Miles de voluntarios de Retake Roma se organizan para limpiar la capital italiana por su cuenta.
Son las siete de la tarde en la periferia del nordeste de Roma. Cinco personas, hombres y mujeres, armados con guantes verdes, estropajos, brochas y productos de limpieza, frotan con fervor las pintadas que algunos incívicos perpetraron años atrás.
Van vestidos con chalecos azules, el uniforme que distingue a los voluntarios de Retake Roma (recupera Roma), un ejército formado por ciudadanos que, hartos de la suciedad endémica que devora la capital italiana, han decidido actuar por su cuenta. No son trabajadores municipales, ni tampoco de ninguna empresa de limpieza. Son sólo residentes en Roma que luchan porque la ciudad eterna recupere su esplendor.
“Las pintadas más difíciles de limpiar son las más antiguas”, cuenta Emanuele Sabino mientras descansa a la salida de la parada de metro de Conca D’Oro, una de las zonas más críticas. Sabino comenzó a limpiar Roma por su cuenta en el 2015. “Paseaba a mi perro en el parque de debajo de mi casa y estaba lleno de cristales rotos. Como nadie los recogía, empecé a hacerlo yo, y me uní a Retake en el 2018”, explica este joven, de 31 años, que ahora ejerce de coordinador del grupo. Su pasión por Retake es tal que incluso después de terminar una larga jornada laboral como administrativo ha salido directamente hacia sus labores de voluntario.
Los chalecos azules de Roma nacieron en el 2010, después de que la estadounidense Rebecca Spitzmiller convocara a sus amigas a un zafarrancho general de limpieza. Los romanos tienen la sensación de que el estado de degradación de su ciudad ha empeorado en los últimos años, ya antes incluso de que la alcaldesa Virginia Raggi (Movimiento 5 Estrellas) entrase en el Campidoglio. Basta con dar un paseo para ver cómo la basura se amontona en los contenedores. La multiplicación de los socavones en el asfalto es otra queja recurrente de los vecinos, pero de eso ya no se encargan los retakers (así se llaman entre ellos).
La iniciativa ha ido creciendo tanto que el año pasado realizaron 570 intervenciones convocadas a través de sus grupos de Facebook. La primera fue en Villa Borghese, y participaron dos centenares de personas. Ahora, miles de ellas se unen en su tiempo libre para borrar pintadas, recoger basura, despegar chicles y pegatinas, despejar las alcantarillas o dar un lavado de cara a los postes eléctricos. El Retake ya se ha extendido a unas 40 ciudades italianas.
Spitzmiller, que vive en Roma desde 1985 casada con un italiano y enseña en la universidad, acaba de ser reconocida con la Orden del Mérito de la República Italiana por el presidente, Sergio Mattarella, por su labor al frente de Retake Roma. “Siempre ha habido colaboración con el Ayuntamiento y actuamos siempre conforme a la ley”, afirma a este diario. Pagan los productos de limpieza con sus propios ahorros, aunque de vez en cuando, si atacan las afueras de superficies comerciales, piden ayuda a sus propietarios. “Es como quien va a esquiar, que se compra sus propios esquís”, sonríe la fundadora.
Los diferentes equipos de retakers se organizan de manera autónoma por las redes sociales, dividiéndose por barrios, y actúan allí donde ven que es más urgente. Los voluntarios son gente de todas las edades y orígenes que han encontrado en Retake Roma desde un modo de socializar hasta una nueva forma de mirar la vida.
Como la maestra Elisabetta Forte, quien al volver maravillada de unas vacaciones en Minneapolis (EE.UU.), se dio cuenta de que Roma estaba hecha un asco y ya no podía soportarlo. Así que decidió que cada mañana recogería con una bolsa de plástico los restos de basura en su camino hacia la parada del autobús. Luego recapacitó –“¡No podía hacerlo todo yo!”– e investigando por internet se encontró con Retake. “Te juro que desde que he entrado he encontrado que esto es lo más importante de mi vida. Esta es nuestra casa, el lugar donde vivimos, y hay que cuidarla. Si las instituciones no pueden hacerlo, no significa que hayamos de vivir de esta manera”, añade la argentina Alejandra Alfaro, que se mudó a Roma hace ocho años. “Si no dejamos nuestra mentalidad individualista y actuamos como colectivo, perderemos la belleza de nuestras ciudades”, concluye la voluntaria.