Mientras el presidente Trump insiste en hablar del “virus chino”, las denuncias por agresiones xenófobas se suceden.
Uno de febrero, sábado por la noche, Los Ángeles. Tanny Jiraprapasuke sale a cenar con una amiga por el downtown. La ciudad china de Wuhan, a 11.000 kilómetros de distancia, está ya en cuarentena. El coronavirus ha cruzado el Pacífico y hace 10 días que se ha confirmado, cerca de Seattle, el primer caso de Covid-19 en Estados Unidos. A las diez y media de la noche, las dos amigas toman el metro para regresar a casa.
“Entonces un tipo se subió en mi misma parada y empezó a decir cosas racistas”, recuerda por teléfono Jiraprapasuke. “Insultaba a los chinos, decía que eran sucios. Como yo no soy china, no me di por aludida. Pero mi amiga me dijo que creía que me hablaba a mí. Miré a mi alrededor y vi que era la única oriental. El hombre hablaba y hablaba, y cada vez se enfadaba más. Yo trataba de mantener la vista al frente, y a veces le miraba de reojo y veía que me señalaba con violencia. Temí que si me bajaba del metro me seguiría. Estuvo así más de diez minutos. Miré a mi alrededor, tratando de establecer contacto visual con otros hombres para ver si me defendían, pero miraban para otro lado. Entonces decidí sacar mi móvil y grabarlo”.
En el vídeo, lleno de palabras malsonantes y agresividad, se escucha cómo el hombre dice que “todas las enfermedades vienen de China” porque los chinos son “asquerosos”. Jiraprapasuke, profesora de mindfulness, de origen tailandés, se metió en Internet cuando llegó a casa. Se dio cuenta de que el suyo no era un caso aislado y decidió publicar su vídeo. Personas de todo el mundo, con rasgos orientales como ella, describían las experiencias racistas similares que habían vivido a raíz de la explosión del coronavirus. Las compartían bajo el hashtag #JeNeSuisPasUnVirus (“yo no soy un virus” en francés).
El coronavirus, que se detectó por primera vez en China en diciembre, se extiende hoy por todos los continentes excepto la Antártida. Y ha dado lugar a un repunte de ataques racistas a personas con rasgos orientales en Estados Unidos provocado, según los expertos, por la ignorancia sobre la amenaza, combinada con un racismo latente y una campaña por parte de la Administración Trump que insiste en hablar del “virus chino”.
Un hombre golpea en la cabeza a una mujer, en las galerías del metro de Nueva York, tras llamarla “puta enferma”. Un joven escupe y derriba de una patada en la espalda a un viandante, en la misma ciudad, al grito de “puto coronavirus chino”. En un instituto de Los Ángeles, un joven de 16 años es agredido por sus compañeros que le acusan de tener Covid-19. Empleados de un hotel de Indiana impiden la entrada a una familia con rasgos orientales. Decenas de historias circulan por las redes sociales y la prensa estas semanas. Un total de 260 colectivos firmaron una carta a los líderes del Congreso pidiendo acción contra “la marea creciente de racismo dirigido a la comunidad asiático-estadounidense”. Una coalición de grupos de derechos civiles puso en marcha el jueves pasado una página web para documentar denuncias de estos incidentes. En 24 horas, recogieron más de 40.
Es difícil llevar un recuento del número de ataques contra orientales desde el brote del coronavirus, pero algo así es lo que está haciendo el sociólogo Russell Jeung, profesor de estudios asiático-estadounidenses en la universidad de San Francisco. Lleva desde enero recogiendo las informaciones en los medios estadounidenses sobre estos incidentes. Entre el 9 de febrero y el 7 de marzo, los medios recogieron 292 incidentes. El número aumentó un 50% de la primera semana a la cuarta.
“Hay que tener en cuenta que esto es solo la punta del iceberg”, explica Jeung. “Los medios solo recogen lo sensacional, no las interacciones diarias, las burlas, las humillaciones. O el impacto en los negocios. Italia tiene más casos que China, pero la gente no evita los restaurantes italianos. Sí se vacían, en cambio, los coreanos o los tailandeses, que nada tienen que ver con China, lo que indica que la respuesta es racista. Hay un patrón claro. Primero son las declaraciones xenófobas. Cuando estas se normalizan, se extiende el boicot económico y, después, los ataques personales. La retórica, en los medios y en los políticos, incita al miedo, y el miedo conduce a la violencia”.
