Los números que la propia Secretaría de Hacienda de la Nación ha dado a conocer en las últimas horas, demuestran que todo el discurso oficial acerca del desendeudamiento carece de solidez.
En 2012, Argentina se desendeudó por un monto, apenas, de U$S 412 millones pero se endeudó por otros U$S 17.800 millones, lo que indica la aceleración del deterioro y marca, además, el verdadero volumen del déficit fiscal. La brecha inmensa entre una cifra y otra es lo que con exactitud debió salir a buscar “afuera” la administración para financiar el gasto público. Y el entrecomillado no es casual: de esos más de U$S 17.000 millones que debieron conseguirse, el 69% fue extraído de las reservas, el Fondo de Sustentabilidad de la ANSSES y el Banco de la Nación Argentina. Eso muestra a las claras que el “afuera” es, en realidad, el “adentro”. Y que el Gobierno está descapitalizando a pasos agigantados a las tres patas principales del sistema financiero nacional.
Para completar un cuadro de situación alarmante, nos desayunamos ahora con que el total de la deuda pública (como corolario del pomposo desendeudamiento que con tanta vehemencia esgrime la Presidenta) es de U$S 203.000 millones, muy por arriba de los U$S 179.000 que existían al momento de…¡¡desendeudarnos!! Este es el escenario real de la economía con el que deberá lidiar el próximo gobierno.
Hoy debemos más que cuando comenzó este proceso de relatos sin fin y sin sustento. Hemos debilitado las reservas a tal punto que la base monetaria supera en un 72% el valor disponible de las mismas. Producto de la emisión sin respaldo ni control, tenemos una inflación que para el período junio2013-junio2014 proyecta un estimado del 32/34%. Hemos desfinanciado el fondo que garantiza las jubilaciones. Nos hemos “apropiado” del 32% del encaje obligatorio del Banco de la Nación Argentina. Y no tenemos la más mínima posibilidad de disponer de un financiamiento externo que nos permita, poco a poco, volver a la realidad.
En un documento oficial que el Gabinete en pleno presentó al Poder Legislativo, con la firma del presidente José Mujica y todos sus ministros, el gobierno uruguayo afirmó que las medidas dispuestas por la administración de Cristina Kirchner, con “cambio en las reglas de juego” y sumadas a “la falta de confiabilidad de las estadísticas oficiales“, han determinado un aumento de “la incertidumbre y desconfianza de los agentes económicos“. Y señala que eso explica la fuga de capitales, “la escasez de dólares” y el aumento del precio del dólar blue. A juicio de la administración del país vecino, todo eso “agrava aún más el problema” del “sector externo” argentino. Ésa es la imagen que se tiene de la Argentina en el exterior.
En el acto de despedida en el que Guillermo Moreno protagonizó un episodio cavernícola agrediendo a periodistas del diario Clarín, la propia Embajadora de los EEUU acaba de decir que en Argentina las cosas “son difíciles” por la forma que tiene nuestro país de “interpretar cuestiones primarias y absoluta sencillez”. Obviamente, se refería a la democracia y a los derechos.
Allí donde debería haber dólares, oro u otras monedas para respaldar el valor del dinero de los argentinos y defender al país de posibles shocks externos, hoy hay mayoritariamente títulos de deuda pública emitidos por el Tesoro Nacional. En total, la deuda “en papeles” alcanza los U$S31.500 millones sobre un monto de reservas totales de U$S47.704 millones. Y como si todo esto fuera poco, en el primer semestre de este año la relación deuda-PBI alcanzó el 44,6%, muy por arriba del relatado 6% que vaya a saber de dónde sacó la Presidenta; y cada vez más lejos del techo del 30% que los estándares internacionales requieren para que no se enciendan las luces amarillas.
La situación financiera nacional es, entonces, un verdadero desastre.
Y en la economía, ¿cómo andamos? No mucho mejor. Los precios internacionales de los comoditties no terminan de recuperarse y la actividad interna se desaceleró tanto en los últimos tres semestres que los recientes síntomas de crecimiento parecen un placebo para un enfermo terminal.
La sojización del agro, tal como prevenían los especialistas, se convirtió en un boomerang que pareciera haber iniciado ya su trayectoria de retroceso. Tierras degradadas por un cultivo tan fácil de controlar como perverso en sus consecuencias; y grandes superficies trigueras y maiceras que han sido suplantadas por la rápida e impresionante rentabilidad de la soja en los últimos años. Ni qué hablar de la producción ganadera, cada vez más declinante en el país. El stock nacional se ubica hoy en los mismos niveles de la década del ’70, mientras todos los países de la región han avanzado desde entonces hasta cuadruplicar sus cultivos y producciones.
Un verdadero disparate pensado con la mentalidad de ayer nomás: hoy por hoy, Argentina tiene que importar trigo, carne y lácteos que, obviamente, han sufrido la decadencia del sector ganadero. El propio Perón decía, en 1972, “el país no puede caer en la trampa de la ‘soya’ (así le se llamaba entonces a la soja), tenemos que duplicar en diez años la superficie sembrada de trigo y de maíz y triplicar nuestro stock ganadero. La riqueza de nuestras tierras tienen que convertirnos en el país diferencial en materia de alimentos y aplicar la industrialización a nuestros productos primarios”. Más claro, sencillo y razonable, imposible. ¿Será de Dios que en su nombre se hayan llevado adelante tantos desmanes?
La industria, mientras tanto, comienza a pagar el precio de los abusos de sus empresarios. En el medio del caos social de Brasil, la presidenta Rousseff pidió a los grandes empresarios de las automotrices paulista un esfuerzo extra para sostener las demandas sociales. La respuesta fue clara y contundente: solo ayudarán si el gobierno termina con los acuerdos del sector con la Argentina y acomoda el comercio bilateral a los costos brasileros y no a los argentinos.
¿Será posible? Es inevitable, Dilma no tiene margen. ¿Será grave? Apenas la quiebra de la industria nacional, aunque el “relato” lo disfrace de lucha por la liberación.
En resumen, todo huele a final de época. Se mintió mucho, se inventó más y se distorsionó todo. Así, es imposible que el resultado sea otro. Cuando todos los esfuerzos se ponen en la eternidad, invariablemente se desatiende la cotidianeidad. Y la democracia, a la que los políticos latinoamericanos han entendido como un sistema para trampear, manosear y eternizarse en el poder (desde Bolívar hasta la fecha), parece no haber sido entendida nunca.
“Cristina eterna” se comió a la “Cristina presidente”. Y en la búsqueda de aquél “para siempre”, se encuentra hoy con estos números y esta realidad que, sin posibilidad alguna de error, se la van a llevar puesta. Cristina se acabó. ¿Arrastró en su fracaso a la Argentina? Todo parece indicar que sí.