Como en la hermosa canción “El Carcelero”, de Horacio Guarany, parece que en Mar del Plata también tenemos “dueños de los candados” o, al menos, quienes desean disponer de la cárcel de Batán como si fuese un hecho propio y aislado de la realidad. Sin embargo, sería bueno que mirasen su alrededor y tratasen de ver con claridad lo que es posible y lo que no. Porque la copla también decía “de nada vale que corran si el incendio va con ellos”.
Nadie en su sano juicio puede rechazar la idea de que alguna vez el presidio cercano a la ciudad de Batán sea desmantelado. La experiencia, desde su inauguración, no ha sido buena. Y la recurrencia de sus egresados en el delito fue una constante que mucho ayudó al crecimiento de la inseguridad en Mar del Plata y la zona. Ponernos a enumerar en esta nota los motivos de tales resultados sería tan ocioso como extemporáneo; las cosas son así, y punto.
Sin embargo, la idea de su traslado tiene que estar acompañada por visiones serias, fundamentadas y, sobre todo, realistas.
El Gobernador acaba de anunciar un estado de emergencia en materia de seguridad y, como una de las medidas concretas para combatir el flagelo, dispuso la construcción de cuatro cárceles en el territorio provincial. Y ello tiene relación directa con la insuficiencia en el alojamiento de procesados y condenados.
Sería bueno recordar que esa escasez se vincula directamente no tan solo con el hacinamiento sino, también, con la exasperante amplitud con que los jueces resuelven la libertad de delincuentes que, en realidad, deberían estar a buen resguardo por un tiempo.
Si desmantelamos Batán, habrá que reinstalar a sus “huéspedes” en alguna de esas cuatro nuevas cárceles -las demás están atiborradas-, lo que significaría un cambio de locación y no un aumento de disponibilidad, que es lo que se busca y lo que la gente solicita a gritos.
Descartado el delirio de históricos reclamos (“que los manden a Isla de los Estados”, “que vayan a picar piedra al sur”, “que levanten cárceles en la Antártida” y cosas por el estilo) por el simple hecho de estar hablando de delitos que violan el Código Penal de la Provincia de Buenos Aires y que, por tanto, deben ser juzgados y castigados dentro de su territorio, sería bueno preguntarnos entonces si no estamos obrando con desaprensión bonaerense y tratando de tirarle el problema a algún partido vecino, desconociendo que ya es tiempo de comenzar a pensar nuestro territorio como un todo y a actuar también en consecuencia.
Entonces, ¿es momento de proceder con lo que propone el proyecto #ChauCárcel, lanzado hace pocas horas por Emiliano Giri con el acompañamiento de José “Pepe” Scioli, Francisco De Narváez y sectores del radicalismo local? Ciertamente, no. Y eso no significa que la iniciativa sea mala, sino apenas extemporánea.
Hoy tenemos que sumar cárceles y restar delincuentes libres. Mañana, si hacemos las cosas bien, será el momento de pensar en traslados, demoliciones y otras yerbas.
El presidio de Batán debe ser bien administrado y adecuadamente controlado. Y sobre todo, se debe trabajar seriamente en el control ultramuros de quienes egresan del lugar. Es decir, debe convertirse en un eslabón del sistema carcelario que el hombre creó hace siglos como una forma de aislar a los delincuentes, del mismo modo que los hospitales aíslan a los enfermos y los manicomios lo hacen con los locos.
Sacarse de encima el problema y tirárselo por la cabeza a los demás es aceptar que hemos sido derrotados por la incapacidad, la corrupción y la desidia. Y creer que quienes salgan de penales geográficamente aislados se van a quedar dando vueltas por la inmensidad de la Pampa en vez de buscar rápidamente las grandes ciudades, es apenas una estupidez.
Tal vez, el esfuerzo de los propulsores del proyecto -con llegada directa a las autoridades provinciales- debería enfocarse en lograr de Scioli y su gente la garantía de que alguna de las nuevas cárceles se comprometa a alojar a quienes, cometiendo delitos en nuestra ciudad, excedan el número máximo aconsejado para que el penal de Batán cumpla adecuadamente con su función.
Lo demás, aunque deseable, no representa hoy un camino aconsejable para resolver el problema que vivimos.