A medida que bajan las vacunaciones diarias pese al abundante suministro, los 50 estados de EEUU emplean distintas estrategias para intentar convencer a los grupos más escépticos.
Las autoridades de EEUU ya sabían que llegaría este momento: el día en que la campaña de vacunación contra el covid se toparía con los escépticos y los antivacunas; dos grupos que, de momento, se resisten al pinchazo y pueden obstaculizar el viaje a esa tierra prometida que hoy llamamos ‘inmunidad de grupo’. A medida que bajan las vacunaciones diarias pese al abundante suministro, los 50 estados emplean distintas estrategias para intentar convencer a estos grupos.
‘Joints for jabs’ (porros por pinchazos), decía un cartel en Union Square, una de las plazas más concurridas del Bajo Manhattan. El pasado 20 de abril, varios activistas ofrecían porros de marihuana gratis a aquellos neoyorquinos mayores de 21 que les enseñasen su tarjeta de la vacuna cumplimentada. “La comunidad de la marihuana apoya la ciencia de la vacuna del covid, y qué mejor manera de animar a los consumidores de cannabis a que se vacunen que regalarles yerba gratis”, dijo una de las voluntarias, Dana Beal, en un comunicado.
La utilización del cannabis como incentivo, en honor también a que su uso recreativo acaba de ser legalizado en Nueva York, solo es una de las muchas armas de seducción desplegadas a favor de la vacunación. En la ‘ciudad de los rascacielos’ se ofrecen donuts, billetes para el béisbol o la ópera, o un bono semanal para viajar en metro. Nueva Jersey tienta con un chupito y una cerveza a quienes se pongan la primera dosis y Virginia Occidental ofrece directamente un bono de ahorros de 100 dólares.
La Administración Biden, además, ha cerrado un acuerdo con las empresas digitales de transporte Uber y Lyft con el objetivo de ayudar en la logística. “Para asegurarnos de que el transporte sea menos una barrera, desde el 24 de mayo al 4 de julio, Uber y Lyft van a ofrecer a todo el mundo desplazamientos gratuitos hasta y desde los lugares de vacunación”, declaró el presidente de EEUU, Joe Biden, el pasado martes. “Creo que esto realmente redobla el esfuerzo”. Aun así, las cifras sugieren que será una tarea difícil. De momento, se ha inmunizado completamente algo más de un tercio de la población norteamericana y el ritmo de vacunación diario ha bajado de 3,4 millones a mediados de abril a cerca de dos millones en la actualidad. Un número que de momento parece estable.
Aumenta el escepticismo
Una explicación parcial de esta caída es la suspensión temporal de la vacuna de Johnson & Johnson debido a un reducido número de casos de trombos cerebrales. Esta marca, la única de las tres aprobadas en EEUU que solo requería una dosis, se destinaba sobre todo a los segmentos de población de movilidad reducida o difícil de alcanzar, como los enfermos que no pueden salir de su casa o los grupos de personas sin hogar. El parón de Johnson & Johnson se reflejó en las cifras totales. No solamente porque se dejó de administrar, sino porque un número significativo de estadounidenses canceló sus citas para recibir dosis de las otras marcas. Lo cual probaría que este parón habría hecho mella en la confianza general de la gente.
Luego están los escépticos y, más al extremo, los antivacunas: aquellos que por variados motivos han decidido esperar a ver qué sucede o que simplemente no se fían del Gobierno y las farmacéuticas. En la nube difusa de sus motivos, se pueden ver algunos patrones: aparentemente, el mayor número de escépticos está concentrado en estados republicanos, que también han sido los que han impuesto confinamientos más ligeros y reglas más laxas respecto al uso de mascarilla.
Como apunta Derek Thompson en ‘The Atlantic’, de los 20 estados en los que se vacuna a más personas al día, en relación con la población, todos votaron al demócrata Joe Biden el pasado noviembre. Por el contrario, de los 13 estados donde se vacuna menos, Biden ganó solo en uno (Georgia, por márgenes estrechos). El resto se decantaron por Donald Trump. Una encuesta de Civiqs refleja que el grupo de población más escéptico es el de los “republicanos blancos”: un 56% decía a finales de febrero “no estar seguro” respecto a vacunarse, frente al 7% de los demócratas blancos. El escepticismo de negros y latinos rondaba el 30%.
