En Siberia, un hombre encontró una fosa común en su jardín. Las autoridades lo han dejado solo con los restos. Los muertos son víctimas de Stalin de la década de 1930. Rusia sigue dando la espalda a su pasado.
Los sacos de harina blanca apenas se ven por la nieve. Nada hace presagiar su espeluznante contenido. Vitali Kvasha quería ampliar su casa y por eso cavó un hoyo para construir el fundamento en su jardín. Lo que encontró fue terrible: cráneos, brazos, piernas, esqueletos. Había más de diez sacos con los restos de más de 60 personas. “Primero saqué un cráneo, luego otro, y llegó un momento en que no paraba”, dice este hombre de unos 30 años de edad.
Bajo el jardín de Kvasha es muy probable que haya una fosa común de la década de 1930, afirman los expertos del Comité de Investigación del Estado. Él vive con su familia en el lejano este de Rusia, en Blagovéshchensk, en la frontera con China. Como en todas partes del país, durante el régimen de Josef Stalin hubo aniquilaciones masivas de disidentes y opositores al régimen.
Conmemoracion en Moscú
A ocho mil kilómetros de distancia, en la capital, Moscú, la gente honra la memoria de las víctimas. De pie y bajo la lluvia leen los nombres de sus familiares frente a dos micrófonos. Cuentan brevemente las historias de sus padres, tíos, abuelos, en definitiva, las historias de sus familias, que fueron perseguidas de 1936 a 1938 por Josef Stalin, por ser supuestamente opositores de su régimen.
“Mi abuelo fue arrestado y torturado, colgado de las piernas, y luego le arranaron los dientes”, dice una mujer mayor. “Mi abuelo, Vladimir Bukovsky, tenía setenta y seis años. Descansa en paz “, continúa otro. En solo dos años, 1,5 millones de ciudadanos soviéticos fueron arrestados, más de la mitad de ellos asesinados.
“Esta es nuestra terrible historia, nunca debemos olvidarla”, advierte Natalia Petrova, de la asociación de derechos humanos “Memorial”. “El retorno de los nombres” es la iniciativa que “Memorial” puso en marcha hace doce años. Desde entonces, todos los años y, a finales de octubre, se celebra un funeral en memoria de las víctimas.
Celebración en lugar simbólico
En una tienda de campaña reparten velas funerarias. La gente las coloca delante de la llamada piedra Solovetsky. Esta fue transportada hasta allí en 1990, procedente de uno de los campos de prisioneros secretos en el distrito de Solovetsky. Hoy sirve como símbolo de los crímenes del régimen de Stalin. Se encuentra en la Plaza Lubianka, justo en frente del edificio del Servicio Federal de Seguridad (FSB). El Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, NKVD, órgano anterior al FSB en la Unión Soviética, llevó a cabo las llamadas purgas políticas por orden de Stalin.
Para muchos rusos, el hecho de que la piedra esté ubicada precisamente en la Plaza Lubianka, tiene un valor simbólico especial. Los críticos del presidente ruso Vladimir Putin, quien una vez dirigió el FSB, temen el regreso de época autoritaria y con un poder estatal cada vez mayor. Las personas que recuerdan los crímenes de aquellos días se sienten intimidadas. Natalia Petrova se queja: “Hace tres años, nuestra ONG fue declarada agente extranjero, pero seguimos trabajando porque mucha gente necesita nuestra labor. Eso es lo más importante”.
Solos, sin la ayuda de las autoridades
Incluso en la lejana Blagovéshchensk, Vitali Kvasha cuenta que las autoridades a las que informó de los hallazgos son reacias a lidiar con la historia del país. Una y otra vez pidió al gobierno local que no lo dejaran solo con su cruel descubrimiento: “Durante un año, pedí ayuda a las autoridades: contestaron que no tenían ni dinero ni personal para ello. Lo único que prometieron fue que recogerían los restos, pero que yo mismo tenía que desenterrarlos”.
Después de todo, una pequeña parte de las víctimas encontró su último lugar de descanso en el cementerio municipal de Blagovéshchensk, con la ayuda de una funeraria privada. Vitaly Kwascha se queja de que fueron enterrados allí solo con una pequeña placa de metal con un número grabado. Sin nombre y sin dignidad.