Los mitos y verdades sobre el origen de los vibradores

En Gran Bretaña, Estados Unidos y otros rincones del mundo, muchos ya han escuchado la historia de que los pioneros en el uso de vibradores fueron médicos del siglo XIX para tratar a las mujeres con “histeria”, término hoy extinto que cubría de todo, desde dolores de cabeza hasta colapsos nerviosos.

Ellos usaban el vibrador para llevar a las pacientes al orgasmo, ahorrándoles así una ardua tarea manual.

Esta es ciertamente una historia memorable que ganó popularidad en películas, filmes premiados y diversos documentales. Hemos sido atrapados por esa narrativa, pero las evidencias sugieren que esta historia no es más que ficción.

La idea de que los médicos utilizaran vibradores para masturbar a las mujeres con histeria viene del libro “The Technology of Orgasm: “Hysteria”, the Vibrator, and Women’s Sexual Satisfaction” (La Tecnología del Orgasmo: “histeria”, el vibrador, y la satisfacción sexual femenina). La publicación de 1999 fue escrita por la historiadora Rachel Maines, hoy investigadora invitada en la Universidad de Cornell, en Estados Unidos.

A pesar de la inmensa popularidad y éxito del libro -incluyendo el Premio Herbert Feis de la Asociación de Historia Americana en 1999-, la teoría que aborda tiene bases cuestionables, de acuerdo con un nuevo artículo publicado en el Journal of Positive Sexuality. El estudio es el más reciente en refutar las alegaciones del libro, y eso vale tanto para la historia de la sexualidad como para la imaginación popular.

“Entre lo que sabemos sobre la historia de la sexualidad, parece improbable que los médicos lo hicieran (masturbar a sus pacientes como forma de tratamiento)”, dice Hallie Lieberman, historiadora de tecnología en el Instituto de Tecnología de Georgia, Estados Unidos, y una de las autoras del artículo. “Después de verificar las fuentes (del libro), fue cuando realmente pensé, ‘ok, aquí hay algo extraño”.

Lieberman propone una versión alternativa. Aunque en efecto, en las décadas de 1900 y 1910 se usaban dispositivos mecánicos conocidos como “vibradores -y anunciados como masajeadores de espalda o cuello- para la masturbación femenina, no hay evidencia de que eso haya ocurrido previo a estas décadas, cuando los vibradores se vendían a los médicos y no a los consumidores directamente.

Por lo tanto, según la historiadora, no se habrían dado situaciones en las que los médicos, sin comprensión de lo que era el orgasmo femenino, usasen esos dispositivos para curar a las mujeres de histeria.

Origen del mito

Durante el siglo XIX, los vibradores eléctricos se comercializaban en revistas, periódicos, literatura médica y revistas.

En un anuncio difundido a principios del siglo siguiente, alrededor de 1904, una mujer se ve relajada, sentada con la cabeza ligeramente ladeada.

Un médico con un chaleco blanco yace parado detrás de ella, tocando su cuello, y en sus manos está un dispositivo de metal con un grueso cable negro: un vibrador eléctrico diseñado para aliviar la tensión y masajear a los pacientes. Nada en la imagen sugiere que el dispositivo fuera usado en otro lugar que no fuera el cuello de la paciente.

Con éste método, “se evita el 50% de la fatiga de los masajistas”, anuncia el panfleto. “Se obtienen resultados infinitamente mejores en el tratamiento”.

En otro anuncio, el tratamiento no lo administra un médico, sino que se lo aplica la propia paciente. Con la forma de un secador de cabello, el vibrador Sanofix, de 1913, venía en una pequeña caja de madera con diversos accesorios diferentes.

En una serie de fotografías, una mujer con semblante serio, con un vestido blanco de holanes, sostiene un vibrador contra su frente, su barbilla, la garganta y el pecho.

Cuando Rachel Maines, autora del libro sobre la tecnología del orgasmo, se encontró con estos anuncios, se sintió intrigada.

“Pasé los siguientes 19 años haciendo búsquedas en bibliotecas de Estados Unidos y Europa, tratando de descubrir más sobre la historia de los vibradores”, relata. “No había mucho material, ni siquiera en las fuentes primarias, por eso tardé 19 años, y acabé escribiendo un libro”.