Los votantes jóvenes rompen con el independentismo y cambian el eje que ha marcado la vida política de Canadá durante cuatro décadas.
Es prueba de la gran confusión que vive el Partido Quebequés estos días, que en la recepción de su sede en Montreal el único cartel que habla de independencia es una bandera del referéndum del año pasado en Cataluña. Un aire sombrío, casi deprimido, recorre hoy las oficinas de un partido antes mítico, que le devolvió a Quebec, una provincia con casi ocho millones de habitantes, similar a Cataluña, el orgullo por su identidad francesa y convocó no uno sino dos referendos. Pero no se habla aquí ya de independencia, sino de cómo salvar los muebles. La derrota de las elecciones provinciales del lunes ha sido catastrófica, una verdadera tragedia. Han perdido sus escaños 19 diputados de 24, entre ellos el líder del partido, que ha dimitido. Esta misma sede va a quedar vacía pronto, porque la formación, descabezada, ni siquiera podrá pagar el alquiler. Y la gran paradoja es que si de algo ha muerto el soberanismo quebequés, es de éxito.
Cuando René Lévesque fundó el partido en 1968, su objetivo era darle a la mayoría francófona el control de la provincia canadiense, hasta entonces económicamente inferior a una élite minoritaria que hablaba inglés. Fue una lucha política y cultural que el Partido Quebequés ganó: en sus 20 años de gobierno aprobó leyes que han hecho del francés la lengua dominante. Pero ha querido el devenir político que el fruto de esas medidas, una generación de jóvenes que pasa del francés al inglés en la misma frase sin percatarse, haya mandado a esta formación al desván de la historia.
«El Partido Quebequés fue creado para conseguir la independencia, pero aparte de eso, no proponía nada más». Mathieu Gagné ha votado, a sus 21 años, en unas elecciones provinciales por primera vez. Su principal preocupación es el medio ambiente, que en un país como Canadá es un problema político de primer orden. Y como mucha gente de su generación, ha optado por los populistas de izquierda de Quebec Solidario, un partido que defiende ambiguamente la independencia, pero no como un fin, sino como un vehículo para ofrecer más servicios sociales y combatir el cambio climático. El programa de Quebec Solidario es una utopía que ni siquiera se tendrá que poner a prueba, porque ha quedado tercero. Ha tenido buen resultado, eso sí, en Montreal. Y sobre todo se ha ensañado con el Partido Quebequés.
Mínimo histórico
Un corto paseo separa la sede de este partido independentista, o lo que queda de él, de Rosemont, un barrio conocido como «La Petite-Patrie» por una célebre novela adaptada a la televisión en los 70. En sus cafés, mercados y escuelas se habla francés. Este era históricamente el granero de votos de los independentistas quebequeses. Y aquí ha dolido la derrota más que en ningún otro sitio, pues aquí ha perdido el líder, Jean-François Lisée, su escaño.
En las aulas del Colegio Rosemont, de formación profesional, se ve lo que hoy es Quebec: refugiados sirios, inmigrantes haitianos y alumnos anglófonos conviven con los hijos de la generación que votó por la independencia en dos ocasiones, perdiendo en ambas. «No es que no queramos ser independientes, es que hay cosas más importantes. Me parece prioritario que se baje el coste de la educación y que se controle la contaminación», dice Marjolène Charron, estudiante de tanatopraxia de 18 años.
Según calcula Claire Durand, profesora de sociología en la universidad de Montreal y una de las principales autoridades en materia de encuestas en Quebec, un 30% del electorado apoya hoy la independencia, un mínimo histórico. «Ha cambiado el eje del debate político», explica. «Antes era soberanismo frente a federalismo. Hoy es izquierda frente a derecha». El ganador de las elecciones, de hecho, es un partido conservador populista, Coalición Futuro de Quebec, que prometió limitar la inmigración y prohibir el velo islámico y otras muestras religiosas en los colegios públicos.
La contradicción de la que es víctima el Partido Quebequés, el espejo en el que se miraron los movimientos separatistas de Cataluña y Escocia, es que al darse cuenta de que la independencia importaba poco a las nuevas generaciones, renunció a tratar de ella en campaña. Lisée, el líder del partido, incluso dijo que sólo se plantearía un nuevo referéndum a partir de 2022. «Cuando podamos ganarlo», dijo. Los votantes se dieron cuenta de que aparte de un nuevo Estado, el partido prometía poco. Era, como otros soberanismos, una amalgama de centro izquierda y centro derecha sin ideas propias ni personalidad clara.
Y luego está, claro, el contexto histórico. «Estas elecciones no se pueden considerar de forma aislada», opina el profesor de la universidad de Concordia Harold Simpkins. «Por un lado está el Brexit, que ganó en las urnas y que está siendo una pesadilla, porque el Estado no estaba preparado para ejecutar la salida de la Unión Europea. Y luego está la experiencia de Cataluña, que demuestra que una ruptura con el resto del Estado es, ante todo, traumática. Ambos casos han dañado a la causa independentista de Quebec».
Por supuesto, hay quienes siguen votando fielmente al Partido Quebequés, sobre todo a cierta edad. A sus 82 años, Philippe Labrie recuerda las manifestaciones en las que participó y los dos referendos por los que hizo campaña y en los que votó a favor del «sí», en 1980 y 1995. Cree, todavía, que el segundo se lo robaron, pues ganó el «no» por un 50,58% y una diferencia de 54.000 votos. «Aquella noche todo estaba en silencio. No se oía ni un ruido en la ciudad», recuerda. «Ganó el miedo. Canadá asustó a muchos con que nos íbamos a quedar sin pensiones, sin dinero, sin guarderías y sin escuelas».
Como muchos de su generación, Labrie se refiere al Gobierno central como Canadá a secas, una entidad extraña, intervencionista y, sobre todo, anglófona. Se queja de que los más jóvenes se han rendido a la cultura estadounidense y la lengua inglesa inconscientemente. «Es la música pop, las películas e internet. No saben lo que nos costó que puedan hablar francés», dice.
Sería, a pesar de todo, apresurado escribir el obituario del Partido Quebequés. Ya lo dio por muerto el primer ministro Pierre Trudeau, padre de quien hoy ocupa el cargo, en mayo de 1976. Seis meses después ganó sus primeras elecciones. Lo hizo prometiendo que la independencia solucionaría las desigualdades económicas. Hoy todavía puede ser una solución en busca de un problema.