Laberinto

Terminó, al menos por ahora, la zaga que involucró durante quince días a la titular del Concejo Deliberante, Vilma Baragiola. Y lo que comenzó como un problema para la dirigente radical, se ha convertido ahora en un verdadero laberinto para el resto de los bloques.

A ningún buen director de teatro se le ocurriría acumular grandes actores sobre un escenario y decirles “bueno, ya tengo a los mejores, pero no tengo una historia”. Por el contrario, la lógica indica que una vez elegido el libro, el encargado de ponerlo en escena meditará quiénes son los intérpretes que por características y capacidad aparecen como los más adecuados para volverlo creíble y, sobre todo, exitoso.
En el cuerpo deliberativo local pasó todo lo contrario. Un grupo de entusiastas caníbales -que a poco de andar se convirtieron en vegetarianos- vieron que Vilma se había metido solita en una gran olla llena del más maloliente caldo, de ese que tanto le gusta beber a nuestra clase política. Y fueron por ella con la intención de fagocitársela y, con la vianda, llevarse para su casa esa altísima intención de voto que la radical tenía de cara al 2015 tras corporizarla en las urnas hace apenas un semestre.
Claro que en el camino, por el entusiasmo manducador, olvidaron cubiertos, aderezos, manteles y todo elemento necesario para semejante comida. Algunos, incluso, dejaron en un rincón sus propias dentaduras postizas. Y eso quedó evidenciado en la dificultad con que pretendían mordisquear sin que las supuestas dentelladas hiciesen mella en la humanidad del apetecido manjar.
Resultado: si bien Vilma sigue dentro de la olla, nadie puede por estas horas disfrutar alguna sobremesa, y las digestiones se han vuelto pesadas, flatulentas y malolientes.
Pocas veces se ha visto un caso de tal torpeza en la política lugareña. Cuando en la sesión de este jueves se podía observar la desorientación de los ediles, sin lograr consensos mínimos para producir algún cambio de los tan sonoramente anunciados a la prensa, se tomaba cabal conciencia de la mediocridad reinante por estas playas, o del temor que cada uno de los “denunciantes” tenía por la posibilidad de que un exceso de tono terminara con respuestas que los convirtiese en “denunciados”.
Porque tras el telón del “caso Baragiola” se esconde otra realidad mucho más grave, y que debería ser la que estuviésemos discutiendo por estas horas: la forma de financiar la política.
Vilma, que no es un avecilla inocente ni tampoco la encarnación de Satanás, cometió la torpeza imperdonable de olvidar el peso de su representación institucional y concurrir a la malhadada reunión con el Sindicato de Camioneros sin tener en cuenta que hoy encarna, junto con Gustavo Pulti en el Departamento Ejecutivo, uno de los poderes que la Constitución de la Provincia de Buenos Aires reconoce como soberano y representativo.
Y quien es la cara visible de la majestad democrática institucionalizada debe saber que aquello de “yo hablo con todos” es muy bueno a los oídos pero que por algo, en todos los edificios que contienen a los cuerpos deliberativos, hay un despacho con un cartelito en la puerta que dice “Presidencia”.
Para patear las calles están los otros concejales de su partido. Y si de hacer campaña se trata –lo que debería quedar ahora supeditado a su rol institucional-, ello debería llevarse a cabo en otros momentos, en otras circunstancias. Y tal vez, cediendo su proscenio y jugándose a gozar de menos prensa pero de más libertad.
Baragiola ha construido su muy sólido capital político en base a esa forma de ser. Siempre ha sido una política “laburante”, caminadora y cercana a la gente. Tanto es así, que en las encuestas realizadas tras la patinada no aparecen signos claros de un daño irreversible a su figura. Pero ahora debe cambiar. Tiene que entender que esta situación no es gratuita, y que solo dos caminos se le abren por delante: o modifica su estilo y se convierte formalmente en la titular de un cuerpo que también requiere de formas; o deja pasar el vendaval, abandona voluntariamente el cargo y vuelve a ser simplemente la “Vilma de la gente”.
Claro que para ello debería estar segura de que quien ocupe su lugar no terminará tirando distraídamente del carro en otra dirección. Pero esa ya es otra historia. Y serán los radicales quienes deberán resolverla clara y rápidamente.
Lo cierto es que su tropezón no es una golondrina que hace verano. Esta forma de financiamiento político es común en la Argentina y, por cierto, en nuestra ciudad.
El vaciamiento de la actividad; la falta de ideas que muevan a la gente a militar, participar y comprometerse en las campañas; el abroquelamiento de las estructuras partidarias en cotos personales donde los dirigentes se sienten dueños y señores; una forma de elección de candidatos que sigue siendo oscura y autoritaria; y la pérdida de un sistema serio de premios y castigos que obligase a los hombres públicos a esforzarse por hacer las cosas bien, todo eso ha conseguido que la política argentina quede presa de grupos corporativos que saben que aportando algunos pesos a los candidatos tendrán luego beneficios que ayudarán a multiplicar su inversión.
Todos lo sabemos, todos lo observamos y todos nos callamos.
La furia que hoy tiene la sociedad hacia su dirigencia no es más que el resultado culposo de no haber puesto esfuerzo alguno para controlarla. Es más fácil putear que participar, señalar que acompañar, acusar en lugar de hacer autocrítica.
Y mientras todo siga igual, nos tropezaremos con otras denuncias, otras voces alzadas, otros gritos entrecruzados, otras sobreactuaciones evidentes, y la verdad escapando avergonzada por el foro. Aunque en casos como este el escenario se convierta en laberinto, los actores sean de una mediocridad aterradora y al director se le haya olvidado buscar un libro que merezca ser llevado a escena.
Y aunque el público, abúlico y desganado, ni siquiera tenga fuerza para silbar.