El pasado jueves, durante la conferencia de prensa del equipo del coronavirus en la Casa Blanca, el fotógrafo de The Washington Post Jabin Botsford capturó con su cámara un detalle de los apuntes que llevaba el presidente Trump para su comparecencia. Había tachado con rotulador la palabra coronavirus y había escrito encima “virus chino”. A pesar de que tanto los expertos en sanidad de su propia administración como la Organización Mundial de la Salud consideran inapropiado hablar de virus chino, y advierten de que puede producir reacciones xenófobas, el presidente y destacados cargos públicos del Partido Republicano insisten en utilizar el sintagma y en defender su uso.
El lunes, durante su conferencia de prensa diaria en la Casa Blanca, a preguntas de los periodistas, el presidente aseguró que va a “cuidar de los asiático-estadounidenses”. “No me gusta nada”, dijo, “que se utilice un lenguaje malo contra ellos y no voy a permitir que suceda”.
“Hay un momento en que la Administración Trump cambia del desdén inicial hacia el impacto de la pandemia a, de repente, tomar medidas como el cierre de colegios u ordenanzas de distanciamiento social. Y cuando la realidad golpeó, la narrativa cambió rápidamente a la de virus chino”, explica Jason Oliver Chang, profesor de historia y estudios asiático-estadounidenses en la universidad de Connecticut. “Se trata de un proceso coherente con las prácticas de esta Administración. Siempre hay una etnia o grupo racial al que culpar. Ya sean los musulmanes, los centroamericanos o los chinos. Esta Administración demuestra que el discurso racial es su política”.
De la Ley de Exclusión de Chinos de 1882 –la primera legislación migratoria que excluía a una etnia entera– a los campos de internamiento en la Segunda Guerra Mundial, pasando por el macartismo en la Guerra Fría, el sentimiento negativo hacia la población de origen asiático en Estados Unidos se remonta casi hasta el origen de esta migración, que empezó a llegar atraída por la fiebre del oro y la construcción del ferrocarril a mediados del siglo XIX. Esa percepción, que lleva a los académicos a hablar del concepto de “perpetuo extranjero”, se combina en la crisis actual con la tendencia a culpar a colectivos marginados por la expansión de enfermedades: la migración mexicana por la gripe A en 2009, los propios chinos por el SARS en 2003 o incluso los haitianos por el sida en los ochenta.
“Como historiador, no lo encuentro tan sorprendente”, asegura Chang. “El fenómeno sigue un patrón histórico de auge de xenofobia en tiempos de crisis, y encaja en una larga historia racial del perpetuo extranjero. La etnicidad y la raza se convierten en una manera en que la gente canaliza el miedo a la pandemia. Se corresponde con ideologías nacionalistas o jingoístas. Hay maneras en que la pandemia de Covid-19 encaja en el auge del nacionalismo etnocéntrico”.
Algunos ciudadanos de rasgos orientales han tomado medidas para protegerse. En Nueva York, después de varios ataques en el metro, se han organizado en redes sociales grupos a los que recurrir para no viajar a solas. Por todo el país, establecimientos de venta de armas hablan de un repentino repunte en clientes de origen asiático. En Rockville, localidad del Estado de Maryland con una amplia comunidad china, Andy Raymond, propietario de la tienda Engage Armament, asegura que sus ventas se han disparado con la llegada de la pandemia. “Durante las dos primeras semanas me llamó la atención que eran sobre todo clientes asiáticos”, explica, “que venían a comprar su primer arma”.
A Tanny Jiraprapasuke, el ataque verbal que sufrió en el metro de Los Ángeles le hizo comprender, explica, que “la diversidad no te salva del racismo”. “Al tener rasgos orientales estás expuesta a algún nivel de xenofobia, pero son microrracismos manejables”, concluye. “Nunca me había sentido en peligro físicamente. Esta ha sido la primera vez”.