La capital del Piamonte italiano conserva muy arraigada la tradición del aperitivo que, a diferencia de en España, se sirve antes de la cena. Esta bebida de moda no puede faltar.
Cinco jóvenes atléticos reman al unísono sobre las aguas tranquilas del río Po. Su perfecta sincronía se cruza con la de otros remeros que avanzan en sentido contrario, arropados por las márgenes arboladas del río. Al este, sobresale la majestuosa la Iglesia de la Gran Madre de Dios; al oeste, es L’ora del vermouth en el Club de Remo Armida (1869), uno de los clubes para la práctica del remo más antiguos de Italia. Turín, con sus más de dos millones de habitantes, respira tranquilidad y sosiego.
Centro cultural, artístico y de negocios, sus calles adoquinadas ribeteadas por las vías del tranvía, sus anchas avenidas y sus monumentales plazas oxigenan una ciudad que ha sabido conservar sus símbolos más auténticos, sin perder ni pizca de identidad. En la capital del Piamonte conviven dos espíritus que caminan acompasados en el tiempo, respetándose mutuamente. Mientras brotan las galerías de arte, los talleres creativos y la arquitectura moderna, Turín conserva intactos cafés anteriores al 1800, innumerables puestos callejeros de libros, comercios de barrio con clientela fija, cines de entrada estrecha, sin chucherías y olor a celuloide y la típica galería comercial con techo acristalado donde permanecen las mismas tiendas desde hace más de medio siglo.
Pero si algo conserva Turín es casi la obligación de tomarse un vermut a la hora del aperitivo, ritual que a diferencia de España, en Italia tiene lugar por la tarde, para abrir el apetito de la cena. Y es que Turín es la cuna mundial del vermut, esa bebida elaborada a base de vino blanco, hierbas aromáticas, raíces, maderas, flores, frutas, especies y caramelo, que según las proporciones varía el equilibro entre dulce y amargo.
Y si hay una marca que ha sabido conservar la tradición tan auténtica de la hora del vermut es Cinzano, que este año celebra su 260 aniversario. En 1757, Carlo Stefano Cinzano abrió su primera tienda-herboristería en Turín, donde empezó a servir vermut elaborado bajo su propia fórmula, hasta que su fichaje como maestro destilador en la Casa de Saboya (1742) supuso la eclosión absoluta de esta bebida en la sociedad turinesa, con la creación del aperitivo de la Corte.Piamonte, región de vinos y quesosLos amantes de los vinos, la base alcohólica del vermut, disfrutarán de la escapada de un día desde Turín a la región piamontesa de las Langhe, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, donde encontrarán hasta 89 Denominaciones de Origen de vinos elaborados con las uvas típicas de la región: moscatel, pinot noir, chardonnay, dolcetto y barbera. Las vistas de los viñedos serpenteados por las diferentes pendientes de las colinas son extraordinarias.
Y de regreso a la ciudad, si se quiere continuar con ese recorrido por los símbolos añejos que tanta fuerza confieren a la urbe de Turín, es de obligada parada tomarse un ristretto al Café Fiorio. Fundado en 1780 y situado en plena vía Po, conserva casi intacta la decoración, la atmósfera, la barra y hasta la caja registradora. Unos cuantos metros más arriba, en plena Piazza San Carlo, se encuentra la soberbia confitería Stratta (1836), donde los solícitos dependientes vestidos de forma impecable atienden a la clientela con unos modos que forman parte de otra época.
Auténtica, reposada pero vibrante, Turín también ofrece a los cinéfilos uno de los templos de la historia del cine más importantes del mundo, el Museo Nazionale del Cinema, ubicado a lo largo de varios pisos de la Mole Antonelliana, la torre de 113 metros de altura y símbolo arquitectónico de la ciudad, desde cuya cima se obtiene la mejor panorámica de la urbe. Y tras bajar de nuevo a la tierra, en pleno casco histórico, encontramos en el Museo Nazionale del Risorgimento Italiano, ubicado en el espectacular Palazzo Carignano, la exposición Cinzano: de Turín al mundo, que exhibe con motivo del aniversario (hasta el 18 de enero) algunas de las obras originales más importantes utilizadas por la icónica marca.
Orígenes sin hielo
Cuentan en la firma que en el siglo XVIII, el vermut se tomaba en vasos muy pequeños dado que se servía sin hielo, pues resultaba muy costoso bajarlo de las montañas y siempre se derretía por el camino. Pero la llegada a Turín en 1920 de la primera máquina de hielo empujó a los turineses a emular a sus contemporáneos americanos removiendo el hielo dentro del vaso de vermut, lo que obligó a la industria del vidrio a fabricar vasos más grandes para que cupieran los distinguidos cubitos de hielo.
En ese recorrido por el Turín más genuino y con sabor a vino blanco, artemisa y caramelo, el maestro destilador de la marca vermutera, Bruno Malavasi, relata, rodeado de frascos de especies, cómo se elabora esta bebida tan típica, que sabe amarga, dulce y ácida a la vez. Como si de un brujo se tratara, es el encargado de realizar la mezcla “perfecta” para la obtención del vermut, preservar el aroma y potenciar el sabor de las hierbas. Tras la combinación, viene la maceración del vino, prensado, destilación y filtrado. El maestro asegura que en casi tres siglos la fórmula del brebaje se ha mantenido intacta.
Y con sabor a vermut, a tradición y a autenticidad, nos adentramos para cerrar la noche turinesa en el Hiroshima Mon Amour, un club histórico de música en directo con el que terminaremos de perder la cabeza. Previamente, nos tomaremos un buen guisado piamontés en la Piola Antiche Sere.