Cartas de un judío a la Nada
Eirin, Irlanda, 2004 El hombre trabajaba febrilmente, dando pinceladas allí y aquí con entusiasmo. La pintura estaba casi terminada. Había trabajado durante toda la noche y ahora la luz que se filtraba por las ventanas, casi equiparaba a la de las velas que agonizaban sobre su mesa de trabajo. Las aves ya cantaban en el exterior y él miraba, satisfecho, su obra apenas incompleta. Desde el lienzo le devolvía la mirada la Mujer Amada.