Su muerte fue jaleada y retrasmitida en directo a través de Facebook.
El ambiente era festivo. El tumulto coreaba “el pueblo, unido, jamás será vencido” en medio de los vítores. La multitud estaba congregada frente a la comisaría. Excitada, expectante y con sus móviles en lo alto apuntando hacia la puerta. Segundos después, una gran llamarada se eleva hasta el primer piso del cuartelillo: dos hombres acaban de ser quemados vivos y el público estalla en un sonoro aplauso. Además de los cientos de personas que abarrotan la plaza, hay otras miles enganchadas a un directo de Facebook en la pantalla de su smartphone. Observan entre emojis como dos personas acusadas de secuestrar a niños para vender sus órganos son cruelmente asesinadas. Se llamaban Ricardo y Alberto Flores y no habían cometido ningún delito.
Ricardo, de 21 años, era estudiante de derecho. Su tío, Alberto, de 53, agricultor. El día de su linchamiento se desplazaron en su automóvil a Acatlán (México) para comprar materiales con los que construir un pozo. Una vez en el pueblo, estacionaron su camioneta cerca de una escuela. Ahí comenzó su pesadilla.
“Por favor, todos estén alerta porque una plaga de secuestradores de niños entró en el país. Al parecer, estos criminales están involucrados en el tráfico de órganos… En los últimos días, desaparecieron niños de 4, 8 y 14 años, y algunos fueron encontrados muertos y con signos de que se les habían extirpado órganos. Sus abdómenes habían sido abiertos y estaban vacíos”. Este mensaje de Whatsapp llevaba días circulando como la pólvora por todo México y había servido para activar un estado de paranoia y desconfianza entre la población.
Según recoge el atestado policial, cuando tío y sobrino estacionaron la camioneta cerca del colegio los vecinos comenzaron a ponerse nerviosos y fueron abordados por un grupo de personas. Tratando de evitar males mayores, la policía los arrestó por “alteración del orden”, los metió en una pickup y se los llevó a la comisaría.
El arresto marcó a Ricardo y Alberto Flores como “los robachicos” -según la jerga local- de los que hablaba el mensaje de Whatsap: el bulo había encontrado a sus villanos. La noticia de su detención corrió como la pólvora y la gente comenzó a agolparse a las puertas de la comisaría exigiendo “justicia colectiva”. Entre sus principales instigadores, la policía mexicana señala a un hombre apodado El Tecuanito, un aspirante a periodista que hace las veces de informador comunitario en la localidad, que durante los días previos a la cremación pública había estado calentando los ánimos y asustando a los vecinos a través de posts en su cuenta de Facebook.
El asedio a la comisaría, su asalto y el posterior linchamiento de los dos inocentes duró poco menos de dos horas. Durante este tiempo, El Tecuanito retransmitió seis vídeos en directo en Facebook alentando a la gente a presentarse frente al cuartelillo o a comentar y compartir sus publicaciones a modo de protesta.
“Gente de Acatlán, por favor vengan a mostrar su apoyo porque se está poniendo delicado! Entre más gente estemos se podrá hacer justicia”, afirmaba en uno de sus directos.
A medida que la turba enfurecida iba creciendo frente a la comisaría, la gente comenzó a organizarse para preparar el asalto con el fin de ejercer la mal llamada “justicia colectiva”.
Parapetados tras las precarias defensas de la comisaria, los agentes intentaron disuadir a la masa en repetidas ocasiones informándoles de que los detenidos no eran secuestradores, que estaban ahí por una sanción administrativa. Sus esfuerzos resultaron en vano.
En un intento por congregar más gente frente a la comisaría, otro individuo, identificado como Manuel por la policía gracias a los Facebook Live de El Tecuanito, escaló a la torre del ayuntamiento en la plaza. Una vez allí, comenzó a doblar las campanas a toda velocidad buscando alertar al pueblo de que la policía pensaba dejar libres “a los robaniños”.
Mientras tanto, otro sospechoso identificado como El Paisa comenzó un crowdfunding entre los asistentes para comprar gasolina. En los vídeos puede vérsele caminando entre el tumulto, megáfono en mano, solicitando una aportación de 5 pesos por cabeza (22 céntimos de euro) para hacer frente a los costes del combustible que utilizarían para quemar a Ricardo y Alberto.
Cuando la multitud logró hacerse con la gasolina, un grupo de hombres armados palos, sogas, barras de metal y otras herramientas se abalanzaron sobre la comisaría. Rompieron la reja de metal que protegía la puerta con una bombona metálica, se hicieron con el control del recinto y maniataron a los detenidos.
Los condujeron hasta la puerta y los mostraron como trofeo a la multitud. Una vez ahí los gritos y cánticos se recrudecieron y comenzó una paliza salvaje. Después, les tiraron escaleras abajo.
Según los vídeos, Ricardo perdió el conocimiento mientras le golpeaban. Sin embargo, Alberto no tuvo tanta suerte. Ambos fueron rociados con gasolina y prendidos fuego. La multitud jaleaba. Se había hecho la “justicia colectiva”.
Cuando las llamas sobre sus cuerpos se encontraban prácticamente extinguidas, la multitud les arrojó un nuevo chorro de combustible para que siguieran ardiendo. Durante la vorágine, también prendieron fuego al coche de policía en el que fueron detenidos. Las llamas se vieron por todo el pueblo.
Una vez que se apagó el segundo fuego, los vídeos de los asistentes muestran como el cuerpo de Ricardo todavía se movía totalmente calcinado e irreconocible.
Cuando llegaron los refuerzos los asaltantes ya se habían marchado. Sin embargo, la gente permaneció arremolinada junto a los cadáveres durante las dos horas siguientes, hasta que la autoridad judicial procedió al levantamiento, después de que sus familiares los identificasen en el lugar del crimen.
El “robachicos” nunca existió. No existe constancia de ninguna banda que robase órganos a niños. Todo fue una maledicencia. Un bulo de Whatsapp.