Por cada español que regresó de Reino Unido el año pasado, tres hicieron la ruta inversa. La generación de la crisis vuelve a casa y se encuentra un panorama peor del que esperaba
Beca Fulbright en la Universidad de Pensilvania (Estados Unidos), un Erasmus en Irlanda, años de experiencia como asistente de español en Liverpool y Países Bajos y profesora asociada en la Universidad de Cardiff de Gales. Ni una página de su currículum sirvió para que Ángela, una traductora de 33 años, encontrara un puesto de trabajo digno cuando decidió volver a España. Las academias de inglés le ofrecían empleos por 3 euros la hora y los supermercados la rechazaban por tener demasiadas titulaciones. “Decían que si encontraba algo de lo mío les iba a dar la patada y que para eso preferían a alguien que no tuviera nada”, recuerda al teléfono desde Alicante. “He buscado puestos de recepcionista, de clases particulares, de camarera, de cajera… lo que fuese. No hay nada”.
Ángela es uno de los miles de cerebros que huyeron en busca de un futuro mejor cuando estalló la crisis en España. Después de pasar varios años en Reino Unido, primero como cuidadora de guardería y luego como profesora asociada en Cardiff, esta traductora decidió confiar en que, con lo peor del tsunami financiero ya superado, su currículum le abriría muchas puertas en su país de nacimiento. “Sabía que no iba a tener el mismo sueldo, pero pensaba que la calidad de vida que iba a ganar compensaría todo lo demás”, se lamenta. “Me di de bruces con la realidad”. Ahora trabaja como profesora asociada en una universidad pública, pero asegura que las condiciones no tienen ni punto de comparación con las que le ofrecían en Cardiff.
En los tiempos más duros de la crisis, Reino Unido fue como un oasis en pleno desierto para los jóvenes que, de repente, se vieron sin nada. La cercanía, la facilidad para aprender el idioma y los buenos sueldos en trabajos no cualificados como la limpieza de habitaciones o la hostelería motivó la famosa ‘fuga de cerebros’ al país anglosajón, convirtiéndolo en el primer destino migratorio. Las salidas no pararon de crecer. Según la estadística de migraciones del Instituto Nacional de Estadística (INE), si en 2009 se marcharon 4.150 españoles, en 2011 ya superaban los 7.000. No obstante, hay que tener en cuenta que los datos que proporciona el INE provienen de los registros en los consulados, por lo que podría haber muchos más casos.
Después de los peores años de la crisis, muchos de los expatriados decidieron volver para probar suerte cerca de sus familias y amigos. Pensaban que la tormenta había pasado y que, con la experiencia adquirida fuera, encontrar un buen puesto sería pan comido en un país que estaba empezando a recuperarse. En líneas generales, en estos últimos 10 años regresaron a España alrededor de 34.000 personas que, como Ángela, querían recuperar el tiempo perdido en su país.
La realidad fue otra bien distinta: se toparon con pocas posibilidades de conseguir un puesto digno y una estabilidad laboral que les permitiera pensar en el futuro. De repente, estaban atrapados en su propio país buscando cualquier cosa que les permitiera pagar el alquiler, pero sin encontrar nunca algo similar a lo que vivieron fuera. En el caso de Ángela, por ejemplo, es un requisito indispensable por la universidad tener otro trabajo además del de profesora asociada (sus ingresos en este puesto no superan los 600 euros). Eso implica que tenga que repartir su tiempo entre varios empleos para conseguir llegar a fin de mes.
“Si hago recuento, este año he estado trabajando de lunes a domingo entre 80 y 90 horas semanales y no he ingresado más de 800 euros como profesora asociada”, se queja Ángela. “Me he sacrificado durante 10 años para volver y quedarme sin nada”. Por eso, los que pueden vuelven a irse y, a los que no les queda más remedio que quedarse, se lamentan por haber dejado atrás la vida en Reino Unido.
La fuga al Reino Unido, en niveles de crisis
En el año 2018 ocurrió algo histórico en los saldos de migración españoles. Por primera vez desde el inicio de la crisis, los que volvían a España superaban a los que se iban. La emigración se había ralentizado paulatinamente hasta el punto de quedar un 15% por debajo del máximo alcanzado en 2015. Además, muchos habían vuelto con hijos pequeños, de entre 0 y 4 años, y también adolescentes; lo que garantizaba frenar, al menos unas décimas, el invierno demográfico.
