Una paciente holandesa se convirtió en la primera persona en el mundo a la que se le ha sustituido el cráneo completo por una prótesis obtenida a partir de una impresión en 3D, la nueva técnica que está revolucionando a marchas forzadas el mundo de la cirugía reconstructiva.
La operación, realizada en el Hospital Universitario de Utrecht, duró cerca de 23 horas y salvó la vida de una joven de 22 años de edad aquejada de una dolorosa enfermedad que engrosaba progresivamente los huesos de su cabeza, comprimiendo cada vez más su cerebro y provocando una pérdida gradual de funciones como la vista y la expresividad facial. Para evitar un desenlace que parecía irremediable, el equipo coordinado por los neurocirujanos Bon Verweij y Marvick Muradin reemplazó la totalidad de los huesos del cráneo de esta mujer, desde el nacimiento del pelo a la parte superior de su cuello y de una oreja a la otra, por un implante de plástico impreso en 3D realizado por una firma australiana.
Tres meses después de esta operación, cuando la paciente se ha recuperado totalmente e incluso ha vuelto al trabajo, los neurocirujanos han asegurado que «es casi imposible ver que se ha sometido a una operación de semejante magnitud». Una intervención cuya técnica, dicen sus autores, podría utilizarse también en pacientes con graves tumores o que hayan sufrido severos traumatismos faciales.
Cuando la estereolitografía o impresión en 3D fue inventada en los años 80 en Estados Unidos por Charles Chuck Hull se pensaba fundamentalmente en aplicaciones para el mundo del diseño. Pero el sector que realmente está convirtiendo esta técnica en una esperanzadora revolución es el de la cirugía reconstructiva.
Gracias a la impresión en tres dimensiones, explican los expertos, se puede crear un modelo exacto de la parte o partes del cuerpo que se van a reemplazar, lo que permite a los cirujanos operar en mucho menos tiempo al no tener que ajustar sobre la mesa de operaciones la prótesis a la realidad del paciente. Este menor tiempo de operación repercute en primer lugar en el periodo de recuperación, mucho más rápido, y en segundo lugar, en los costes de la operación, que se reducen.
Desde que las impresiones 3D llegaron al mundo de la cirugía en 2011, con el trasplante de la mandíbula inferior a una anciana holandesa de 83 años, la aplicación médica de estas técnicas ha sido vertiginosa. Las primeras prótesis de polvo de titanio y recubiertas de plasma y hueso artificial, han sido sustituidas ahora por otras de plástico y cada día se hace más evidente que la combinación de imágenes de alta resolución y la impresión en 3D de prótesis fabricadas con biomateriales están facilitando la creación de implantes anatómicos muy precisos. Más aún, en EE.UU. ya hay empresas que están trabajando con «tinta biológica», esto es, con impresoras 3D que emplean tejido humano obtenido de deshechos de trasplantes o intervenciones quirúrgicas.
De momento, los trabajos de la empresa norteamericana Organovo, en colaboración con la Universidad de Missouri y el Instituto Nacional de Salud, no han conseguido hacer realidad la «impresión» de un hígado que se pueda trasplantar a un paciente pero sí de tejido biológicamente funcional que se puede utilizar para ensayos con fármacos o estudio de enfermedades. Uno de los problemas de los estudios con tejido hepático es que aunque los hepatocitos tienen una capacidad casi infinita para replicarse y reconstruir el hígado -son capaces de recuperar hasta dos tercios de un hígado dañado-, cuando son extraídas del cuerpo humano pierden rapidamente esa prodigiosa capacidad de regeneración.