No es esnobismo

Definitivamente, el vegetarianismo no es esnobismo. Ni moda ni fórmula mágica para adelgazar. Ser vegetariano es mucho más que no comer carne. Significa entender que en la continuidad de los hábitos alimenticios preestablecidos, hay consecuencias muy caras a pagar. No sólo por el aspecto ético que conlleva la defensa de los derechos de los animales, sino también por la salud del medioambiente y todos sus recursos.

Si optar y cambiar por una dieta vegetariana parece complicado, ser vegetariano en la Argentina lo parece aún más. No sólo por la idiosincrasia intolerante a las diferencias ideológicas, también por una tradición históricamente ganadera. Comer un “buen” asado es la base de cualquier festejo. Nos jactamos de proveer al mundo de las mejores carnes, cueros y todo tipo de productos animales. Y como, por supuesto, nadie escupe la mano que da de comer, nadie cuestiona tampoco el tipo de trato que recibe el animal, los recursos que se pierden/invierten en la producción de la carne, la emisión de gases de efecto invernadero provenientes de las actividades ganaderas ni tantos otros efectos negativos que conlleva la producción cárnica.

Cuestión de ideología

El pollo, antes de llegar a la góndola, duerme 1hora al día y come las otras 23, obligado, por medio de un método que consiste simplemente en mantener las luces prendidas. Si inocentemente se considera que algún buen nutriente puede salir de eso, sepa que en la producción de huevos la gallina es metida junto con otras cinco en una jaula del tamaño de un cajón de frutas. Las jaulas son amontonadas en varios pisos a lo alto y los excrementos de las gallinas, en las jaulas de arriba, caen sobre las de abajo.

La situación con las vacas, los cerdos o los corderos (por nombrar sólo a los más comunes) no dista mucho de la de las gallinas. Luego de ser incómodamente transportados, estos animales padecen mil y una barbaridades dentro de los mataderos. Esto está documentado por los mismos trabajadores, cuya actividad  está catalogada de “insalubre”. Una vez dentro, el animal atraviesa los procesos de despellejamiento y desmembramiento, aún consciente. La tarea de convertir animales en comida es tan terrible que llama profundamente la atención cómo los empleados deben ser constantemente reemplazados por padecer problemas psicológicos y hasta psiquiátricos. Un dicho popular asegura que si los mataderos tuvieran paredes de vidrio, todos seríamos vegetarianos.

Ahora bien, una vez concluido el proceso de lo que será vendido como “distintos cortes de carne”, el desperdicio (intestinos, ojos, uñas, pelos y huesos) se tira en un agujero especial que se usa para producir nuevos alimentos comercializados bajo el nombre de “comidas rápidas”. Al consumo de este tipo de alimentos se le adjudican varias enfermedades que son consecuencia de la falta de controles sanitarios y de la adición de químicos (muchos de ellos, prohibidos por las autoridades fitosanitarias) utilizados para retrasar el proceso natural de descomposición.

Cuestión de piel

Antes de ser despellejados, los verdaderos dueños de las pieles que tan caras se exhiben en las vidrieras de las marcas más famosas, viven en jaulas, hacinados. En granjas peleteras, la mayoría clandestinas. Cuando llega el día final, los animales son sacados de sus jaulas y golpeados contra el suelo para atontarlos. Cuando la piel del animal es sacada a través de su cabeza, como si fuera una remera, sus cuerpos sangrantes son tirados, apilándose con los otros. Pero la peor parte es que la mayoría de ellos está aún con vida, sufriendo la peor de las agonías. Una vez muertos y ya sin piel, se los procesa con el fin de producir comida para otros animales. Ironías del mercado.

Cuestión de Recursos

Rajendra Pachauri, presidente del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) de la ONU, instó a disminuir la ingesta de carne como un modo rápido y eficaz de frenar el cambio climático. Pachauri explicó que el sector ganadero emite en la actualidad más cantidad de gases de efecto invernadero que la industria del transporte.

El economista estadounidense Jeremy Rifkin reflexiona en un artículo sobre los beneficios económicos y ambientales de la dieta vegetariana, y asegura a propósito del estudio de la FAO que la carne es ahora la culpable no sólo de la hambruna global sino del cambio climático mundial.

Según Greenpeace, esto es así si se cuentan las emisiones derivadas del metano y el abono nitrogenado (que suman hasta el 12% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero) y las generadas por la deforestación para generar espacios para la producción de ganado, que además requieren grandes cantidades de fertilizantes. En total, el sector llega a ser responsable del 32% de las emisiones totales. Al respecto, el mensaje que reprodujo Greenpeace fue claro: cuesta menos dejar la carne que el coche.

Cuestión de Peso

La realidad supera la ficción: 800 millones de hambrientos en todo el mundo conviven con 1.000 millones de personas que padecen sobrepeso y todo tipo de enfermedades relacionadas. Sobre esta idea, el académico y activista Raj Patel escribió el best seller “Obesos y Famélicos”, donde concluye que, aun sin ser él mismo completamente vegetariano, la única salida posible a la actual crisis es ni más ni menos que optar por una dieta vegetariana.

El hecho de que la demanda de cereales en todo el mundo exceda los límites de producción, es una consecuencia directa del consumo permanentemente creciente de carne.

El vegetarianismo es el camino más corto hacia la solución de dos de los mayores  problemas de la postmodernidad: el hambre mundial y el sobrepeso (enfermedad que se adjudica, en la actualidad, mayor cantidad de muertes que el cáncer).

Si se decidiera dejar de cultivar pastos para alimentar al ganado y se utilizaran esos terrenos para producir cereales, se conseguirían alimentos para la creciente población mundial y habría incluso excedentes. Consumir carne significa un despilfarro de recursos que podrían utilizarse de manera más eficiente y eficaz.

El hambre y el sobrepeso globales son síntomas de un mismo problema. Es más, el camino que podría conducirnos a erradicar el hambre del mundo serviría, de paso, para prevenir las epidemias globales de diabetes y afecciones cardíacas; y para hacer frente a un montón de males medioambientales y sociales”, sostiene el activista indio.

El autor aconseja fervientemente inclinarse por una alimentación vegetariana: “cuando proliferan las pruebas de que la producción industrial de carne es perjudicial para el medioambiente, de que el planeta no puede soportarla de manera equitativa, de que es un derroche de recursos, de que acelera el calentamiento global y de que propaga todo tipo de enfermedades graves, debemos instar a todo el mundo a que se haga vegetariano”.

Si la cuestión ética no convence a todo el mundo, bastaría tan solo con los fundamentos ecológicos y económicos para comprobar que comer carne es una amenaza para la humanidad. La era de una alimentación basada fundamentalmente en la carne pasará, al igual que el petróleo; y ambos declives están estrechamente relacionados. Albert Einstein, más conocido por sus trabajos en Física y Matemáticas que por su interés por el medioambiente, dijo una vez: “nada beneficiará tanto a la salud humana y aumentará las oportunidades de supervivencia de la vida en la Tierra como una dieta vegetariana