Eran buenas noticias, por lo menos desde una visión general. Centrando las cifras únicamente en el Reino Unido, por ser el primer destino migratorio, el panorama resulta bien distinto. Según los datos más actualizados, en los últimos seis meses de 2018 emigraron a Reino Unido tres personas por cada español que volvió de ese mismo país. Esta ratio (que resulta de dividir la emigración entre la inmigración de personas con nacionalidad española) demuestra que la pérdida de cerebros con destino Reino Unido está alcanzando de nuevo los niveles detectados en plena crisis.
Un caso que refleja esta tendencia es de Erika, una asturiana de tan solo 23 años que se volvió con su marido y sus dos hijos a Reino Unido después de probar suerte en España para estar cerca de la familia. Mientras que allí cobraba 1.200 libras como camarera en una cafetería, en Asturias estuvo trabajando en una frutería, a media jornada, por 450 euros. Su marido, mientras tanto, lo hacía sin contrato en una fábrica de carne por 900 euros la jornada completa. “Yo ahora no tengo trabajo, pero mi marido cobra 2.000 libras al mes como vigilante de seguridad. En España con 1.300 euros no nos daba para todo y aquí podemos pagar el alquiler, la hipoteca del piso que tenemos en Asturias, la comida, las facturas y todavía nos sobra”, calcula Erika desde el jardín de su casa. “Aquí puedes comprar un kilo de galletas por 20 céntimos. En España es impensable”.
El Office for National Statistics, equivalente al INE español, no desglosa los datos sobre las ocupaciones por sectores por nacionalidad pero sí que tiene en cuenta a España junto a otros cinco países para calcular en qué sectores de empleo se localizan la mayoría de los inmigrantes. Tal y como reflejan las cifras, casi un tercio de ellos trabajan en puestos cualificados –como la educación, la enfermería o la medicina– y un cuarto en las conocidas como ‘elementary occupations’, aquellas relacionadas con la hostelería, la restauración o la limpieza.
La economía sostenida del Reino Unido es una de las principales razones que motiva a los españoles para hacer su vida allí, tal y como explica la socióloga Gema Sánchez. A pesar de que en los puestos especializados sí que se exige un alto nivel de idiomas y algunas titulaciones, los puestos de hostelería suponen una oportunidad para aprender el idioma y luego seguir escalando. “En estos puestos los sueldos están bastante por encima de la media española, por lo que a la gente no le importa empezar en un empleo que realmente no es de su sector”, explica.
Desde el año 2014, tal y como señalan los datos de Eurostat, el sueldo mediano anual del Reino Unido supera los 20.500 euros. En España, sin embargo, la cifra más reciente –actualizada a 2018– se mantiene en los niveles de la crisis: si en 2009 eran 14.795 euros, en 2018 son 14.785. En otras palabras: mientras que el sueldo en Reino Unido ha crecido en estos últimos nueve años un 30%, en España, lejos de aumentar, se ha desplomado un 4%.
En las páginas de Facebook que aglutinan a españoles emigrados en las principales ciudades de Inglaterra, las preguntas sobre la situación laboral en el país no dejan de repetirse. Tampoco las ofertas de trabajo en hoteles, restaurantes y bares, siempre con la misma coletilla: “¡No hay requisitos de idioma!”. Cuando se publica un anuncio así, no pasa mucho tiempo hasta que el ‘post’ se llena de gente interesada en el puesto. Los sueldos nunca bajan de 1.000 libras al mes.
El año pasado España consiguió cerrar el calendario con su mayor crecimiento de empleo en 12 años, con un número de ocupados muy cercano a los niveles precrisis. Pero eso no quiere decir que las condiciones laborales hayan mejorado. Es precisamente ahí donde, según Gema Sánchez, radica el problema. “Los sueldos se estancan. Puede mejorar el mercado laboral, puede haber más oportunidades de empleo, pero las condiciones no son mucho mejores que hace 10 años”, explica. “Si a eso le sumas que el nivel de vida sí se eleva, el recorte de ahorro es mayor”.
