Es por las manipulaciones de datos de Facebook y los resultados de estudios médicos sobre la salud de los usuarios. Hablan los que resistieron a la tiranía del “like”.
Hace diez años todos hacían memoria: ¿que será de la vida de Juan? ¿Cómo era el apellido de tal? Facebook apareció como un “Gente que busca gente” pero sin show ni intermediarios: del buscador a la solicitud de amistad y al mensaje directo. Era mágico. La red social unía lo que las distancias y el tiempo habían separado. Después, el placer social: ser parte, compartir, mostrar lo mejor de estar vivos.
La mayoría aceptó que el futuro había llegado y ese era el camino de ahora en más. Pero en el camino quedaron los intransigentes. Los anti, los raros, los ¿para qué? Resistieron las insistencias, las cargadas, y ahora ven pasar los escándalos y los efectos negativos de las redes sociales desde la vereda de enfrente, en donde la presión de los likes y las filtraciones no los tocan.
Las redes sociales y Facebook en particular, como el emblema del primer gran contacto con la viralización y lo público, encandilaron por la novedad de una nueva comunicación que todavía nadie entendía bien pero disfrutaba sin preguntar demasiado.
En Argentina las experiencias de Internet más fuertes habían sido los sistemas de mensajería instantánea, en donde lo más grave que podía ocurrir era dejar abierta la sesión o confundirse de conversación y mandar algo a la persona equivocada.
¿En qué momento empezó a desmoronarse la idea de las redes sociales como un lugar positivo? Ya en su esplendor, a través de las aplicaciones, modificaron el comportamiento de las personas y se impuso la escena que ya es habitual: seres que andan cabizbajos, celular en mano, por la calle.
Pero más allá de lo externo (y de las consecuencias cervicales) , hace varios años empezó a evidenciarse que las redes se han fijado en nuestras vidas de un modo mucho más íntimo, modificando mecanismos de nuestro cerebro.
El nuevo sentido común indica que alguien que tiene muchos seguidores y likes es socialmente aceptado. Y si bien la gran mayoría trata de no tomárselo tan en serio, los estudios son contundentes al momento de hablar de cómo los mecanismos de las redes sociales afectan el autoestima y la seguridad.
En mayo del año pasado, la RSPH (Sociedad de Salud Mental del Reino Unido) publicó un informe sobre el daño psíquico que producen las redes sociales sobre el autoestima, especialmente entre los jóvenes. Este señala, entre otras cosas, la depresión social que produce la indiferencia de las publicaciones.
“Los ciclos de retroalimentación a corto plazo impulsados por la dopamina que hemos creado están destruyendo el funcionamiento de la sociedad”, sostuvo con gran remordimiento el ex Facebook Chamath Palihapitiya, que estuvo en la empresa hasta 2011 y fue vicepresidente de crecimiento de usuarios.
La dopamina es conocida como la hormona del placer y de las adicciones, y se segrega a base de respuestas inmediatas: los me gusta alimentan una zona frágil del cerebro humano que siempre quiere más likes.
“Lo más importante para las redes sociales es que pases tiempo ahí, necesitan tu atención para la comercialización y por eso constantemente envían notificaciones. Y a partir de esos constantes estímulos la cabeza también empieza a buscar instantaneidad: estamos hambrientos de información”, suma Agustín Piaz, Doctor en Ciencias Sociales de la UBA y docente en la UNSAM.
En este marco, según pudo observar Clarín, quienes resistieron la tentación de dejarse llevar por la ola de los likes se aferran invictas (o casi), a muchos valores propios de la era analógica con dos ejes: la necesidad de separar su esfera privada de la pública, y la sensación de que estas plataformas les aportan poco.
Bárbara Kelemen (32) está a punto de ser mamá por segunda vez pero los únicos que pudieron vivir el paso a paso de su embarazo fueron sus seguidores de la vida real: su familia, sus amigos, el obstetra.
“Al otro no le llena ningún espacio saber qué es de mi vida. ¿Por qué tiene que saber lo que hago? ¿A quién le importa realmente? Es puro chisme”, sostiene.
A Luciano Urrutia (28), de Rosario, lo que lo aleja de las redes es el formato efímero que adoptan la palabra y las personalidades. “No hay que ser igual siempre, nadie lo es, pero en las redes sociales cada uno se arma un personaje. No lo critico moralmente pero yo prefiero hacerlo en este plano”.
También están los que tuvieron un paso efímero por las redes sociales y decidieron, no sin esfuerzo, salir.
Juan Martín Garcia (32) está terminando la tesis para recibirse de antropólogo y tuvo Facebook durante unos meses. Y si bien sentía que perdía tiempo y eso le daba ganas de cerrar la cuenta, lo determinante surgió cuando buscó a una chica que recordaba del colegio: no la encontró y esa frustración le pareció maravillosa.
“Me di cuenta que yo también quería ser irrastreable. En las redes sociales dejás de ser una persona: sos un objeto en una vidriera y la gente pasa de una a la otra como si nada”.
En este sentido, un estudio realizado por el Happiness Research Institute, en 2015 en Dinamarca reveló que quienes dejaban de usar las redes durante una semana se sentían más satisfechos con sus vidas.
Las redes son “un flujo constante de vidas editadas que distorsiona nuestra percepción de la realidad. Cuando evaluamos nuestras vidas, nos influyen las comparaciones sociales”, sostienen.
“Es prácticamente imposible montar una empresa en tu dormitorio y hacerla crecer hasta nuestro tamaño sin cometer errores”, dijo esta semana Mark Zuckerberg en el Senado de Estados Unidos, en donde tuvo que dar explicaciones sobre la filtración de datos de por lo menos 87 millones de usuarios a través de la consultora Cambridge Analytica.
¿Quién iba a imaginar que las redes sociales serían tan centrales en la historia de la humanidad y que serían escenario tanto de revoluciones como de manipulación política? Facebook y las redes sociales en general son la energía nuclear de esta era y requieren un cuidado que todavía se está aprendiendo a dimensionar.
“Facebook es una compañía idealista, y nos concentramos en que la gente pueda conectarse”, sostuvo también el CEO de 33 años durante su exposición frente a 44 senadores.
A pesar de que en este momento todas las puntas de lanza apuntan a Facebook como el nuevo demonio, hay algo que no se puede negar: más allá de las filtraciones y la comercialización de datos ─que son, hace tiempo, un secreto a voces─ las redes son la máxima expresión del eterno deseo que ha tenido la humanidad desde las pinturas rupestres y los jeroglíficos: inmortalizar, lucir y hacer visibles cosas que atraviesan cada época.