Algunas referencias de la derecha, como el presentador estrella de Fox News y también el más visto de Estados Unidos, Tucker Carlson, han cuestionado varias veces la eficacia de las vacunas y la buena fe de las autoridades. La semana pasada, Carlson ligó de manera espúrea miles de muertes a las dosis de la vacuna. Pese a ello, el presentador se ha negado a desvelar si se ha puesto o no la inyección.
Esta tendencia, aunque predomina en la esfera conservadora, también se da en otros espacios. El cómico y ‘podcaster’ más seguido de Estados Unidos, Joe Rogan, cuyas 10 entrevistas más populares suman 210 millones de visualizaciones, sugirió a los jóvenes que no se deberían de poner la vacuna. “Si eres una persona saludable, y estás haciendo ejercicio todo el tiempo, y eres joven, y comes bien, bueno, no creo que necesites preocuparte de esto”, dijo Rogan, de 53 años.
La audiencia de Rogan representa una buena porción de Estados Unidos y desde el Gobierno se apresuraron a corregirlo. El principal consejero de salud de la Casa Blanca, el Dr. Anthony Fauci, declaró durante una entrevista en NBC News que la reflexión de Rogan era “incorrecta” y que los jóvenes sanos también se tienen que inmunizar. “Si solo te quieres preocupar de ti mismo y no de la sociedad, entonces bueno”, dijo Fauci, pero el que los jóvenes asintomáticos pueden contagiar a sus allegados “es la razón por la que tienes que tener cuidado y vacunarte”.
Hay incluso empleados sanitarios que han visto y tratado a decenas o centenares de enfermos de covid y han decidido no vacunarse por el momento. Tal es el caso de Jonathan Damato, un paramédico de Staten Island que pasó todo 2020 temiendo traer el virus a casa después de sus turnos interminables. Cuando le llegó la oportunidad de vacunarse, en cambio, decidió pensárselo dos veces. Algunas cosas que había visto en internet y que le habían contado, según su testimonio a la agencia Bloomberg, le hicieron pensárselo dos veces.
Tradicionalmente, los médicos que tratan de convencer a los pacientes o a la opinión pública de la necesidad de vacunarse tienden a pensar que es una cuestión de información. Si alguien no quiere pincharse es porque le faltan datos de calidad, porque no está expuesto a las fuentes correctas. Una idea que distintas investigaciones parecen desmentir: las autoridades sanitarias no lidian con un problema informativo, sino con un problema de creencias.
Un estudio publicado en la revista ‘Nature’ liga el escepticismo respecto a la vacuna con ciertos valores morales relacionados con la ‘pureza’ y la ‘libertad’ individual, algo muy arraigado en Estados Unidos. El cuerpo es la última frontera. Permitir que el Gobierno introduzca una jeringuilla en un contexto de estado de emergencia no sería el contexto más apetecible para más de un norteamericano. Concretamente, para esa tercera parte de la población que reconoce su escepticismo.
Ahora el consenso, según distintos virólogos consultados por ‘The New York Times’, es que Estados Unidos probablemente no pase el umbral de la ‘inmunidad de grupo’: ese momento en que el virus desaparecería al quedarse sin víctimas. En lugar de eso, continuaría rondando una temporada indefinida, llenando los hospitales y acabando con vidas de manera impredecible, pero en cantidades mucho más bajas que en el aciago 2020. El hecho de que el virus muta relativamente rápido hace que la Casa Blanca planee una cantidad extra de dosis para reforzar las inmunizaciones.
Mientras tanto, la Administración Biden trata de poner más pinchazos en más brazos. El regulador farmacéutico FDA acaba de autorizar el uso de la vacuna de Pfizer en las personas de entre 12 y 15 años. Si bien los niños y adolescentes pueden enfermar, se trata de casos menos habituales, pero el riesgo radica en que actúan de transmisores. Los laboratorios ya estudian los efectos de la vacuna en los niños mayores de seis meses.
Al menos los números mejoran claramente y la reapertura por estados ya ha comenzado. Las infecciones diarias bajan de las 40.000, un 30% menos que a finales del mes pasado. Los fallecidos rondan los 650 diarios, una cifra menor a la de los peores días de la pasada primavera solo en la ciudad de Nueva York. En todo Estados Unidos, llegaron a morir un máximo de 4.320 personas el pasado 13 de enero.