimos aguardando que los gobernantes se den cuenta de que estamos matando a Mar del Plata turística con la misma constancia y eficacia criminal con que matamos a la Mar del Plata pesquera.
Todos los proyectos son válidos y algunos de ellos suenan realmente magníficos. La peatonalización de la calle Rawson desde el nuevo centro comercial Terminal Vieja hasta la calle Güemes asegura el nacimiento de un nuevo polo de atracción. Pero esa peatonal, ¿va a estar llena de punguistas?, ¿ambulantes?, ¿musiqueros?, ¿cuidacoches y “trapitos”?, ¿vendedores de droga?, ¿gente durmiendo en las calles?
Si es así, ni se molesten en hacerla, será inútil, y sólo servirá para agravar la situación actual. La gente se está escapando, y no podemos permitir que eso pase. Tenemos la obligación (y la necesidad) de frenar este drenaje que cada año es más evidente. Los particulares, entendiendo que el nivel del turismo que nos visita requiere de precios razonables para servicios dignos. Y nuestros gobernantes, asumiendo la responsabilidad que les compete a la hora de garantizar la seguridad, la higiene urbana y el respeto a los espacios públicos.
¿Es mucho pedir? ¿Sí? Entonces deje; dediquémonos a otra cosa.
Este tipo de actitudes están absolutamente comprobadas y son muchas las denuncias al respecto. Inclusive se sabe que el propio jefe comunal envió a una pareja amiga a instalarse en la zona “prohibida” para corroborar el comportamiento de los permisionarios. Y quedó en claro que aquellos reclamos eran absolutamente fundados.
¿Entonces?, ¿no va a pasar nada?, ¿todo va a quedar en un “chaschás en la colita”?
Seamos claros: estamos ante un delito (coacción) y ante un severo incumplimiento de las condiciones de los pliegos licitatorios. No cabe entonces otra actitud que no sea la caducidad y la denuncia penal.
Al abuso que los empresarios hacen del espacio de sombra y a la sospechosa falta de control del municipio al respecto, se suma ahora esta insólita y patoteril actitud, que flaco favor le hace a la ciudad. A la inseguridad callejera debemos ahora agregarle la violencia organizada en las playas.
Cualquier actitud dubitativa o prescindente por parte de las autoridades nos habilitará a pensar que estamos frente a una complicidad que no entendemos y que pone en riesgo aún más el futuro de la Mar del Plata veraniega.
Caducidad y denuncia penal. Ni más, ni menos.