“Jesús subió a Jerusalén y halló en el templo vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y cambistas sentados. Hizo un azote de cuerdas y los echó a todos del Templo” (Sn. Jn. II, 13-22). Como aquél mensajero de la paz, la Iglesia argentina parece ahora dispuesta a devolver golpe por golpe a los nuevos fariseos de la sociedad.
Con singular expectativa se esperaba el pronunciamiento de la Conferencia Episcopal, que hablaría de la violencia en la Argentina. Y esas expectativas no fueron defraudadas por los obispos.
Por el contrario, el documento que alumbró es de una singular dureza. Y, cosa rara en la costumbre eclesial, fue redactado con un lenguaje directo, sin eufemismos y sin posibilidad de doble interpretación.
La Iglesia advirtió que la Argentina está “enferma de violencia”, y aseguró que “los hechos delictivos no solamente han aumentado en cantidad sino también en agresividad”.
Con una mirada muy crítica sobre la violencia en la sociedad, el delito y el avance del narcotráfico, los obispos reclamaron celeridad a jueces y fiscales porque “la lentitud de la Justicia deteriora la confianza de los ciudadanos en su eficacia”. “Urge en la Argentina recuperar el compromiso con la verdad, en todas sus dimensiones. Sin ese paso estamos condenados al desencuentro y a una falsa apariencia de diálogo”, consideraron.
La respuesta del Gobierno, que de alguna manera oficializó a La Cámpora como la voz política autorizada del kirchnerismo, no se hizo esperar. Y marcó con claridad un escenario de conflicto que se mantenía larvado desde la fallida maniobra oficial para trabar la designación de Jorge Bergoglio como Papa (un papelón del que costará mucho tiempo olvidarse), pero que en realidad “estaba ahí” a pesar de las sobreactuaciones de Cristina cada vez que se encontraba con el Pontífice o se refería al él.
“La Argentina no está enferma. Sí vivimos una Argentina enferma de violencia en el ‘55, el ‘76, el ‘89 y en 2001”, aseguró José Ottavis, vicepresidente de la Cámara de Diputados bonaerense y nuevo secretario general del PJ nacional. “Seguramente, al país le faltan cosas para tener una salud completa. Pero después de haber superado todo eso, es bueno acordarse de lo que es de verdad una Argentina enferma de violencia, para no volver a cometer esos errores”, agregó más tarde.
También se pronunció en el mismo sentido el diputado Eduardo “Wado” De Pedro, uno de los dirigentes más cercanos a la presidenta Cristina Kirchner. “No se puede decir que la Argentina está enferma de violencia, como si esto fuera el ‘55 o el 2000, cuando estábamos todos en la calle”, expresó.
Todo parecía indicar que, una vez más, las críticas de los obispos recibirían la respuesta del Gobierno y todo quedaría así.
A lo largo de la década kirchnerista, muchas veces ocurrió que ante insinuaciones del Episcopado acerca de cuestiones como la pobreza, la corrupción y la violencia creciente, el Gobierno respondiera descalificando los dichos. Pero todo quedaba en un cruce más de los muchos que jalonaron un tiempo en que el enfrentamiento y el desencuentro marcaron la estrategia de acción de una fuerza política hegemónica. Pero esta vez no fue así. Con la misma claridad que muestra la redacción del documento, el vocero del Episcopado le recordó al Gobierno que es suya la responsabilidad primaria de mantener la paz social y luchar contra toda forma de violencia.
Jorge Oesterheld ratificó la denuncia de la Iglesia contra el Gobierno Nacional y “la clase dirigente” en su conjunto por el clima de violencia que vive el país.
El sacerdote retrucó los comentarios del jefe de Gabinete nacional, Jorge Capitanich, quien señaló que “no le compete” al Poder Ejecutivo Nacional “la responsabilidad primaria” en materia de seguridad, momentos antes de que la 107º Asamblea Episcopal emitiera una declaración formal sobre la problemática. En conferencia de prensa, el chaqueño había pretendido que esa atribución de lucha contra el delito le corresponde a las provincias.
“El Jefe de Gabinete habló antes de que salga el documento, como atajándose“, dijo Oesterheld. Y aclaró que el pronunciamiento se refería a otros puntos que nutren a la violencia y no se reduce a los delitos que atentan directamente contra la propiedad y la vida, como la corrupción y la mentira. “El clima de paz y de concordia en el país sí es responsabilidad del Gobierno Nacional“, ratificó.
El estilo Francisco, que parece ir ganando terreno en el mundo entero, apareció con plenitud en la Argentina. Y deberán cuidarse mucho Cristina y los suyos frente a este nuevo y duro fiscal moral que se le planta de frente y cubre un rol que, lamentablemente, han abandonado los partidos políticos: el de ser puente entre la sociedad y el poder.
Nadie puede esperar que los obispos tomen actitudes confrontativas ni salgan a trenzarse en alzados debates que dejan para el terreno de la política. Sin embargo, el lenguaje directo, la voz como expresión de la conciencia colectiva y la exigencia de una mejor calidad institucional y de vida, han tomado el centro de la escena. Y necesariamente, la actitud de la Conferencia Episcopal va a condicionar el contenido de los tiempos que vienen, y que son electorales.
Los temas, que son los de la gente, están puestos sobre la mesa. Y quien los ha servido es garantía de nuevos estilos para los nuevos tiempos.
Aunque la sangre no llegue al río. Es curioso observar cómo mientras azotaba las cuerdas para alejar a los mercaderes, a los bueyes y a las ovejas, y volteaba las mesas de los cambistas, a los que tenían palomas en sus jaulas, Jesús solamente les pedía que las alejen de allí y no empleaba violencia, porque los pobres animales no podían moverse solos y los hubiera lastimado al voltear las jaulas.
Y el documento de la Iglesia claramente quiere que se vayan los males, que retornen los valores perdidos que y no se vuelquen las jaulas.