Ana Cabrero, una profesora zamorana de 29 años, sabe que al principio la vida en un país nuevo no es fácil. Estuvo trabajando como ‘au-pair’ durante un año, cobrando 100 libras a la semana. A pesar de esas condiciones, asegura que sentía cómo el país le ofrecía cientos de oportunidades para buscarse la vida de otra forma. “Las oportunidades que hay allí no tienen ni punto de comparación con España. Los comienzos son difíciles, pero no conozco a nadie que no haya encontrado trabajo con un poco de ganas”, asegura. “Tanto para trabajar en guarderías como de asistente de conversación te piden un nivel mínimo de inglés, la carrera y poco más”.
A día de hoy, esta joven trabaja en una academia de inglés en Zamora donde asegura estar contenta, pero no le ofrecen nada más allá de la media jornada. Antes trabajó en el comercio como dependienta, un puesto no cualificado, donde asegura que encontró las peores condiciones de toda su experiencia. “Yo entré en el mundo laboral cuando me volví de Londres y no encontré ni un contrato indefinido. En la tienda me explotaron todo lo que quisieron”, confiesa. “Ahora tampoco me da para independizarme. En un mes voy de vacaciones a Londres. A lo mejor en un futuro vuelvo para quedarme”.
Las empresas ignoran a los retornados
A pesar de que el sueldo es relevante, hay un factor no tangible que se vuelve fundamental para los emigrados una vez trabajan en el país anglosajón: la calidad humana de las empresas. Todos los entrevistados afirman que en cualquier puesto de trabajo, a diferencia de España, la salud física y emocional del empleado es una prioridad para los jefes. En el año 2016, el Gobierno de Reino Unido lanzó el ‘Wellbeing and Mental Health Action Group’, un plan de acción para concienciar sobre la importancia de la salud mental en los puestos de trabajo y garantizar espacios seguros que garanticen el respeto y el buen ambiente de trabajo.
“Los jefes son mucho más agradecidos aquí, por lo menos desde mi experiencia. Te miden la jornada, te dicen que has hecho un buen trabajo… en España eres la última mierda”, opina Fernando Casanova, un transportista de 38 años que ya lleva varios meses en Reino Unido, después de volver a España para no encontrar nada. “También te valoran más y puedes ir escalando mucho más rápido. En tres años puedes estar ganando 500 euros más, cosa que en España es inviable”.
Volver a casa después de varios años y encontrarte con una realidad tan distinta a la esperada supone un fuerte golpe psicológico para los retornados. La sensación de perder libertad, la diferencia en el poder adquisitivo, los valores del país de acogida y la pérdida de vínculos provoca tal torrente de dificultades emocionales que este síndrome ya tiene un nombre: choque cultural inverso. Raúl Gil, confundador de Volvemos, un proyecto que busca facilitar el retorno de talento a España, afirma que es un fenómeno repetido en cualquier emigrado, pero que se acentúa especialmente en los que vuelven de Reino Unido, dada la gran diferencia de condiciones laborales entre ambos países.
“El problema es que se concentra toda la felicidad en el retorno. Muchos asumen que volver a España va a suponer que todos los problemas se arreglen. Pero como ellos, el país también ha evolucionado y la situación ya no es la misma”, explica el experto. Por este motivo, explica, es importante tener varios objetivos resueltos antes de coger el avión: contar con un empleo puente –que permita vivir hasta encontrar otro mejor–, saber todas las trabas que puede poner la Administración a la hora de volver y, sobre todo, gestionar las expectativas. “Las quejas sobre la falta de empoderamiento laboral en España dicen cosas muy poco buenas de nuestro país. Si te obligan a volver a la casilla de salida, normal que te decepciones”.
Algunas comunidades autónomas ya han empezado a plantearse cómo asegurar un buen estado de bienestar a los que vuelven a casa después de la crisis. En enero de este año, la Dirección General de Juventud de Cataluña realizó uno de los estudios más exahustivos sobre la emigración y el retorno, centrando el enfoque en las competencias que los retornados adquieren en el extranjero –idiomas, liderazgo, autonomía, capacidad de decisión y un largo etcétera– y cómo aprovecharlas de una forma justa en España. “Las empresas españolas deberían trabajar mucho más la comunicación con los profesionales, para conocer bien cuáles son sus aptitudes y cómo pueden aprovecharlas”, explica Raúl. “Facilitar esto es fundamental para que los que han vuelto no quieran irse de nuevo”.