Los lobos cachorros son adorables… hasta que llega el llamado de la naturaleza

Estoy sentado en una especie de corral al aire libre con cuatro cachorros que me muerden los dedos, el sombrero y el cabello, mientras me orinan encima por la emoción.

A las 8 semanas de edad, miden 60 centímetros de la cabeza a la cola y deben pesar unos tres o tres kilos y medio. Gruñen y se jalonean para reclamar la posesión de un trozo de cuero de venado bastante masticado. Lamen mi rostro como si fuese un viejo amigo o como si hubiesen encontrado un juguete nuevo. Son como perros, pero no tanto. Son lobos.
Cuando alcanzan su máximo crecimiento, a los 45 kilos, sus mandíbulas son tan fuertes que pueden romper los huesos de un alce. Pero, debido a que estos lobos han estado cerca de los humanos desde que eran ciegos, sordos e incapaces de ponerse en cuatro patas, siguen permitiendo que la gente se les acerque, que les hagan análisis, que les rasquen detrás de las orejas… si todo sale bien.
Sin embargo, aun los humanos que los criaron deben tener cuidado. Si una de las personas que les dio el biberón y fungió de madre casi desde su nacimiento se lastima o se enferma, no podrá volver entrar en el corral para evitar una reacción depredadora. Nadie hará que estos lobos lo persigan ni perseguirá a los lobos. Cada uno de los cuidadores experimentados estará alerta. Porque si en una cosa estamos de acuerdo todos los especialistas en perros y lobos es la siguiente: no importa cómo críes a un lobo, no puedes convertirlo en un perro.
Aunque los lobos y los perros son muy cercanos (algunos científicos los clasifican dentro de la misma especie) tienen sus diferencias. Físicamente, las mandíbulas de los lobos son más poderosas. Solo se aparean una vez al año, no dos veces como los perros. Y, en cuanto a la conducta, quienes tratan con lobos aseguran que sus instintos depredadores se despiertan con facilidad en comparación con los de los perros. Son más independientes y posesivos cuando se trata de comida y otros objetos. Gran parte de las investigaciones sugiere que cuidan mejor de sus crías. Y jamás demostrarán una amistad al nivel de “amo a todos los humanos”, como los labradores.
El consenso científico establece que los perros evolucionaron de una especie de lobo que se extinguió hace 15.000 años o más. La mayoría de los investigadores cree que no se trató del robo de un lobezno de la manada, sino de un grupo de lobos que pasó más tiempo cerca de seres humanos con el fin de alimentarse de las sobras de los cazadores. Con el tiempo, algunos de estos lobos dejaron de temerle al ser humano, pudieron acercarse cada vez más, comer más, y tener más crías que heredaron un ADN que hacía menos temerosos a los lobos. El patrón se repitió durante generaciones hasta que los lobos evolucionaron en lo que, en términos no científicos, podemos llamar amigables. Esos fueron los primeros perros.
Las personas deben pasar 24 horas al día, siete días a la semana, durante semanas eternas con los lobeznos para garantizarles que los seres humanos son tolerables, mientras que los cachorros de los perros se encariñan con el primer humano que se les acerca. Incluso los perros callejeros que han tenido cierto contacto con las personas en el momento preciso pueden ser amigables.
A pesar de todas las similitudes, hay algo profundamente distinto en los genes del perro, o en la forma y el momento en que esos genes se activan, y los científicos tratan de determinar qué es con exactitud.

Hay pistas

Investigaciones recientes sugieren que la simpatía de los perros podría deberse a algo parecido al síndrome de Williams, un trastorno genético humano que ocasiona una hipersociabilidad, entre otros síntomas. Las personas que lo padecen son amigables con todos sin los límites habituales.
Otra idea que se estudia es si un retraso en el desarrollo durante un periodo clave de socialización en los primeros años de vida del perro podría marcar la diferencia. Dicho retraso podría descubrirse en el ADN, más probablemente en las secciones que controlan el momento y la fuerza con la que se activarán los genes y no en los genes en sí mismos.

