En el Bajo Flores, Capital Federal, un equipo de psicólogos y sacerdotes aplica un enfoque único y recupera con éxito a familias.
“¿¡Te casás, Silvana!?”, pregunta Vanesa, entre incrédula y sorprendida por la noticia que acaba de escuchar de una conversación ajena. La futura esposa lanza un “sí” que no parece satisfacer la curiosidad de su vecina de banco, en la mesa de madera que todos comparten en el patio del Centro de Orientación de la villa 1-11-14 del Bajo Flores.
“¿Y con vestido blanco?”, insiste Vanesa con curiosidad, sobre lo que parece un acontecimiento poco común en el barrio. “No, no me parece…”, dice Silvana casi convencida. Tiene 39 años y hace tres ni se le ocurría que algún día se casaría. Y menos aún que en tan poco tiempo iba a recuperarse del alcoholismo; que volvería a estar con su hijo mayor, que vivía con el padre; y que podría organizar una familia con seis hijos y su futuro esposo, Jesús, que se recuperó de la adicción al paco y ayuda a otros.
Ella fue la primera paciente del equipo de psicólogos del Centro de Orientación María Madre del Pueblo de la villa. La derivaron los sacerdotes de la parroquia, que hoy son los que mejor conocen el lugar. “Actúan como agentes de salud para nosotros, porque nos derivan a los pacientes y nos dicen cuáles son sus problemas más urgentes. Es una población vulnerable, a la que le va la vida en esos problemas, así que necesita cambios rápidos”, resume la Dra. Patricia Ovejas de Santángelo, coordinadora general del centro de orientación que depende de un programa de la Universidad Católica Argentina (UCA).
El equipo aplica una técnica inédita que combina la logoterapia con el psicoanálisis adaptado a poblaciones vulnerables. Sus mayores exponentes locales, los doctores Claudio García Pintos y Héctor Fiorini, supervisan desde el Centro de Logoterapia y Análisis Existencial (CLAE) de la UCA el progreso que va obteniendo el equipo con esta intervención. Aunque el trabajo está destinado a los chicos de entre 4 y 14 años, es imposible no ocuparse del resto de las familias. Desde 2011, el equipo brindó 2.425 prestaciones a 130 personas “que hay que multiplicar por cinco, porque el efecto alcanza a toda la familia”, comentó Ovejas de Santángelo.
El año pasado, 20 personas quedaron en lista de espera por la gran demanda que tiene el equipo de cinco psicólogas, asistidas por cuatro profesionales voluntarios y 33 estudiantes que se inscriben para las prácticas. La adherencia al tratamiento es casi perfecta: del 95 por ciento. Las urgencias incluyen abandono, adicciones (sobre todo al paco y al alcohol), abusos, problemas judiciales, depresión, psicosis o ansiedad, conflictos familiares, falta de escolaridad, problemas de conducta, exposición a situaciones de riesgo e intento de suicidio, entre otras.
A cada paciente se le hace una evaluación para incorporarlo al centro o derivarlo al psiquiatra o el centro de salud. Cada sesión dura 30 minutos y la historia clínica incluye tests gráficos que se repiten cada seis meses. Las diferencias en los trazos y la organización de los dibujos no dejan de sorprender a los pacientes ni a los profesionales.
“Integramos la logoterapia, que nos permite trabajar con el sufrimiento, la búsqueda del sentido de la vida y con el ser humano como centro de su existencia, capaz de salir adelante; y con el psicoanálisis adaptado a pacientes de sitios carenciados y hospitales, donde la terapia tiene que ser muy dinámica”, explica Ovejas de Santángelo, que tiene 17 años de experiencia de trabajo hospitalario. El psicoanálisis aporta las herramientas para detectar los “focos” o problemas que cada paciente necesita resolver o metas que desea alcanzar.
