Se define octubre

Las encuestas que van apareciendo para informar acerca de la intención de voto en las próximas legislativas marcan una creciente ventaja de Sergio Massa sobre el candidato del Frente para la Victoria. Según parece, Martín Insaurralde no está logrando sumar voluntades a su escueta perfomance de las PASO.

Veamos cuál sería el escenario posible en caso de que la tendencia se consolide y el tigrense supere el 40% de los votos. Todas las encuestas que circulan por estas horas hablan de una brecha cada vez más amplia entre la intención de voto que cosecha Sergio Massa y la de su principal rival, Martín Insaurralde. Confirman, además, la tendencia que adelantamos la misma noche de las PASO y que, a nuestro criterio, marcaría una fuerte caída del voto hacia Francisco de Narváez, quien en estos momentos orilla el 5% de intención retenida.
Decíamos entonces y repetimos ahora que seguramente el votante “anti Gobierno”, que antes había apoyado la propuesta oficial, se correría hacia las playas del Frente Renovador para asegurar una victoria en octubre que sepulte la intención de continuidad del kirchnerismo y lo someta a una situación de indefensión tal que no le permita mirar más allá de mañana. De confirmarse estas tendencias, el Intendente de Tigre superaría con alguna holgura el 40% de los votos y estaría en condiciones de cambiar exponencialmente el panorama político nacional. Es que ante un resultado de esa naturaleza  aparecería un escenario que es, sin dudas, el más temido por Cristina y su gente.
Por una parte, el éxodo de los dirigentes oficialistas hacia el proyecto del “nuevo líder” sería mucho más rápido y mayor de lo que ya es bastante notorio en la actualidad. Pero también, otros niveles del Estado (la Justicia, por ejemplo) acompañarían el humor social y comenzarían a cobrar viejas deudas que un gobierno muy poco respetuoso de las instituciones y los descensos ha adquirido con ellos, tal como lo hizo con gran parte de la sociedad. La cuestión a resolver será, entonces, si la Presidente acepta el rol de “reinar pero no gobernar” hasta 2015, cediendo ese protagonismo agresivo y demandante que la ha caracterizado en todos estos años; o si, por el contrario, se repite la historia reciente que habla de mandatarios que no logran concluir su mandato.
A pesar de los intentos de nuestra dirigencia de “asustar” al ciudadano con la posibilidad de esta coyuntura, el argentino medio sabe que ante la absurda insistencia de un jefe de Estado que se esfuerza en no reconocer la realidad, el recambio es un escenario dramático pero no tan grave como el autismo político. ¿Podía Alfonsín seguir gobernando en 1989? ¿Le era posible a Fernando De la Rúa, una década después? ¿Puede cambiar la tendencia actual antes de octubre?
Puede ser, todo puede ser. Ocurre que el motor que ha llevado a los protagonistas hasta acá parece no cambiar nunca sus revoluciones: Massa sigue impertérrito ante los agravios y provocaciones, y Cristina sigue convencida de que ella y sólo ella tiene la razón. Y en este contexto, todos los demás, hasta los que piensan sacar ventaja de posicionamiento en este proceso, son absolutamente de palo.

El papel de Daniel Scioli

A esta altura de los acontecimientos, se hace cada vez más difícil sostener que el Gobernador bonaerense es alguien sin personalidad. El “forro” del que habló Malena Massa o el “felpudo” al que se refieren en público o en privado muchos de sus detractores, va creciendo como un engranaje fundamental de la transición, aunque ya no resulte tan claro que vaya a encabezarla.
Producido un esperable triunfo de Massa en octubre y siendo previsible que el mismo se base en un guarismo superior al 40%, es claro, para los que se contentan con mirar sin analizar, que la carrera del jefe comunal de Tigre no tendrá techo. Y si ya en las vísperas su tropa se ve permanentemente engrosada por dirigentes de una dudosa lealtad partidaria que saltan hacia lo que hoy parecen playas más seguras, el éxodo post triunfo amenaza con ser de una magnitud impensada.
Pero no es tan así. Y es aquí donde el “perdedor” (Scioli) puede capitalizarse más que el “ganador” (Massa).
Para los dirigentes del peronismo tradicional, el ex motonauta es mucho más confiable que la nueva “esperanza blanca” del justicialismo. Saben que con Scioli se puede dialogar, que pueden ser escuchados y que hasta podrían  convencerlo de tomar otros caminos, distintos a los que haya pensado con anterioridad. En un peronismo que padece una década de maltrato kirchnerista, esto no va a ser poco a la hora de elegir carpa. Por ahora, la decisión es terminar con el tiempo de Cristina; y las circunstancias hacen que el “buque insignia” sea Massa.
Pero después de octubre, la historia será otra. Hay que recomponer la relación con la gente, tranquilizar a la Argentina económica, canalizar la social y reconstruir la política. Y Massa puede ser, aun a su pesar, el líder de la oposición parlamentaria y hasta el elegido de la gente en la calle. Pero Scioli va a convertirse en garantía de la transición y la gobernabilidad, incluso a pesar de Cristina y sus fedayines, que seguramente saldrán del proceso electoral con mucho menos poder del ya ajado que detentan ahora.
Scioli es institucionalista, quiere ser Presidente. Massa es personalista y también quiere ser Presidente, pero desde una visión de liderazgo que se parece mucho más a los de los históricos caudillos peronistas, con balcón, bombos y sumisión incluida. Y es entonces cuando lo que los une, que son sus apetencias, también los diferencia. Lo mismo ocurre con el momento en el cual lo que hoy parece un demérito de Daniel, puede convertirse en su gran aliado: la confiabilidad. Si Massa quiere, lo necesita a Scioli; y si éste quiere, ¿lo necesita a Massa?
La respuesta la tienen, por ahora, los dirigentes de “los dos peronismos”. Y todo hace pensar que van a elegir por aquel al que, como tantos, suponen que podrán manejar; y Scioli, impávido, va a dejar que lo piensen. Total, y al final, será la gente quien decida.