Durmiendo con lobos

Zoo Académie es una mezcla entre un zoológico y un centro de entrenamiento a dos horas de Montreal. Jacinthe Bouchard, la propietaria, ha entrenado animales domésticos y salvajes, incluyendo lobos, en todo el mundo.
La primavera pasada cruzó dos camadas de lobeznos de dos hembras y un macho que ya tenía en el zoológico. Ambas madres dieron a luz en el mismo redil casi al mismo tiempo, a principios de junio.
Comenzaron el arduo proceso de socializar a los lobeznos. Bouchard y su asistente permanecieron con los animales día y noche durante las primeras semanas, y después comenzaron a reducir de forma gradual el tiempo que pasaban con ellos.
El 30 de junio, la bióloga evolucionista Kathryn Lord y Elinor Karlsson se presentaron con varios colegas, entre ellos Diane Genereux, científica investigadora en el laboratorio de Karlsson que realizó gran parte del trabajo genético.
El trabajo de Lord y de Karlsoon combina los estudios conductistas y genéticos de los cachorros de lobos y perros.
Lord es veterana de los cuidados maternales de lobo. Ha criado cinco camadas.
“Debes estar con ellos las 24 horas del día, siete días a la semana. Eso significa que debes dormir con ellos y alimentarlos cada cuatro horas con el biberón”, comentó Lord.
Además, añadió Bouchard, “no nos bañamos” los primeros días, para permitir que los cachorros tengan un sentido más claro de a quién están olfateando.
Eso es muy importante porque los lobos y los perros pasan por un periodo fundamental cuando son cachorros y exploran el mundo, pues aprenden quienes son sus amigos y quienes son su familia.
Con los lobos, se cree que ese momento comienza a las dos semanas de nacidos, cuando son sordos y ciegos. El olor lo es todo.
En los perros, ese momento comienza aproximadamente a las cuatro semanas de nacidos, cuando pueden ver, oler y escuchar. Lord cree que este cambio en el desarrollo, que permite que los perros usen todos sus sentidos, podría ser clave para su mayor capacidad de vinculación con los seres humanos.
Quizá, al tener más sentidos funcionando, tienen una mayor capacidad de generalizar al tolerar seres humanos con un olor determinado y luego tolerar seres humanos en general con un perfil de olor, apariencia y sonido.
Al final del periodo crítico, los lobos, y a un menor grado los perros, experimentan una especie de inicio de ansiedad ante los extraños parecida a la que experimentan los bebés humanos cuando la gente que no pertenece a su familia de pronto se vuelve atemorizante.
Las probabilidades de identificar genéticamente la modificación en esta etapa tan crítica son remotas, pero Lord y Karlsson creen que vale la pena investigar.
Hay dos aspectos que los científicos quieren explorar. Uno, dijo Karlsson, es: “¿cómo se convirtió un lobo que vivía en el bosque en un perro que vivía en nuestro hogar?”
El segundo aspecto es si el miedo y la sociabilidad de los perros se relacionan con las mismas emociones y conductas de los humanos. De ser así, conocer a los perros podría ayudarnos a comprender algunos aspectos del ser humano en los que se afecta la interacción social, como el autismo, el síndrome de Williams o la esquizofrenia.
Los lobeznos de la Zoo Académie tenían solo tres semanas de nacidos cuando llegó el grupo de investigadores. Yo me presenté a la mañana siguiente y caminé hasta la sala llena de colchones, investigadores y cachorros.
La primera parte de la prueba de Lord consistía en confirmar sus observaciones de que el periodo crítico de los lobos comienza y termina más pronto que el de los perros.
Lord creó un procedimiento para poner a prueba a los cachorros exponiéndolos a algo con lo que no hubieran tenido contacto antes: un artefacto que zumba y vibra para asustar a las aves, un trípode y el móvil de un bebé.
Cada semana ponía a prueba a un cachorro de manera que ninguno se acostumbrara. Colocaba al cachorro en un área pequeña con barreras bajas a modo de muros y encendía el móvil. Ella se escondía para no distraer al cachorro. Las cámaras de video registraban la acción y mostraban que los cachorros se tropezaban; luego caminaban alrededor del objeto extraño, se alejaban de él con timidez o subían para olfatearlo.
Antes y después de la prueba, Lord recolectaba orina para medir los niveles de la hormona llamada cortisol, que se eleva en momentos de estrés. Si el cachorro del video no se acercaba al monstruo y los niveles de cortisona se elevaban indicaba que el cachorro había comenzado a sentir miedo ante objetos nuevos, lo cual podría detener su exploración. Eso confirmaría el momento del periodo crítico.

Cuando crecen

¿Y cómo son los lobos socializados cuando crecen, una vez que el misterioso motor genético del perro y el lobo los envían en direcciones opuestas?
También visité Wolf Park en Battle Ground, Indiana, un zoológico de 26 hectáreas donde Dana Drenzek, la gerente, y Pat Goodmann, conservadora en jefe de los animales, me llevaron a un recorrido por los alrededores y me mostraron no sólo a unos cachorros que estaban socializando, sino a algunos lobos adultos también.
En la década de los setenta, Goodmann trabajaba con Erich Klinghammer, fundador de Wolf Park, que desarrolló un modelo de 24 horas y siete días a la semana para que los lobeznos socializaran, exponiéndolos a humanos y después a otros lobos, para que se relacionaran con su propia raza pero siguieran aceptando la presencia y la atención de los humanos, incluso de los humanos invasivos como los veterinarios.
El enorme redil al aire libre para los cachorros estaba lleno de catres y hamacas para los voluntarios, puesto que los lobos ahora rondaban entre las 9 y las 11 semanas y vivían al aire libre todo el tiempo. Había escondites de plástico y madera para los cachorros, además de muchos juguetes. Parecía una zona de juegos para infantes, a excepción de las sobras de comida: una clavícula o una espinilla de venado y otros huesos de costillas, patas y del lomo, algunas veces con restos de piel o de carne.
Los cachorros eran extremadamente amigables con los voluntarios que ya conocían y más o menos amistosos conmigo. Los lobos adultos que conocí también fueron corteses, pero distantes.
Doug Smith, quien trabaja reintroduciendo lobos salvajes en el Parque Nacional de Yellowstone, señaló lo que todos los especialistas en lobos comentan: que aunque los lobeznos parezcan perros, no lo son, que tener como mascota a un lobo o a un híbrido de perro-lobo es una pésima idea.
“Si quieres un lobo, cómprate un perro”, dijo.