Sentir vergüenza

La locura cumplió años. El vigésimo aniversario del atentado a la sede de la AMIA vuelve a poner en evidencia la falta de institucionalidad y la inexistencia de la justicia. En Mar del Plata, las peleas entre facciones en el Concejo Deliberante nos dejaron sin representación para el homenaje.

Tal vez se hayan agotado todas las palabras para definir la monstruosidad de los hechos ocurridos en Buenos Aires aquel 18 de julio de 1994. También es posible que todos tengamos un sentimiento de frustración muy grande al observar que, veinte años después, los culpables siguen alegremente en libertad. Y al ver que, al menos algunos de ellos, continúan así gracias a un paraguas protector que les otorga el propio Estado argentino al firmar un protocolo internacional que les cede la territorialidad, el manejo de los tiempos y el espacio necesario para programar una impunidad que, como si fuese poco, les permita fingir una colaboración con la justicia de la que ellos mismos se burlan.
La clase política argentina, amoral e irresponsable en su totalidad, ha utilizado la cuestión como bandería de enfrentamiento y especulación. Los mismos que criticaban aquella inacción de Menem en los ’90, tuvieron un corto paso por el poder entre 1999 y el estallido del 2001, y nada hicieron para avanzar en una causa a la que el propio tiempo ha desvirtuado.
El kirchnerismo, sobreactuado y relatado en los primeros años para conseguir el aplauso fácil, vio sucumbir su impudicia de la misma forma en que le ocurrió con la economía, la inclusión social y los derechos humanos: el solo transcurrir del tiempo puso en evidencia su mentira; y como en los otros ítems, las víctimas de la simulación terminaron indignadas y demandantes.
La firma del acuerdo con Irán, con el que se canjeó a los muertos por unos pocos intereses comerciales, que además benefician solo a amigos del poder y ni siquiera al conjunto de la economía nacional, fue la gota que rebalsó el vaso.
Como nunca antes, quedó en claro que para Cristina y sus cómplices el dinero y el poder son los dioses a honrar, y la justicia y la gente son solo chivos emisarios del gran objetivo.
Nuestra ciudad no podía quedarse fuera de tanto disparate. Es largamente sabido que la vida política marplatense se ha caracterizado por ser una de las más miserables y mediocres del todo el territorio nacional, y solamente el esfuerzo y el talento de los particulares ha permitido a lo largo de los años que esta ciudad llegase a ser lo que es.
Pero lo ocurrido en este aniversario supera todo lo imaginable en materia de ausencia de toda moral pública y termina, calificando para siempre a nuestros “representantes” como una juntadilla de irresponsables, que además aparecen ahora como bastante estúpidos. Porque hay que ser muy tonto como para no darse cuenta de que ningunear una fecha como ésta tiene que terminar inevitablemente con el desprecio de una sociedad que, veinte años después, sigue reclamando justicia.
Aunque podríamos concluir que solo podrían eximirse de la estupidez si la ausencia de valores morales fuese de tal magnitud que no llegan a comprender de qué se trata lo que se trata.
Cuesta creer que el cumplimiento de la ordenanza que dispone la realización de un homenaje multirreligioso en cada aniversario se haya omitido por la cuestión institucional que atraviesa un cuerpo deliberativo donde escandalizarse por la situación que involucra a su Presidente es, por lo menos, sorprendente.
Nuestros ediles demostraron que no tienen siquiera noción de qué es lo pasajero, qué es lo importante y qué es lo trascendente.
Bailaron la pobre danza de su inopia y falta de principios sobre los cadáveres de 85 argentinos que fueron agredidos, entre otras cosas, por la ineficacia de una dirigencia política que, encarnada en el Estado, no supo, no quiso o no pudo ver lo que estaba por pasar.
Aunque apenas dos años antes hubiese pasado en la misma ciudad, a pocas cuadras y con los mismos victimarios y víctimas.
Al escribir estas líneas, siento mucha vergüenza, mucho dolor, pero nada de indignación. Ya hace mucho tiempo que la impostura, la irresponsabilidad y la torpeza de estos señores dejó de indignarme.
No se pueden esperar peras del olmo ni seriedad alguna de quienes viven de omitirla y prefieren suplantarla con discursos grandilocuentes que escondan por un tiempo sus miserias y mediocridades.
El Concejo estuvo vacío. Pero la memoria de los marplatenses está cada vez más llena.