Ya no había una vez

Eppur si muove” o “e pur si muove” (“y sin embargo, se mueve”), la hipotética frase en italiano que, según la tradición, Galileo Galilei habría pronunciado después de abjurar de la visión heliocéntrica del mundo ante el tribunal de la Santa Inquisición.

Claro que el peninsular estaba en lo cierto, y su afirmación solo extrañaba a quienes se oponían a la realidad.
El discurso de Cristina Fernández tras el fallo adverso de la Corte norteamericana podría acuñar la frase “tuttavia avevo racione”. Aunque, en este caso, para ocultar con otra vuelta de tuerca del relato la cantidad de horrores y errores que jalonaron su política -y la de su difunto esposo- en materia de deuda soberana. Lo realmente grave es que, una vez más, la impericia y el desequilibrio de la Presidente ponen en riesgo valores muy importantes de la Argentina.
Como no podía ser de otra manera, Cristina comenzó su planteo de la “realidad” lanzando culpas a diestra y siniestra. Y una vez más, lo hizo en base a falacias y datos alejados de la realidad.
Las políticas argentinas en materia de deuda externa coinciden milimétricamente con las olas que campearon en América Latina -y en todos los países subdesarrollados del mundo-, y que hicieron que todos ellos asumieran políticas idénticas ante realidades únicas.
Es verdad que nuestro país vio crecer su deuda exponencialmente durante la última dictadura militar. Tal como ocurrió en Brasil, Chile, Uruguay y tantos otros países seducidos por los “petrodólares” que llovían de la mano de los precios exorbitantes de ese commodittie. Tal vez, lo que deberíamos estar analizando por estas horas sea el destino que cada uno de los tomadores de crédito le dio a esa marejada de plata barata.
Brasil y Chile, también gobernados por dictaduras, utilizaron ese tiempo para llevar adelante verdaderas revoluciones en materia de desarrollo de infraestructura. Algo que, con el tiempo, ha redundado -ya en democracia- en el progreso constante de sus economías y el respeto que hoy recogen en el mundo entero. Argentina, mientras tanto, se dedicó a comprar armas para la guerra.
De regreso a la democracia, y habiendo terminado la primavera del petróleo, todos los gobiernos de la región se vieron compelidos a devolver aquellos créditos, generando un escenario de inestabilidad que se llevó puesto al sistema en los países donde no se había iniciado un proceso de inversión que les permitiese amortizar con ganancias propias.
Las convertibilidades (el plural no es ocioso, ya que el pérfido sistema fue adoptado con variaciones por las naciones más afectadas por la crisis, acá y en todo el mundo) fueron solo una pausa para evitar las explosiones que ya se veían con claridad. Mientras tanto, se “inventaba” una salida elegante, que en este subcontinente fue el Plan Baker en todas y cada una de sus variantes.
Las previsiones de los organismos financieros internacionales acerca de la transitoriedad de la crisis y las posibilidades de una salida rápida no se vieron confirmadas en la práctica. Las medidas aplicadas para solucionarla solo permitieron atenuar la crisis del sistema financiero norteamericana; pero sus sectores productivos y su balanza comercial se vieron seriamente perjudicados. En cuanto a los deudores, la suspensión abrupta de los flujos crediticios por parte de los bancos acreedores y las enormes transferencias de fondos hacia las economías centrales, impidieron cualquier posibilidad de crecimiento y, por lo tanto, de recuperación de su capacidad de pago.
Hacia mediados de los ochenta, la percepción de esta situación, junto con el cambio de titular del Tesoro norteamericano, llevaron a una redefinición del problema y a una nueva propuesta de solución. En la asamblea conjunta del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial en octubre de 1985 en Seúl, el nuevo secretario del Tesoro de Estados Unidos (James Baker) presentó un documento titulado “Programa para el Crecimiento Sostenido”, delineando dicha propuesta, conocida desde entonces como “Plan Baker”.
En cierto modo, la propuesta de Baker establecía roles para los actores involucrados. Los deudores debían lograr una tasa más alta de ahorro y de inversión internos a fin de propender al crecimiento sostenido, para lo cual debían continuar aplicando los ajustes de corto plazo indicados por el Fondo junto con políticas macroeconómicas aperturistas y de libre mercado, para que la inversión privada encontrara condiciones propicias. Los organismos financieros internacionales y los bancos comerciales, por su parte, debían proveer el apoyo financiero necesario a estas políticas. Esto se logró con la convertibilidad, aunque el mal desempeño fiscal hizo que la intentona terminase en explosiones como las que el país conoció en 2001, previo paso por los coletazos de la intentona con el blindaje y el megacanje.
De ahí en más toda, la responsabilidad es del gobierno de los Kirchner.
Porque no es verdad lo que dice Cristina de que en el primer canje de deuda se quiso negociar. Se impuso arbitrariamente un “lo tomás o lo dejás” que obligó al 75% de los acreedores (esos que, no le quepa duda, van a venir ahora por los U$S 15.000.000 millones que los “buitres” han logrado consolidar por el fallo); el resto resolvió confiar en la justicia internacional, esperar un fallo, por años que llevara, y cobrar lo que realmente le correspondía.
No es verdad que en el segundo canje hayan entrado acreedores en iguales condiciones que en el primero. Acuciada por las circunstancias, Cristina terminó aceptando condiciones mucho más apetecibles para los tenedores de bonos, que prefirieron mantener la quita achicando el plazo de cobro.
Y no es verdad que las “negociaciones” con REPSOL por YPF o con el Club de París hayan sido motivadas en la “vocación de pago” del Gobierno.
Por el contrario, y en ambos casos, la tropelía jurídica e irresponsable de creer que podían llevarse por delante a una de las empresas más grandes del mundo y a una élite de bancos internacionales culminó con el país boqueando, pidiendo la toalla y aceptando lo que fuese a cambio de no sufrir las sanciones internacionales.
De lo que haga el Gobierno -cosa imposible de sospechar si nos atenemos a las palabras siempre auto justificatorias de Crisitna- dependerá el destino de al menos los tres próximos gobiernos nacionales.
Si, como siempre, “hace” de mala pero corre a pedir la piedad de sus acreedores, los meses que vienen serán de serias dificultades para la economía interna, que se verá seriamente achicada por la salida de los fondos necesarios para amortizar el fallo.
Si, por el contrario, comete el dislate de desconocer la resolución de la Corte norteamericana, Argentina -una vez más, remedando a Venezuela- comenzará a sufrir un serio aislamiento internacional, la carencia total de crédito y, mas temprano que tarde, la explosión por agotamiento de las reservas y la creciente inequidad social.
Escenarios, por cierto, nada halagüeños. Pero, ¿hemos hecho alguna cosa para que fueran distintos?
Aunque Cristina, nuevamente, insista en que siempre tiene razón.