Algo ha caracterizado al peronismo de todos los tiempos: en la caída, siempre muestra su verdadera esencia. Personajes impresentables, vivos ejemplos de todo lo contrario a lo que el relato de turno sostenía, se “suben al barco” para llevarse lo poco que queda en la bodega.
Alberto Samid representa, con holgura, lo peor de la política argentina. Amasó una fortuna de la mano del menemismo, utilizando hasta más allá de los márgenes legales su posición de privilegio en el círculo íntimo del riojano. Quienes recuerdan sus manejos en la industria de la carne -que, entre otras cosas, arrastró a graves problemas a importantes firmas frigoríficas- no salen de su asombro al enterarse de su designación en el Mercado Central. El zorro está, por fin, aposentado “legalmente” en el gallinero.
Carlos Menem bajó del helicóptero que lo había llevado a ese multitudinario asado de cierre de campaña. Alberto Samid -uno de los integrantes de “Los Doce Apóstoles” que representaban el primer círculo que rodeaba al candidato-, salió a su paso en carácter de anfitrión y gritó fuertemente, para ser escuchado por todos, una frase que mucho daría que hablar por sus implicancias: “Carlos, ¡ qué olor a carne cuatrereada!”.
Lo que el empresario pretendía con esa afirmación, seguramente poco deseable en el entorno de quien hablaba por entonces de una revolución moral, era mostrar su desprecio por quienes sostenían que su fortuna mucho tuvo que ver con el ejercicio del cuatrerismo.
Pero a Alberto Samid eso no le importaba. Siempre había disfrutado de su condición de outsider y de las cosas que de él se decían. Había construido una imagen de impunidad que le permitiría, por aquellos años, destrozar a sus competidores. La misma fachada que también le permitió lograr que quienes estaban en el negocio de la carne terminaran convencidos de que solo se podía operar si se acordaba con aquel personaje de métodos mafiosos, gritos destemplados y una frase acuñada por él mismo que siempre estaba a flor de piel: “a mí, el Turco me deja hacer cualquier cosa”.
Siempre sostuvo haber puesto mucha plata en la campaña presidencial del riojano. Sin embargo, no son pocos los que afirman que aun antes de la llegada al poder, Samid “la había recuperado”.
Quienes acompañaban a Menem por ese tiempo recuerdan la “evaporación” de U$S 800.000 entregados por la firma Bunge y Born como aporte de campaña que desaparecieron en un viaje de avión entre Capital y La Rioja, luego de haber sido depositados entre las piernas del carnicero.
Mar del Plata lo conoció en aquel tiempo, pero en su faceta de prepotente.
Durante el largo conflicto con los guardavidas, que dejó a la ciudad sin servicio en plena temporada, Samid se presentó en el despacho del entonces intendente Ángel Roig, a quien pretendió agredir físicamente al grito de “yo pongo la plata para arreglar esto”.
Una actitud de prepotencia que los argentinos veríamos multiplicada por millones cuando golpeó en un estudio de televisión a Mauro Viale luego de tildarlo de “judío de mierda”. Porque, además, Alberto Samid suele presumir de su adhesión a los grupos violentos de la Palestina antisemita. Y no duda en contar que apoya económicamente a las organizaciones terroristas que combaten a un Estado de Israel con el que propone romper relaciones diplomáticas.
¿Después? Duhaldista de la primera hora. Luego kirchnerista fundacional.
Pero siempre los negocios como telón de fondo. Aunque para el país representaran la quiebra de la industria frigorífica y la huída en masa de los inversores extranjeros del sector.
Entre sus antecedentes, se lo recuerda también por haber sido procesado por el juez federal Carlos Liporaci, quien lo investigó por una millonaria evasión tributaria denunciada por la DGI.
Luego de varias postergaciones, Samid debió presentarse a indagatoria en una causa por presunta asociación ilícita y por un perjuicio al Fisco de 88 millones de pesos.
La Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) amplió la denuncia contra Samid y pidió la inmediata detención del empresario, en una presentación enmarcada en una lucha contra las mafias de las carnes.
Samid fue procesado más tarde por el juez federal de Lomas de Zamora, Alberto Santamarina, por infracción a la Ley Penal Tributaria.
Mitómano, desprovisto de cualquier base moral y dueño de una ambición descontrolada, Alberto Samid ha logrado salirse con la suya. Su designación al frente del Mercado Central le otorga una patente de corso que todos pagaremos, y con creces, en los próximos tiempos.
Y cuando llegue el momento, saltará otra vez la cerca. Se guardará por corto tiempo y reaparecerá como massista, sciolista o lo que fuere menester. Con la misma impunidad de siempre y con ese desparpajo inmoral que caracteriza a lo peor de nuestra clase política.
Esa que necesita de muchos Samid para hacer sus turbios negocios.