Renunció tras su primer día en el Standard Bank y hoy su emprendimiento factura $ 1,5 millones al mes

Desencantado del mundo corporativo, Juan Ignacio Lalia quiso ayudar a su padre en la empresa familiar, y sin buscarlo, terminó convirtiendo una panadería de barrio en una proveedora mayorista de panificados.

Juan-Ignacio-LaliaTres meses de entrevistas, 200 postulantes y sólo 7 pasantías disponibles. A Juan Ignacio Lalia, estudiante de la UBA a punto de graduarse de la carrera de Administración de empresas allá por 2007, el desafío lo intrigaba y atraía. Sin embargo, después de ser seleccionado, al joven le llevó muy poco tiempo darse cuenta que ese no era su lugar. “Me había comprado dos trajes, pero cuando volvía en tren a mi casa me quería matar, me preguntaba a mí mismo qué estaba haciendo, así que renuncié al día siguiente”, rememora el licenciado hoy, en diálogo con Apertura.com.
El mal trago le hizo repensar la idea de trabajar en la empresa familiar, una panadería llamada Delizias, ubicada en La Horqueta, San Isidro, e inaugurada en el 2000 por Luis y Mauro Lalia –su padre y su tío, respectivamente. Para iniciarse allí, el Lalia menor comenzó a trabajar junto con su abuelo Quintino en un segundo local de la familia, ubicado en la avenida Flemming y dedicado a funcionar sólo como cocina. Pese a ello, el graduado como administrador decidió un año más tarde a su ingreso levantar las persianas, y tras vender $ 41 en su primer día, hoy hace facturar al negocio en su totalidad unos $ 1,5 millones a nivel mensual.
“Mi viejo recién había abierto la cocina de Flemming, tenía problemas con los empleados y los locales estaban a 20 minutos en auto, así que le ofrecí controlar ese espacio, y al tiempo me dejó levantar la persiana y empezar a vender; todo fue muy de a poco”, resume el ex Standard Bank, que agrega: “Una vez que vimos que se vendía algo, invertimos unos $40 mil para hacer unos muebles, poner un cartel, una registradora, una heladera y demás, ya que para elaborar y cocinar usábamos las máquinas y el horno de mi viejo”.
Como el nacimiento de Quibeluma –así es como llamó Juan Ignacio a su panadería–, Delizias, el local a cargo de la anterior generación Lalia, también surgió por casualidad. “Cuando abrieron el primer local, mi viejo andaba con quilombos financieros, entonces con la ayuda de mi tío armó Delizias y empezó a elaborar algunas tortas y algo de facturas; pero recién a los tres o cuatro años les empezó a ir bien”, resalta.
Pasar de facturar $ 41 en su primer día a $ 1,5 millones en un mes regular no fue, para el emprendedor, un acto de magia. “Hicimos de todo y muy a pulmón: gasté un mango con un carpintero amigo y junto a una diseñadora amiga le sumamos una marquesina al local,empezamos a tomar más gente, repartíamos 10 mil volantes con forma de billete de $ 2 y el logo de Quibeluma cada dos meses”, enumera Lalia.
Del mismo modo, el aporte académico que recibió durante su carrera universitaria el fundador de la panadería también fue una herramienta importante para el crecimiento del negocio. “Empecé a mirar a la universidad con otra óptica; después de hacer ese click hubo una clase que me quedó grabada: nos dijeron que lo que uno tenía que hacer para crecer constantemente era generar capacidad ociosa todo el tiempo, y pensar siempre en cómo expandirse”, detalla.
Hoy, Quibeluma junto con Delizias consume unas 360 bolsas de harina 0000 por mes, es decir, genera alrededor de 19 mil kilos entre panificados y facturas, mientras que en pastelería elabora alrededor de 450 tortas diferentes por semana. “Nuestro concepto es producir productos con alto valor agregado y de primera calidad, y así generar una mayor facturación con un menor volumen de producción”, explica Lalia.
En ese sentido, añade: “Cuando decidí implementar esta estrategia de negocio, empecé por la medialuna de manteca, que era el producto más demandado. Dejamos de trabajar con margarinas y empezamos a producirlas con harina 0000, manteca endulzada con miel y más lácteos, y aunque en un principio se elevó el costo y el producto empezó a rendir menos, más tarde se convirtió en nuestra insignia”.
Fue gracias al éxito de su fórmula para cocinar medialunas que Lalia decidió dar un paso más y abrir, en enero último, una planta panificadora en la zona industrial de Martínez, en la que hoy se fabrica además una nueva línea de medialunas congeladas precocidas. “Somos 26 personas trabajando las 24 horas”, dice orgulloso.
Mientras reparte su negocio entre las ventas de sus locales y los pedidos de empresas (Quibeluma cocina para IBM, Telefónica y Telefé, entre otras compañías), el emprendedor no pierde el entusiasmo por seguir experimentando y expandiéndose: “Ahora queremos agrandar el local de Quibeluma con mesas y café, y abrir otra sucursal más chico, con un concepto distinto, que venda pocos productos de alta rentabilidad, todos calentitos y recién horneados, en zonas de alto tránsito”.