Lo condenaron a cadena perpetua cuando tenía 15 años y quedó en libertad 7 décadas después: el increíble caso de Joe Ligon

Entró a prisión siendo un chico por un crimen que dice que no cometió: matar. Gobernaba Dwight Eisenhower. Este mes, regresó a un mundo desconocido.

Cualquiera acumula sus propias referencias existenciales. Algunos marcan un punto y aparte después de superar una grave enfermedad o sobrevivir a un trágico accidente. Joe Ligon dispone de una vara de medir sin igual. Nadie como él en Estados Unidos y, posiblemente, en ningún lugar.

Sabe perfectamente qué ha sido de cada uno de sus días desde febrero de 1953, recién inaugurada la presidencia de Dwight Eisenhower, a febrero del 2021, a los pocos días de la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca.

Jornada tras jornada –en su ruta ha habido otros once presidentes, diferentes pero iguales–, Ligon se ha pasado 68 años en prisión. Ha cumplido a pulso, como se dice en el argot penitenciario.

Ingresó en 1953 con 15 años. Le impusieron cadena perpetua. Es el reo que ha estado detrás de los barrotes por mas tiempo en este país habiendo ingresado como menor de edad. Es el símbolo de un legado trágico. EE.UU. lleva mucho liderando a nivel global el encarcelamiento de menores con pena de cárcel de por vida sin opción a una revisión, cuestión condenada por los grupos en defensa de los derechos humanos.

Un mundo desconocido

Pero, en la actualidad, Ligon es un octogenario que ha de enfrentarse a un mundo moderno del que conoce muy poco. Jamás ha tenido un piso, ni ha pagado una factura o ha sido padre. En estas décadas prácticamente toda su familia ha muerto o ha sido asesinada. Le queda una hermana y unos sobrinos y sobrinas. Tiene pocos dientes, escaso pelo, pero goza de buena salud. No toma pastillas, salvo vitaminas.

Al recuperar la libertad, Ligon resumió su sentimiento con una palabra al volver a pisar las calles de Filadelfia: “Beautiful”, hermoso. “Ahora soy un adulto, ya no soy aquel crío. Soy un hombre adulto y envejezco a diario”, comentó ante las cámaras. “Todo es nuevo para mí”, remarcó.

Su experiencia entre rejas es tan extensa que incluso ha sobrevivido a las mismas prisiones. Ha estado encerrado en media docena de centros. El penal que pasó más tiempo, Grateford, cerró en el 2018. En su juventud estuvo en Holmesburg, que también perdió su condición en 1995. En algún momento lo trasladaron al Eastern State Penitentiary, que abrió en 1829 y donde dejaron huella Al Capone o el ladrón de bancos Willie Sutton. Clausurada en 1971, hoy es lugar histórico. Ligon aseguró que no piensa visitarla.

Su padre, un aparcero de Alabama, juntó a la familia y la llevó al norte, a Filadeflia, para trabajar como mecánico. Joe tenía 13 años y a los 15 le cambió la vida. Cómo olvidar. Según su versión, aquella noche de febrero fue la primera vez que bebió. Él y cuatro amigos se tomaron dos botellas de vino.

Luego, cerca de su casa, en el barrio sur de la ciudad de Pensilvania, apuñalaron a ocho personas, de las que dos murieron.

En la prensa les dedicaron portadas y los bautizaron como “los cazadores de cabezas”. Su abogado lo instruyó para que se declarara culpable y que el juez determinara los crímenes. Admitió que apuñaló a una de las víctimas pero que sobrevivió. Nunca aceptó que matara a alguien.

Cadena perpetua. Desde entonces, uno de sus colegas murió en la cárcel y los otros tres ya consiguieron la libertad. Ligon continuó dentro porque se negó a aceptar la libertad condicional, precisamente por eso, porque condicionaba su libertad. Eso le impediría ir a visitar a su hermana a Nueva Jersey sin permiso.

Bradley Bridge, su actual letrado defensor, asumió el reto hace quince años. Bridge se dedica a tratar de liberar a este tipo de reclusos, que lo son desde menores, una práctica que ha descrito como cruel y desproporcionada.

El Tribunal Supremo decretó en el 2016 que esas sentencias de juveniles se debían revisar. Bradley le insistió en la libertad condicional. “No quiero que mueras en la cárcel”, le dijo. Pero Ligon optó por servir cuatro años más.

Uno de los problemas de reclusos tan institucionalizados es que el cambio de parámetros los lleve a la depresión y al suicidio. Ligon tiene a su familia y a su viejo amigo John Pace, de 52 años, otro exrecluso juvenil con el que estuvo en Grateford y que después acudió a la universidad. Trabaja en una organización que ayuda en la reentrada. Pace lo estaba esperando y le buscó lugar en un piso tutelado.

“No es un día triste –dijo Ligon a The Washington Post –, pienso en esto desde el primer día”.