Nada al azar
El equipo aclara que no es una improvisada combinación de técnicas sino el resultado cuidadoso de una investigación de ocho años con la que la coordinadora del centro se doctoró summa cum laude . El grupo se reúne en una pequeña habitación con techo de chapa, una de las dos de la construcciones donde funciona el Centro.
En pocos minutos, comienza a circular el mate. Solo faltan los sacerdotes Gustavo Carrara, vicario episcopal para la pastoral en las villas; Hernán Morelli y Nicolás Angellotti, que derivan a los pacientes. El próximo sábado, participarán del 5° Congreso Latinoamericano de Logoterapia y Análisis Existencial presentando un libro con los resultados de esta intervención asistencial (informes: personacentro.blogspot.com.ar ).
El resto del equipo está formado por mujeres. Están las licenciadas Belén de la Peña, Agustina Larrea, Florencia Halliburton y Andrea Eterovic Terceros, que es boliviana y aporta la comprensión de una cultura muy común en la villa. Se organizaron para recibir a La Nación, pero no es fácil. Surgen vocecitas que dicen “¡hola!” y ellas salen a ver quién es. Cada tanto, por la puerta se asoma alguna cabecita que desaparece enseguida. Al rato, las psicólogas volverán con los tímidos visitantes a buscar los juegos con los que “habilitan la palabra”, como dicen.
Explican que no hacen asistencialismo. Si llega un chico descalzo o con frío a la terapia, primero resuelven ese “obstáculo” para avanzar. En la sesión, el paciente tiene que focalizar qué quiere de su vida. “Cuando se escuchan historias de violación, abuso, hambre, tenemos que consolar y abastecer para luego trabajar lo más profundo. Un chico con hambre se va a ir no solo con algo en la panza, sino también con medias y abrigo”, explica Ovejas de Santángelo. Pero eso “no significa que hagamos asistencialismo. Al paciente le queda claro que no es nuestra función calzarlo o alimentarlo. Se va sabiendo cómo tiene que conseguirlo”, agrega de la Peña.
Ambiente hostil
Afuera, en el patio compartido con la guardería y el jardín de infantes, está Silvana. Algunos de sus hijos van y vienen: José (8 años), Celeste (15), Érica (16), Juan (9) y Emanuel (12). No está Maxi, de 11, con el que ella va a la primaria. Todos fueron pacientes del centro. “Me costó un montón salir adelante acá. Hay que tener mucha fuerza de voluntad porque mirás lo que está haciendo gente que conocés de siempre y sentís impotencia. Por ahí veo gente trabajadora que está pasando y estos chicos, en su locura, la atacan, la golpean. Hay muchos chicos adictos y mucha gente trabajadora que pelea para que sus hijos puedan salir adelante. Acá me preocupa el futuro de mis hijos“, explica.
Quiere ir al secundario y trabajar en lo que pueda. Ya está buscando un lugar para mudarse. Cae la tarde y Silvana se despide, después de responderle a Vanesa que su vestido de novia no será blanco.
Llegan los sacerdotes y es una revolución. Todos los saludan. Ellos atienden todo a la vez. “Acá es así”, dice el padre Morelli. También se ocupan de la construcción de un colegio secundario, necesario para la salida laboral de los jóvenes. Para eso, están necesitando fondos y equipamiento que se pueden ofrecer a carrara_gustavo@yahoo.com.
“La parroquia tiene una mirada integral de la vida. Eso incluye el cuidado de la salud física, mental, espiritual y material, con la educación, la vivienda, la alimentación y el trabajo. Cuando surgió la propuesta del centro de orientación, nos gustó. Y la asistencia de la gente demuestra que les sirve”, explica el padre Morelli.
Un joven que pasa cerca con una chica del brazo, lanza envalentonado: “¡Padre! Ella me dice que se quiere casar conmigo”. Como si nada, el sacerdote responde: “bueno, que le pida permiso a tu esposa”. La respuesta no pasa inadvertida para los jóvenes, que siguen caminando mientras el muchacho improvisa los primeros acordes de la marcha nupcial.