Los saqueos producidos en diferentes lugares del país ponen en evidencia cuestiones mucho más profundas que los pretendidos reclamos salariales o las peleas políticas que ya no interesan a nadie. Y nos muestran una dirigencia totalmente ajena a la realidad.
Primero, fue Santa Fe. Y todos creyeron ver, detrás de los desmanes, la mano del Gobierno nacional. Esa creencia llegó acompañada de la denuncia del gobernador Bonfatti, acerca de la presencia de integrantes de barrabravas de la Provincia de Buenos Aires, pertenecientes a dos clubes muy “afines” al kirchnerismo.
Una semana después, la furia llegaría a Córdoba capital; aunque los testigos sostienen que el Gran Córdoba también conoció de saqueos y violencia. Y la sobreactuada reacción de las autoridades provinciales y la no menos histérica respuesta de Balcarce 50 volvieron a instalar la sospecha de un sabotaje político.
Pero mientras esto ocurría, el Gran Buenos Aires conocía explosiones similares en Glew, Florencio Varela y el populoso Partido de San Martín. Y La Rioja, ciudad pacífica si las hay, padeció en las últimas horas un raro tipo de saqueos: los “por si acaso”. La sola posibilidad de que la policía provincial se acuartelara, lanzó a las calles a centenares de personas que buscaban vaciar supermercados y negocios del casco céntrico y sus adyacencias.
El gobierno de Daniel Scioli ha dispuesto en estos días la creación de un comando especial destinado a prevenir este tipo de disturbios en Buenos Aires. Mientras tanto, el discutido mandatario tucumano denunció que deberá redoblar la vigilancia en las calles de San Miguel, por contar con información que previene acerca de saqueos en las fechas navideñas.
Y para cerrar el panorama, no es ociosa la decisión de la Secretaría de Seguridad de la Nación de enviar a Neuquén, Santa Cruz y Río Negro fuerzas federales para prevenir situaciones similares.
Santa Fe, Córdoba, Buenos Aires, Neuquén, Santa Cruz, Río Negro, Tucumán, más de media Argentina a punto del estallido nos está indicando que algo más que la agitación política y la picardía se esconden tras un momento tan delicado.
El sol con la mano
Hace demasiado tiempo que el Gobierno intenta negar la realidad. Esa que dice que en nuestro país, y sobre todo en los grandes conglomerados urbanos, la pobreza estructural ha ido consolidándose hasta abarcar una porción demasiado amplia de la pirámide nacional.
No es verdad que se hayan creado seis millones de puestos de trabajo. Y lo más grave es que los que se han logrado son mayoritariamente de baja calidad: el 42% de los ocupados argentinos desarrollan su actividad en medio de la más absoluta y humillante irregularidad.
La “engaña-pichanga” de poner a los beneficiarios de los planes sociales en el rubro “ocupados” de las estadísticas del INDEC, puede ser una picardía de dudoso cuño moral a la hora de escribirle a Cristina discursos inflamados que le permitan lucir su procacidad combativa, con la misma seriedad que podría hacerlo Benito Durante en sus desopilantes apariciones en Titanes en el Ring. Pero nada más que para eso.
Los trabajadores en negro son parte de la pobreza. Los beneficiarios de planes son parte de la pobreza. El 82% de los jubilados que cobran la mínima son parte de la pobreza. Y por cierto, los desocupados y subocupados a los que se digna identificar con la pomposamente llamada Encuesta Permanente de Hogares son, por supuesto, parte de la pobreza.
Y es esa pobreza, ya imposible de esconder o maquillar, se convierte en la materia prima de los saqueos, más allá de que la mecha la enciendan algunos agitadores profesionales. Porque si le pongo a un barril de dinamita una mecha no ignífuga, no va a estallar jamás. Como sí va a hacerlo si lo que lo alcanza es apenas una pequeña chispa.
El sol puede taparse con las manos cuando solo parte de él aparece por el horizonte en el amanecer. Pero el tiempo pasa, y el mediodía nos encontrará gesticulando groseramente sin obtener resultado alguno.
No equivocar el camino
¿Puede aún corregirse este largo camino hacia el fracaso? Por supuesto que sí. Pero se debe actuar con dos convicciones que parecen no ser visibles para nuestra dirigencia política: inteligencia y paciencia.
Inteligencia para diagnosticar (lo que nos llevará a aceptar que todo lo que se afirma es mentira) y para elegir las recetas que ayuden a superar este momento crucial en que la violencia vuelve a despuntar en un horizonte que los argentinos conocimos en 1988-89 y en 1999-2001. Y esas recetas van a exigir la aparición de la segunda “virtud-necesidad”, que es la paciencia.
Si no nos convencemos todos de que una solución definitiva a la decadencia argentina lleva tiempo, constancia y capacidad de sacrificio, será imposible torcer un rumbo que nos lleva a una sociedad partida, violenta, narco-dependiente y en llamas.
Una sociedad donde la ley del más fuerte seguirá reinando, la corrupción será moneda corriente y la inseguridad nos condenará a todos a vivir encerrados o morir en el intento.
Por supuesto, es harto difícil que esta dirigencia lo entienda. Está demasiado enviciada y se beneficia demasiado de la corrupción impune como para que siquiera le importe un poco lo que está ocurriendo. La imagen de los diputados entrantes festejando en el hemiciclo del Congreso “su minuto de gloria” mientras dos personas morían en Córdoba y centenares de familias veían escurrirse el esfuerzo de años de trabajo por los saqueos a sus pequeños negocios, es demasiado fuerte como para que abriguemos algún otro sentimiento que no sea el pesimismo. Más aún, sabiendo que mientras todo eso ocurría el gobernador cordobés peleaba con la Casa Rosada y su policía dejaba la ciudad abandonada a su suerte.
Así que la pelota la tenemos nosotros. Esa empobrecida clase media argentina que, una vez más, es condenada a cumplir el papel de “jamón del sándwich” y de la que se pretende que, por enésima vez, se haga cargo de financiar lo que hagan estallar quienes seguramente no se irán del poder pasando necesidades.
Otra vez no, debemos decirnos todos. Otra vez no. Porque si nos quedamos de brazos cruzados ante semejante situación, aquellas cacerolas de ayer se convertirán en pimpantes panderetas carnavalescas. Y las multimillonarias marchas de los dos últimos años se parecerán demasiado a la imagen de una resignada tropa de vacunos guiada hacia la manga que inicia el matadero, sin que sus lastimeros mugidos le importen a nadie.