La isla francesa de Córcega es un reconocido destino turístico. Pero ahora se ha ganado una nueva reputación por algo bastante más siniestro: su tasa de asesinatos per cápita es la más alta de Europa.
La violencia a sangre fría está manchando la imagen postal de Córcega. Los asesinatos han ocurrido a plena luz del día y a la vista de todos, en playas y paseos flanqueados por palmeras donde los compradores se mezclan con turistas.
Cafeterías llenas de clientes fueron escenario de hechos atroces, con hombres y mujeres muertos a tiros de manera sorpresiva. En esta isla francesa del Mediterráneo, las autoridades parecen impotentes ante el crimen.
En octubre pasado, el abogado más conocido de Córcega, Antoine Sollacaro, fue asesinado mientras iba a su trabajo. Dos hombres en motocicleta lo siguieron hasta una estación de servicio donde le dispararon varias veces.
Los asesinos aún no han sido hallados y las estadísticas sugieren que nunca serán encontrados. Desde 2007 hasta hoy se han registrado 105 asesinatos; menos del 10% terminaron con condenas.
La hija de Sollacaro, Anna-María, considera que el fracaso del Estado para procesar con éxito a los culpables de tantos asesinatos ha dado lugar a una cultura de impunidad en la isla. Según declaró: “para un asesino, matar a alguien a las nueve de la mañana en una estación de gasolina frente a las cámaras de circuito cerrado de televisión, requiere nervios de acero. Están tomando un riesgo. Eso lleva a que uno se pregunte si, a veces, reciben ayuda”.
La tasa más alta de Europa
Se han producido entre 20 y 25 asesinatos por año durante una década. Si se considera la cantidad de población de la isla, que apenas supera los 300.000 habitantes, y se incluyen en la cuenta aquellos que mueren por violencia doméstica, se obtiene la tasa de homicidios más alta de Europa.
La audacia con que se cometen los ataques es cada vez más difícil de soportar. “De repente, llega un hombre y decide matar, como si estuviera en una película de vaqueros del Viejo Oeste”, aseguró una mujer que trabaja cerca de una tienda de ropa masculina donde en noviembre mataron a un conocido hombre de negocios. Y agregó: “ese hombre destruye una familia y causa un trauma en la gente… Tenemos suficiente de esto. No estamos viviendo en una película del Viejo Oeste”.
El problema no es nuevo. Córcega, lugar de nacimiento de Napoleón, ganó reputación por la violencia de los militantes separatistas en la década de los ’70. El grupo principal (el FLNC) llevó a cabo atentados con bombas en hoteles y resorts de playa antes de fragmentarse en los ’90, cuando la violencia comenzó a disminuir. Muchos de los combatientes terminaron en la cárcel o cambiaron de rol, para pasar a integrar las filas políticas regionales.
Esto llevó a que los buscadores de sol más ricos de la Francia continental construyeran casas a lo largo de la costa de Córcega. El año pasado, se levantaron 6.000 propiedades nuevas; la mitad de ellas son casas de veraneo. Dominique Bucchini, un antiguo alcalde que ahora preside la Asamblea de Córcega, afirmó que el altísimo valor de las propiedades aumentó el apetito voraz de los criminales por la tierra: “muy pocos corsos podrían comprar casas de veraneo. Así que las mentes criminales pensaron ‘¿Por qué no yo?’. Y regresaron y compraron un terreno con dinero de origen cuestionable”.
Los políticos locales no tienen poder para detener a los inversionistas criminales. “Los funcionarios electos, que son quienes aprueban las solicitudes de planificación, están en la primera línea. Pueden recibir una carta anónima o explotar su auto o su casa, o pueden recibir un tiro en la cabeza a causa de este apetito por el dinero, a cualquier precio”, advirtió Bucchini. Él debería saberlo. Mientras fue alcalde (1977-2001) recibió amenazas de muerte por defender a los constructores.
La violencia no se limita a la costa de Córcega. Basta con viajar al interior para encontrar pueblos donde viejas cuentas pendientes todavía siguen sin resolverse y persisten las disputas entre familias criminales rivales. El pueblo de Ponte Leccia (1.000 habitantes) es uno de los que está ganándose mala fama. Allí, un ex-pandillero, Maurice Costa, fue asesinado en una carnicería que lleva su apellido.
Días antes, un hombre resultó herido en un intento de asesinato en las afueras de una cafetería. Las marcas frescas de pintura rociadas por la policía sobre el pavimento , donde cayeron los cartuchos, todavía se pueden ver. La víctima tuvo suerte. Pero aún así, nadie en el pueblo quiere hablar de lo que hay detrás de la violencia.
Problema de coordinación
El representante del gobierno francés en Ajaccio, Patrick Strzoda, señaló que en diferentes años cuerpos policiales y servicios de seguridad estuvieron concentrados en problemas diferentes.
Durante demasiado tiempo, admite, el gobierno francés estuvo tan preocupado con la violencia nacionalista que no identificó el tema del crimen organizado y la delincuencia: “fue un problema de coordinación”.
Para las autoridades francesas, sin embargo, la muerte de Antoine Sollacaro fue diferente, debido a su alto perfil y su reputación como abanderado de la justicia corsa. Conocido como “el león de la Corte”, tenía fama de decir lo que pensaba.
Ahora, su hija Anna-Maria acusa a las autoridades judiciales de Francia continental por el miedo de señalar con el dedo o hacer arrestos. Sentada en lo que fue la oficina de su padre y que ahora es suya, dice que teme que su caso, al igual que muchos otros, simplemente terminen acumulando polvo. Detrás de ella, en una esquina de la oficina, la toga negra de Sollacaro sigue colgando junto a un dibujo de la corte que lo muestra en acción: “sé de otros aquí que comparten este sentimiento. Que la persona que amas no esté sólo físicamente muerta, sino también muerta en el sentido legal”.