Restos de fármacos se acumulan en las aguas: la alerta científica ante una amenaza invisible

Los medicamentos que utilizamos acaban en el medio ambiente, matan especies y provocan cambios biológicos insospechados en otras. ¿Qué se puede hacer si son imprescindibles?

No es nada nuevo que nuestra civilización genera contaminación que amenaza la supervivencia de numerosas especies animales y vegetales. La industria, los transportes, la agricultura y la ganadería producen residuos y sustancias químicas que están cambiando la vida del planeta y dañan nuestra propia salud. Es un problema bien conocido y, de hecho, desde hace décadas trabajamos para ponerle remedio, con mayor o menor acierto. Sin embargo, hay otros venenos menos evidentes pero que pueden ser igual de dañinos.

En los últimos años, los científicos están descubriendo que los restos de los fármacos que utilizamos también alteran gravemente los ecosistemas y la solución no es sencilla, porque los medicamentos son imprescindibles. La revista ‘Science’ acaba de publicar un artículo que analiza detalladamente esta cuestión. Los españoles Gorka Orive (Universidad del País Vasco) y Unax Lertxundi (Osakidetza-Servicio Vasco de Salud) son los principales autores de un trabajo que también firman Tomas Brodin (Universidad de Ciencias Agrícolas de Suecia) y Peter Manning (Universidad de Bergen, Noruega) y que repasa los conocimientos actuales sobre los efectos de los fármacos en el medio ambiente. Según explican, nunca hemos consumido tantos medicamentos como en la actualidad. En 2020 se utilizaron 4,5 billones de dosis (es decir, 4.500.000.000.000 dosis) en todo el mundo, una cifra que no incluye el uso veterinario. El récord puede estar impulsado por la pandemia de covid y se traduce en picos de sustancias farmacológicas en las aguas residuales, pero la tendencia viene de lejos y las consecuencias son bastante imprevisibles porque, según denuncian, aún queda mucho por saber acerca de los impactos ecológicos de este problema.

“Los medicamentos han sido, son y serán necesarios; son fundamentales para tratar muchísimas enfermedades y mejorar la calidad de vida de los pacientes. Sin embargo, este es un problema que también hay que abordar”, comenta Orive en declaraciones a Teknautas. Tanto él como su colega Lertxundi conocen este asunto de primera mano. Hace apenas dos meses publicaron un estudio en ‘Science of The Total Environment’ con un ejemplo demoledor, precisamente, de 2020. En Vitoria, que fue duramente golpeada en la primera ola de pandemia, se multiplicó por 25 el uso de medicamentos en el hospital. Impulsados por la desesperación del momento, los médicos utilizaron masivamente cloroquina, hidroxicloroquina, lopinavir, ritonavir o azitromicina.

Con el paso del tiempo se supo que muchas de estas sustancias no servían para nada en la lucha contra el covid. El dato de Vitoria quedó registrado en la planta de tratamiento de aguas residuales de la ciudad, tanto a la entrada como a la salida, puesto que estas instalaciones no eliminan completamente los restos de fármacos, que se diseminan en el medio ambiente. Sin embargo, en la mayoría de los casos es aún peor, porque el 80% de las aguas residuales del mundo acaban de nuevo en el medio ambiente sin ninguna forma de tratamiento, según la Unesco.

El problema específico de los fármacos frente a otros tipos de contaminación es que se trata de moléculas que están diseñadas para desencadenar cambios biológicos, así que el daño puede ser aún mayor aunque menos visible que el otros contaminantes, incluso en concentraciones extremadamente bajas, según explican los autores del trabajo. Por eso, los efectos son impresionantes. Los primeros que los sufren son los animales acuáticos, que en algunos casos acumulan concentraciones más altas que las consideradas terapéuticas en el ser humano. Sin embargo, los estudios están demostrando que ninguna especie está exenta.

“Liberados en el medio ambiente, los fármacos tienen consecuencias toxicológicas muy importantes. Se ha constatado la muerte directa de buitres en la India y Pakistán, debido a su exposición ante un medicamento antiinflamatorio; o la feminización de algunos peces que acumulan antidepresivos y ansiolíticos”, advierte Orive. “Es un conjunto de efectos muy variados que cada vez se están observando y analizando más por parte de la comunidad científica”, añade. Aunque hay investigaciones concretas como estas, que relacionan directamente algunos fármacos con alteraciones drásticas en la naturaleza, lo cierto es que este tipo de estudios aún son muy escasos y no parece haber demasiada preocupación por ello. Según un estudio que citan los expertos en este análisis, el 88 % de los medicamentos que se dirigen a las proteínas humanas carecen de datos completos de toxicidad ambiental.

