El cambio climático supone uno de los mayores retos a los que se ha enfrentado la Humanidad. Prueba de ello es el éxito del llamado Acuerdo de París para limitar el aumento de la temperatura global por debajo de los 2ºC, que ha sido firmado por 195 países de todo el mundo. Pero a ningún experto se le escapa que para alcanzar ese objetivo no sólo es necesario reducir la cantidad de CO2 que la actividad humana emite a la atmósfera, también es preciso capturar ese dióxido de carbono antes de que llegue agravar el problema.
La captura de carbono se debe convertir en uno de los principales aliados de la mitigación del cambio climático en las próximas décadas.
El éxito del almacenamiento geológico de CO2 depende de la seguridad a largo plazo de su emplazamiento y de la aceptación pública, además de los factores económicos y la regulación política. Hasta ahora, los almacenes geológicos en pozos de combustibles fósiles abandonados que tuvieran una capa salina por encima que impidiese la fuga del gas se consideraba la mejor opción, pero minimizar la fuga del dióxido de carbono por debajo del 0,1% que se considera aceptable por los expertos aún supone un reto tecnológico.
Ahora, un grupo de científicos e ingenieros ha demostrado por primera vez, trabajando en la mayor planta geotérmica del mundo en Islandia, que el dióxido de carbono emitido en la generación de electricidad puede inyectarse bajo tierra y reaccionar con los minerales volcánicos del subsuelo hasta convertirse en roca en pocos meses. La investigación ha demostrado la viabilidad de una vieja idea, pero los resultados obtenidos por los científicos de Reino Unido, EEUU e Islandia, principalmente, demuestran que es posible hacerlo en un tiempo radicalmente inferior a lo que se estimaba.
Las conclusiones del estudio, recién publicado en la revista Science, indican que más del 95% del CO2 inyectado en el subsuelo junto a la planta geotérmica de generación eléctrica de Hellisheidi -situada a 25 kilómetros de la capital islandesa, Reikiavik- se mineralizó convirtiéndose en carbonatos en menos de dos años. Este hallazgo puede, según los autores, ayudar a erradicar los temores que se ciernen en torno a la captura de carbono: que el gas podría escaparse y volver a la atmósfera después de un gran esfuerzo financiero o incluso que podría llegar a explotar.
En principio, la técnica utilizada en la planta geotérmica permite generar toda la electricidad que consume Reikiavik y parte de la usada en la industria cercana de forma limpia, sin emisiones de gases de efecto invernadero gracias al uso del calor procedente de la actividad volcánica islandesa. Pero el proceso no es del todo limpio. Junto con el agua a altas temperaturas utilizada procedente del subsuelo profundo ascienden también gases volcánicos como el dióxido de carbono o el ácido sulfídrico que le da el característico olor a los géiseres.
Los científicos, a través del proyecto CarbFix, comenzaron en 2012 a mezclar los gases con el agua que manaba de las fuentes termales y a volver a inyectarlo bajo tierra. En la naturaleza cuando el basalto -una roca volcánica muy abundante en todo el planeta- entra en contacto con el dióxido de carbono y el agua se producen una serie de reacciones químicas que hacen que el carbono precipite en forma de mineral blanquecino. El caso es que nadie sabía cómo de rápido se producía ese proceso, aunque los expertos calculaban que podría llevar cientos e incluso miles de años.
“Nuestros resultados indican que entre el 95 y el 98% del CO2 inyectado se mineralizó a lo largo de un periodo de menos de dos años”, asegura el autor principal de la investigación, Juerg Matter, de la Universidad de Southampton (Reino Unido). “Almacenar el CO2 como minerales de carbono mejora significativamente la seguridad de la captura, o que podría mejorar la aceptación pública del secuestro y almacenamiento de carbono como una tecnología útil para la mitigación del cambio climático”, explica Matter en un comunicado.
La pregunta que se abre es si podría convertirse en una técnica aplicable a gran escala. “Con los resultados publicados no se puede saber”, asegura a este diario Roberto Martínez Orio, director adjunto de Investigación en Recursos Geológicos del Instituto Geológico y Minero de España (IGME) y líder del Grupo de trabajo de Almacenamiento de CO2 de la Plataforma Tecnológica Española del CO2, quien no ha participado en el trabajo.
Según este experto, es difícil de calcular debido a que se trata de reacciones químicas dependientes de las concentraciones de iones y cationes y de la superficie de contacto entre la roca, entre otras muchas reacciones y procesos, algo que no aclara el estudio. “Lo que demuestran es que en unas circunstancias concretas la cinética de las reacciones puede ser muy favorable, que es un paso importante, pero aún hay que avanzar para demostrar su aplicabilidad a escala industrial”, opina Martínez Orio.