Malas lenguas 845

Crónicas del final I. En estas jornadas, tanto por Facebook, como porTwitter y en medios locales, puede leerse a diario el plañidero dolor por el final largamente anunciado del diario El Atlántico, desaparición de la que se tenía evidencia de que ocurriría de cualquier modo desde hace ya dos décadas, más exactamente desde que el diario dejó de interesar a Héctor Ricardo García, luego de su etapa de mayor esplendor cuando lo poseyó y dirigió Carlos Lorenzo Cañón. A mediados de los noventa, el diario estuvo sometido a un fuerte tironeo de facciones que jugaban a quedárselo, casi siempre pensando en un proyecto de instalación política, y tratando en las palabras de crearle un contenedor de fuste a La Capital y, por consecuente acción, a Aldrey Iglesias. Pero resultó que todos se fueron en palabras, porque nadie puso jamás el capital que hacía falta para remontarlo, y esta historia terminó donde tantas otras: en el mismo vaciadero de acción, falta de coraje y actitud frente a la batalla mediático-política por la ciudad.

Crónicas del final II. En esa línea de hablar y hablar pero no actuar, están también muchos de los hoy afectados. Se puede leer en Twitter y Facebook cosas tales como “yo banco de verdad a El Atlántico”. ¿Ah, sí? ¿Cómo? ¿Haciendo cadenas de tweets, publicando lastimeros comentarios en Facebook? Eso no le consigue laburo a nadie. Es un hecho que lo que separa, en la política local, a los que quisieron citar en un texto de apoyo a los trabajadores del diario el nombre de Florencio Aldrey Iglesias y los que se negaron, hay una escasa diferencia. Si existiese compromiso, de verdad, del que produce resultados, hace ya un tiempo largo que se habría reunido el millón de dólares a fondo perdido que hacía falta para encarar la situación. Se pudo haber hecho en el uno a uno, con el dólar a tres pesos, incluso hoy mismo. Cacarean, pero no son gallos. Meras gallinas.

Crónicas del final III. Hace no mucho, alguien definió qué es periodismo asertivamente. La cita dice: “Periodismo es cuestionar al poder. Todo lo demás es prensa”. ¿Cuántos de los hoy lloricosos realmente ha estado ejerciendo el periodismo todo este tiempo? ¿Es periodismo cortar y pegar las gacetillas del poder, sea éste municipal, provincial o nacional? Un seguimiento sencillo de lo publicado en los últimos tres años da la respuesta. ¿En qué se tradujo este amansamiento ante el poder? En una pérdida brutal de lectores. Y eso, acá y en la China, con el tiempo es cierre de puestos de trabajo.

El negocio. La adquisición de El Atlántico por parte de la dupla Aldrey/Otero es un negocio que se explica por la deuda que Florencio tiene con Néstor. Ambos son dos tiburones que manejan secretos oscuros, que no dudan en apretar cuando se requiere, y ambos gustan de hacer la comedia de los empresarios preocupados por invertir en favor del interés público. ¿Para qué sirve la adquisición hoy llorada y cuestionada? Para que por el término de un año, Néstor Otero, sujeto a examen penal por coimas a favor de Ricardo Jaime, ex secretario de Transportes de la Nación, se cobre la deuda millonaria que Florencio Aldrey Iglesias mantiene con él por su participación en el proyecto de la ex Terminal. Aldrey tiene en sus pantalones dos bolsillos (como cualquiera); uno es de payaso, para meterse la plata, y en el otro tiene un cocodrilo, para que no salga un duro. La deuda de Florencio con Néstor la va a pagar la comunidad, con sus impuestos devengados como publicidad estatal en El Atlántico residual por el lapso de un año. Y luego, ya literal y no metafóricamente, el diario dejará de existir.