Newark denuncia en los tribunales a Nueva York para que frene el programa de asistencia con el que “exporta” a los sintecho.
Hay calles de Nueva York, en barrios de nivel medio alto como el Upper West Side de Manhattan, que tienen “sus sintecho”.
Los suyos. Siempre los mismos. Forman parte del escenario cotidiano. Llevan años ahí, durmiendo al raso, o al cubierto de un andamio, soportando las inclemencias meteorológicas –calor o frío extremos, vendavales o intensas tormentas de nieve y agua–, y la ira del rechazo social expresada en las portadas del The New York Post .
Aunque de habitual no se les quiera ver, su perseverancia es un recordatorio de la capacidad de resistencia humana.
Según los cálculos, cerca de 3.000 ciudadanos pernoctan a diario en las aceras de esta ciudad. Son los casos radicales de un problema, el de las 80.000 personas sin techo en esta metrópolis de la opulencia, que se usa como moneda de cambio en la calderilla política por la incapacidad de hallar soluciones.
Newark contra la Gran Manzana. Este es el pleito.
La localidad de Nueva Jersey ha presentado esta semana en los juzgados una demanda para que Nueva York deje de “exportar” sus sinhogar con destino a apartamentos de su municipio. En la denuncia se solicita que se ponga fin al programa de ayuda denominado SOTA –Special One-Time Assistance–, puesto en marcha en el 2017 por el gobierno del alcalde Bill de Blasio y que desde entonces ha creado no poca controversia mediática. Esta vez, sin embargo, va más allá por primera vez.
Newark y su alcalde, el también demócrata Ras Baraka, acusan a De Blasio y a Nueva York de coaccionar a los acogidos en sus refugios –gente vulnerable, desesperada por un domicilio–, para que acepten pisos en condiciones deficientes en otras ciudades y se marchen.
En el texto se añade que este programa, que anticipa el pago íntegro del alquiler por un año, supone un incentivo para los propietarios sin escrúpulos.
La demanda incluye varias historias. Sha-Kiran Jones vivía con sus dos hijos en un albergue de Jamaica (Queens), cuando le comunicaron que era elegible, en marzo del 2018. Se mudó a Newark. A las pocas semanas, las luces se apagaron, el radiador eléctrico explotó y nadie atendió sus reclamaciones.
Julie Rodriguez relata en ese texto que hacía tanto frío en su piso, que se congeló el agua del cuenco dispuesto para su perro. Otros protestaron porque en el acceso a sus edificios se filtraban los residuos de los retretes.
SOTA es una de las diversas fórmulas que el consistorio neoyorquino ha desarrollado para combatir su promesa electoral de que reduciría la población sin techo. Ha resultado todo lo contrario. A pesar de programas como este de recolo-cación en otras ciudades, el número de sintecho ha pasado de los 64.000 justo antes de que De Blasio tomara posesión a la actual cifra récord.
Si los jueces avalan la demanda, esto puede suponer un efecto domino de acciones legales de otras ciudades de los estados de Nueva York, Nueva Jersey e incluso de Carolina del Norte, que también se han quejado.
Desde que entró en funcionamiento esta asistencia, unas 5.074 familias (al menos 12.000 sin techo) se han acogido. Cerca de 2.000 han pasado de los refugios a apartamentos en la misma Nueva York, mientras que unas 1.100 familias se han ido a Newark. Sale mucho más barato recolocarlos que darles atención en los refugios.
De Blasio defendió: “Son seres humanos a los que intentamos ayudar para que no estén en la calle ni en albergues y tengan una vida mejor”. Lejos de la Gran Manzana, si es posible.