Un monstruo de cien cabezas alimentado por la policía

El movimiento que reclama el acceso gratuito al transporte público en São Paulo comenzó con unas 1.500 personas. En menos de una semana, la cantidad de manifestantes se extendió por todo el país.

Represión en BrasilTodo comenzó cuando el alcalde de la ciudad, Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores, anunció a principios de junio que subiría el precio del billete de 3 a 3,20 reales. Anteriormente, ya había explicado que la gratuidad del transporte supondría un gasto equivalente a 2.000 millones de euros, con lo que habría que aumentar el doble los impuestos locales. Además, advirtió que si hubiese subido el precio, teniendo en cuenta la inflación, el billete costaría 3,47 reales.
El Movimento Passe Livre (MPL), que lleva más de siete años de protestas, ha logrado que cada vez se sumen más grupos detrás de su bandera. Las movilizaciones contra el aumento en el transporte se han extendido por todo el país y se prevé que la próxima sea manifestación aún más multitudinaria. Se han sumado sindicalistas, colectivos ligados a partidos, grupos autónomos y los cien anarquistas que integran el grupo Black Boys.
La primera manifestación, realizada el viernes 7 de junio, reunió a poco más de 1.500 personas en la mayor ciudad del país, que tiene más de 11 millones de habitantes. El martes se juntó una cantidad parecida. Varios manifestantes quemaron dos autobuses y fueron tratados de “vándalos” por los principales diarios. El alcalde Fernando Haddad y el gobernador del Estado, el socialdemócrata Geraldo Alckmin, tuvieron el mismo tipo de calificaciones.
La protesta fue creciendo también a través de las redes sociales. La primera crónica publicada en El País el pasado miércoles obtuvo más de 65.500 menciones en Facebook. La cifra supera las menciones de este mismo diario sobre la muerte de Hugo Chávez (39.600), la reelección de Barack Obama (7.900), el nombramiento del Papa Francisco (11.000), la expropiación de YPF a Repsol (11.300) o la octava victoria de Rafa Nadal en Roland Garros (800).
El miércoles por la noche se convocó otra manifestación, que terminó con ocho policías heridos y más de 80 autobuses rotos. La noche siguiente acudieron más de 5.000 personas. “Allí había de todo”, explica un vecino que prefirió no dar su nombre, “antes de que comenzara el conflicto había mucha gente con los rostros cubiertos, preparados para lo peor. Había también muchos estudiantes de escuelas de alto nivel que se movilizaron para ir todos juntos. Son esos tipos de estudiantes que no usan el autobús y a quienes los padres llevan con sus coches al instituto. Esto no invalida el movimiento, pero sirve para ilustrar que la composición no es uniforme”.
La manifestación del jueves terminó con 81 manifestantes heridos, entre ellos, siete periodistas de la Folha de Sao Paulo y 42 policías. A raíz de esa situación, Elio Gaspari, columnista de O Globo y de la Folha de Sao Paulo, escribió un artículo explicando que tras recorrer dos kilómetros de manifestación pacífica pudo comprobar cómo 20 agentes de la Policía Militar iniciaron las agresiones. Incluso, el alcalde culpó también a la policía, cuyo máximo responsable es el gobernador Geraldo Alckmin. La Folha publicó el sábado un editorial titulado “Agentes del caos” confirmando que la policía del Estado ofreció en la noche del jueves “un espectáculo de falta de preparación, truculencia y pérdida de control aún más grave que el vandalismo” que debían evitar .
“Ahora protestan por todo: contra los gastos que genera el Mundial de Fútbol, contra la violencia de la policía en la periferia, contra el poder de la Iglesia Evangélica… El aumento del billete es solo un pretexto”, explica Nuncio Briguglo, secretario de Comunicación de la alcaldía. “El problema es que la policía del Estado de São Paulo siempre actuó así”, señaló un político de la ciudad, y agregó: “el jueves la policía se dejó llevar por su ánimo de venganza por lo que sucedió la noche anterior. Tiene un grado de independencia muy grande respecto al gobernador. No quieren someterse a unas reglas claras que determinen cuándo pueden hacer uso de sus armas o cuándo pueden detener a una persona”.