Científicos argentinos descubrieron un gen que les permite a los tomates ajustar sus ritmos biológicos a los días europeos.
La domesticación de plantas es considerada como uno de los eventos más importantes en la historia de la humanidad, ya que permitió el crecimiento y desarrollo de la civilización humana al proporcionar el excedente de alimentos necesarios para su expansión.
Ahora, un equipo internacional de científicos logró describir los mecanismos genéticos que hicieron posible la expansión del cultivo del tomate de América Central a Europa. Y tal como describen en su artículo, publicado en la revista oficial de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos (PNAS), para llegar a ese resultado tomaron como referencia el hallazgo previo del grupo liderado por el doctor Marcelo Yanovsky, investigador principal del Conicet en la Fundación Instituto Leloir, informa en un comunicado el instituto.
Para Yanovsky, que escribió un comentario del artículo en la misma publicación, el estudio que se presenta ahora no sólo tiene una importancia histórica, sino que también aporta datos que podrían ser “claves” para maximizar el rendimiento de otros cultivos.
La nueva investigación fue liderada por el doctor José Manuel Jiménez-Gómez, un bioinformático del Instituto Max Planck, en Alemania. Junto a colegas de Holanda y Francia. Jiménez-Gómez demostró que mutaciones en dos genes específicos (LNK2 y EID1) del reloj biológico de las plantas de tomate de América Central, acostumbradas a crecer en días más cortos durante todo el año, favorecieron su adaptación a las latitudes altas de Europa, donde los veranos se caracterizan por extensas jornadas bajo la luz del Sol.
“Las plantas tienen relojes biológicos que les permiten adaptar sus funciones fisiológicas a lo largo del día y de las estaciones. Este ajuste es importante para germinar, crecer, desarrollarse y florecer en los momentos adecuados. La productividad de los cultivos depende de una correcta sincronización del reloj biológico con las claves del ambiente”, explica Yanovsky, quien dirige el Laboratorio de Genómica Vegetal de la FIL.
En 2013, en otro estudio publicado en PNAS, Yanovsky y su grupo habían revelado que, así como existe el jet lag en los humanos después de un vuelo, las plantas “resetean” sus relojes biológicos para ajustarlos a los cambios de luz que suceden a lo largo del día o de las estaciones. En particular, descubrieron la participación del grupo de genes LNK en ese proceso.
Lo que el nuevo estudio muestra es que, sin saberlo, los campesinos de Europa fueron seleccionando plantas de tomate con variaciones en el gen LNK2 para “enlentecer” su reloj biológico y permitir su adaptación a días más largos que los de América Central, indica Yanovsky cuyo grupo descubrió previamente que la función normal de ese gen es actuar como “acelerador” de ese mecanismo interno.
Según explicó el científico de la Fundación Leloir, el hallazgo liderado por Jiménez-Gómez no solo arroja luz sobre la evolución de los cultivos de los tomates, sino que también sienta bases para aplicaciones orientadas a mejorar la producción agrícola en general. “Ajustar el momento en que las plantas realizan diferentes procesos en función del largo del día, algo que depende de la latitud y época del año, es clave para maximizar los rendimientos”, subraya.
De hecho, manipular variantes de los genes LNK podría aumentar la productividad de la papa y otros cultivos, destacó Yanovsky, cuyo hallazgo de 2013 fue protegido por una solicitud de patente conjunta del Conicet y la Fundación Leloir. El estudio sobre la domesticación europea del tomate sugiere que “la previsión sobre la aplicabilidad del hallazgo era correcta”, agrega el investigador.