Alteraciones biológicas

Los fármacos humanos se dirigen a proteínas que, como mínimo, son similares a las que se encuentran en muchas otras formas de vida, así que esos estudios ambientales que advierten de que están dañando a una especie en concreto son muy valiosos, pero probablemente se estén quedando muy cortos. Por ejemplo, las estatinas reducen el colesterol, así que en la actualidad son uno de los medicamentos más consumidos. Hasta ahora, se ha relacionado su impacto en el medio ambiente con alteraciones en la reproducción de los crustáceos, pero se sospecha que podrían estar afectando a todos los animales, puesto que la biosíntesis del colesterol es un proceso biológico fundamental.

La propia industria farmacéutica libera muchas sustancias nocivas al entorno en su labor de producción de medicamentos, pero en su mayor parte pasan por otros usos antes de llegar a las aguas residuales: hospitales, domicilios particulares o granjas, en el caso de los fármacos veterinarios. Una vez utilizados, de estos lugares salen en forma de desechos (orina, heces o directamente a las basuras). Las estaciones depuradoras de aguas pueden solventar parte del problema, pero no todo.

Si este asunto está poco estudiado en los países más desarrollados, en los que tienen pocos recursos la investigación es casi inexistente, con el agravante de que en algunas zonas el agua escasea y, su uso repetido, sugiere que puede haber concentraciones de fármacos aún más altas. La concentración de la población en grandes zonas urbanas tampoco ayuda. Además, en el marco de la cooperación sanitaria, es habitual la entrega de grandes cantidades de medicamentos como la ivermectina, un fármaco antiparasitario que se ha demostrado letal para los escarabajos, que a su vez son clave en muchos ecosistemas agrarios. Sin embargo, nadie evalúa el impacto que está teniendo en algunos países. Todo esto indica que la contaminación causada por los fármacos afecta también al ser humano y de diferentes formas. “Una de las cosas que reivindicamos es que este problema afecta a la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, en concreto en 13 de los 17”, destaca el investigador de la Universidad del País Vasco. Dentro del concepto ‘One Health’ (una sola salud), “ya sabemos que todo lo que afecta al medio ambiente y a los animales revierte en algún momento a la humanidad de forma directa o indirecta y probablemente la actual pandemia sea una buena muestra”, añade.

¿Hay solución?

Como en casi todos los ámbitos, plantear la existencia del problema es la parte fácil, pero ¿cómo solucionarlo cuando nuestro bienestar, nuestra salud y nuestra vida depende de la utilización de fármacos? En España, la esperanza de vida en el último siglo ha aumentado en unos 40 años y, junto con la mejora general de las condiciones de vida y el avance en los conocimientos y las prácticas médicas, sin duda, los medicamentos tienen mucho que ver. Renunciar a ellos es impensable, pero al mismo tiempo seguir incrementando su consumo nos condena. ¿Cómo salir del círculo vicioso? “Las soluciones se dividen en dos bloques, las que sirven para prevenir, antes de que se produzca la contaminación; y las que puede paliarla una vez que el daño está hecho”, comenta Orive.

Dentro de la prevención, los expertos creen que se podría acometer una simplificación en el uso de los fármacos. “Hay que tener en cuenta que en la actualidad hay 4.000 principios activos comercializados”, señala el experto. Por lo tanto, es probable que podamos prescindir de muchos de ellos sin renunciar a nada. “Hay que apostar por el uso correcto y adecuado de los medicamentos y por una mayor educación y concienciación social”, comenta. El problema del abuso de los antibióticos, más específico, resulta más conocido porque está dando lugar a las resistencias bacterianas o “superbacterias”, que ya no responden a los tratamientos. Por eso hace años que las autoridades sanitarias lanzan campañas para buscar la colaboración de los pacientes.

A más largo plazo está la posibilidad de desarrollar medicamentos “más ecológicos”, es decir, que tengan un menor impacto biológico o que se eliminen más fácilmente en el medio ambiente. El diseño y la reformulación de los medicamentos son la clave, aunque se trata de procesos muy largos. También está la posibilidad de desarrollar mejores técnicas para el tratamiento de aguas residuales, en definitiva, limpiar mejor las aguas de los ríos si optamos por tratar de paliar este tipo de contaminación.

“El problema es muy complejo, tiene muchas aristas y es muy transversal. Es difícil determinar en qué punto estamos. Cada vez hay más estudios científicos y este problema tiene más notoriedad, pero todavía hay que hacer un gran esfuerzo para establecer iniciativas desde el punto de vista social, sanitario, regulatorio y tecnológico”, afirma el experto. En su opinión, Europa es el continente más sensibilizado a través de iniciativas como el Pacto Verde Europeo, que ya recoge esta cuestión. No obstante, considera que es muy importante “no trasladar el problema al paciente ni al sanitario y que no se estigmaticen los medicamentos, porque son fundamentales”.